¡Y pensar que Manuel Beatón, el desventurado
Manuel Beatón había llegado a ser durante unas horas, durante unos días, la gran
esperanza de los enemigos de Fidel Castro!
Treinta
años tenía el que había sido uno de los lugartenientes de Castro en los
andurriales y vericuetos de la Sierra Maestra. Había nacido en Cuba y
pertenecía a la raza de los Maceo y de los Quintín Bandera.
Cuando huyó a la República Dominicana, Beatón fue condecorado por Fidel Castro y confirmado como capitán de las milicias revolucionarias.
Andando el tiempo, el capitán creyó necesario
disentir de su jefe, protestar contra la política del castrismo. Y se alzó en
armas.
Tomó el camino de la Sierra Maestra y creyó
que allí podría repetir los episodios de otros días. No pudo llevar adelante su
sueño.
Las adhesiones e incorporaciones de enemigos
de Fidel con que él contaba se redujeron a muy poca cosa. Era evidente que la
opinión de Cuba, enemiga del actual régimen, no tenía la menor confianza en
Manuel Beatón. No podía tomarle por un jefe salvador. Y tenían razón, los
desconfiados.
Beatón era —con todo respeto sea dicho a su
muerte y a su sacrificio— un pobre hombre.
Tras algunas escaramuzas sin importancia,
acabó refugiándose en los escondrijos de la sierra, como una alimaña acosada;
pero Fidel Castro conocía esos refugios y rincones, uno por uno. De añadidura,
entre los pocos partidarios de Beatón hubo quien jugó la carta de la delación.
El rebelde fue capturado, juzgado apenas, ejecutado
el día 15. Todo el episodio ha terminado así.
Mientras Fidel Castro no vea frente a su poder
enemigos cubanos de más fuste, poco tendrá que ingeniarse para seguir imponiendo
su voluntad en favor de una Cuba aliada del comunismo más violento.—C.
La Vanguardia, 22 de junio de 1960.
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