No hay barrio de La Habana, por
aristocrático que sea, que se encuentre libre de la presencia de solares que
semejan zocos marroquíes por su lamentable estado anti higiénico y el
hacinamiento que los caracterizan. En los lugares más céntricos aparecen como
llagas pustulentas que merman el prestigio del conjunto urbano y son una
amenaza para la salud pública. Con mayor profusión, están en los barrios pobres
y más densamente poblados, en los suburbios de La Habana, como Belén, Santa
Teresa, Jesús María, Los Sitios, Atarés, etc. Pero el solar, en su expresión
más indecorosa, tiene representación en las calles más elegantes de la ciudad,
como San Lázaro, Belascoaín, etc.
Sin determinar el número de solares
existentes, por falta de datos estadísticos, imposible es conocer el número
exacto de habitaciones que hay en ellos. Pero nuestra investigación, muy
dificultosa aunque somera, nos permite ofrecer datos con los que el lector
puede formarse una idea bastante aproximada de la magnitud del problema. Como
ya hemos dicho, la cantidad de habitaciones, tanto como el aspecto sanitario
del edificio destinado a vivienda colectiva de pobres, son los elementos
básicos para catalogarlo como casa de vecindad, solar o ciudadela, aunque por
lo común el vocablo solar comprende a los tres tipos. La casa de vecindad
generalmente consta de una docena, o poco más, de habitaciones, y mientras el
solar tiene un promedio de veinte a treinta, las ciudadelas cuentan a veces con
más de un centenar de ellas. Por ello el número de habitaciones también es
elemento fundamental en la clasificación de referencia.
El promedio que obtuvimos en nuestra pesquisa
que (como dijimos) abarcó 50 solares, fue de 28, 6 habitaciones por edificio.
De estos, 23 eran de una sola planta, 26 de dos y 1 de tres. El número máximo
de habitaciones correspondió al edificio de tres plantas, sito en Lagunas 357,
con 79 habitaciones; mientras que el más pequeño contaba con nueve habitaciones,
una casa baja de la calle J y 9 en el Vedado.
En los 50 solares contamos un total de 1434
habitaciones. Puesto que podemos calcular en más de 2000 los solares que tiene
La Habana, con el promedio obtenido de 28, 6 habitaciones para cada uno,
tendremos unas 60 000 pocilgas de las que estamos tratando, donde se pudren más
de 50 000 familias cubanas en su casi totalidad (…)
Cada solar se encuentra bajo la supervisión
inmediata de un encargado, de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 76 de las
Ordenanzas Sanitarias; cuyas obligaciones incluyen cuidar el orden, prestar o
facilitar los servicios de limpieza, luz, agua, etc. Resulta interesante el
gran número de españoles que ejercen estas funciones. En los 50 solares que
recorrimos, encontramos 29 encargados de esa nacionalidad. Desconocemos a punto
fijo el origen de esta predilección, quizás se explique por el gran número de
españoles que son propietarios de esos edificios.
El encargado es, por lo común, utilizado como
agente de coacción por el propietario o arrendatario principal del solar. Simpre,
ante cualquier inspección oficial, se le encuentra interesado en ocultar el
verdadero estado general (sanitario principalmente) del edificio. Los jueces
correccionales conocen con frecuencia de casos en que el encargado ha tenido
que responder de acusaciones por coacción, formuladas por inquilinos a quienes
ha pretendido desalojar compulsivamente o privándoles de servicios esenciales
como el agua y la luz. Por eso resulta, en la mayoría de los casos, un
personaje antipático en el solar.
(...) El alquiler de una habitación corriente
en los solares más perniciosos, fluctúa entre seis y ocho pesos, llegando hasta
doce. No obstante ser una sola pieza que, excepcionalmente, incluye una cocina
sin puertas a la entrada de la misma habitación.
Para la generalidad de los moradores en los
solares, estos alquileres representan un alto porcentaje de sus entradas mensuales.
Tratándose del caso de obreros, jornaleros, criados domésticos y otros
trabajadores dedicados a humildes actividades, los alquileres de las covachas
que insumen el 50% y, a veces, hasta la casi totalidad de sus ingresos, puesto
que trabajan intermitentemente o con jornales de miseria. Sin embargo, en los
pueblos civilizados están sentada la inconveniencia social de toda vivienda de
pobres cuyo costo represente más del 20% de sus ingresos.
Además, hay que tener en cuenta que, según los
datos oficiales, el 27% de los trabajadores cubanos estaba sin empleo, aun
antes de producirse los numerosos despidos con motivo de la crisis planteada
por la guerra. En La Habana, más del 80% de los trabajadores desocupados viven
en los peores solares. Es el paso previo para caer en alguno de los campamentos
de indigentes que impunemente desafían el pudor de la ciudad.
Una habitación relativamente adecuada para
albergar una corta familia, alcanza un precio en alquiler de 12 pesos o más. Si
tomamos en cuenta que el jornal mínimo establecido legalmente es de 45 pesos
mensuales, advertiremos que los alquileres consumen el 37.5% de las entradas
del trabajador con jornal tipo permanente (…)
Nada más repulsivamente impresionante que el
estado anti higiénico en que se mantiene la generalidad de los solares (…)
Hay ciertas características comunes a casi
todos los solares de La Habana, que identifican a estos con la vivienda popular
de principios del siglo XIX descrita por Juderías en sus “Hombres Inferiores”.
El cuadro no puede ser más deprimente. Apenas nos adentramos en un edificio de
esos, quedamos inmersos en un ambiente denso, viciado. Niños sucios y
harapientos, algunos sin haber aprendido a andar todavía, se entregan a sus
juegos con objetos llenos de porquería, en lo que llaman patio: más bien parece
un túnel largo, estrecho, sombrío, o el fondo de una fosa formada por las
paredes dos o tres pisos sobre el suelo. El pavimento hundido en muchos
lugares, está cubierto de residuos hediondos. A veces nuestra vista tropieza
con esputos disparados al piso que nos estremecen de repugnancia. En el marco
de cada puerta de las habitaciones, a una altura determinada, la mugre parece
estar de gala por el brillo que le proporciona el roce de los cuerpos. En el
interior, fracciones de repello levantadas y agujeros de clavos, en indecente
complicidad, ocultan cucarachas, chinches y otras especies. Las manchas de
sangre como pinceladas oscuras en el fondo sucio de las paredes, son huellas
del combate feroz entre las personas y las chinches que caen hasta del techo,
en una versión original de paracaidismo instintivo.
El techo, por
lo general con un rendijoso cielo raso de madera, tiene sombras extensas de
humo negro y grasiento procedente del fogón que se enciende en el interior de
la habitación. Cada movimiento en el piso superior o azotea impulsa chorrillos
de mezcla desintegrada por el tiempo, que cae en los muebles y a veces en los
alimentos.
En derredor todo es miseria, sillas rotas,
bastidores deteriorados sobre cajones, que sirven como lechos, fragmentos de
mesa apoyados en la pared, agua en cubos de dudosa limpieza, para suplir la
falta del precioso líquido cuando a determinada hora se retira de la pluma. Aun
en los pisos altos el aire es pesado y sofocante, antes de llegar a la
habitación se ha contaminado al ponerse en contacto con las inmundicias
dispersas por doquier. Las lámparas de luz brillante que observamos nos
presagian un espectáculo dantesco para cuando llegue la noche, con tanta
miseria alumbrada a media luz. Estos tugurios rivalizan con las bodegas de los
barcos negros durante el tráfico de esclavos (…)
Es sorprende la ínfima proporción en que se
encuentran los inodoros en relación con el número de los vecinos en esos
edificios. En los 50 solares investigados obtuvimos una proporción de uno por
cada 36,7 vecinos; pero encontramos casos verdaderamente impresionantes. En
Vives 521, por ejemplo, para 211 moradores solo había cuatro inodoros. Uno para
cada 52, 2 vecinos, y como ese, varios. Hay casos en que el encargado se
reserva uno para uso particular de su familia, con la consecuencia de
multiplicar el número de vecinos obligados a utilizar los restantes. Así
ocurría en una casa deteriorada de la calle 10 esquina a 25 en el Vedado ¡187
personas usaban dos inodoros! Porque el tercero estaba reservado a la familia
del encargado (…)
Desconocemos si el censo de 1919,
confeccionado por la Secretaría de Sanidad, comprendió en detalle el número de
residentes en las casas de vecindad, para deducir el promedio de población
domiciliada en estos edificios. Consideramos que tal número tuvo que ser
inferior al obtenido por nosotros en los 50 solares estudiados, que es de 117,
6 vecinos por cada edificio, alcanzado 5880 el número total de personas
domiciliadas en los mismos.
Tomando como punto de partida la cantidad de 1548
casas de vecindad, revelado en el censo de 1919, un cálculo muy conservador
representará en más de 2000 las casas colectivas para pobres existentes en La
Habana, todas inadecuadas para una vida sana, pero más de la mitad son
exponentes de una patética insalubridad (…)
Con el promedio de 117, 6 personas por cada
solar, obtenido por nosotros, resulta que muchos más de 200 000 habitantes,
aproximadamente un tercio de la población capitalina, vive en condiciones
idénticas o semejantes a las que describimos en este trabajo.
Bueno es que la sociedad entera tenga
conciencia plena de que el nivel de vida en el tipo medio de vivienda que
detallamos, se mantiene al rasero casi con la indigencia. Allí es donde se
encuentran los verdaderos milagreros de la subsistencia. Frecuentemente oímos
en clamor de la prensa y de personas al parecer bien informadas de nuestra vida
económica, proclamando la tragedia del obrero o empleado, por ejemplo, que no
puede cubrir sus necesidades elementales con 40 o 50 pesos mensuales de sueldo.
Pensamos que serían capaces de decir frente a los medios económicos de que
disponen los residentes en la generalidad de los solares de La Habana.
Quedarían verdaderamente perplejos.
Detallando los datos que obtuvimos en los 50
edificios investigados, encontramos que allí viven 343 criados domésticos,
generalmente mujeres, con un sueldo promedio de nueve pesos mensuales (es
corriente encontrar criadas de mano y cocineras con cuatro y cinco pesos
mensuales de sueldo). En muchos casos es el único miembro de toda la familia,
formada por cuatro o seis personas, que disfruta de entradas regulares. Con el
sueldo pagan el alquiler de la pocilga que habitan, se alimentan con las
sobras, se visten con los desechos.
Asimismo, comprobamos que en estos solares
estaban domiciliados 158 vendedores ambulantes. Ciertamente esperábamos
encontrar muchos más, entre vendedores de periódicos, dulces, viandas,
baratijas, etc. Porque no sabíamos que muchos de estos, los de periódicos principalmente,
no tienen domicilio algunos. Terminadas sus actividades comerciales, siguen
deambulando por las calles las calles hasta que, en la tertulia de algunos de
los cines más humildes o, protegidos por nuestro benigno clima, en parques o
portales, se entregan al sueño, fatigados por una dura jornada que es incapaz
de proporcionarle una cama y un techo. De otra manera, viven en los solares y,
con la penuria de sus vidas, son casos típicos en el nivel de miseria común que
rige en estos edificios. Sus entradas diarias no exceden casi nunca de 50 a 60
centavos diarios.
Los jornaleros en esas 50 casas sumaban 276.
Como todos carecen de un trabajo permanente, ni siquiera en un grado de
intermitencia que les permita ganar con su esfuerzo lo imprescindible para
subsistir. Muchos de ellos jefes de familia, trabajan dos o tres días a la
quincena. Son inconcebibles las privaciones a que quedan sometidos sus hijos y
demás familiares que de ellos dependen. En este caso se encuentran muchos de
los que prestan servicios en la recogida de basuras, bacheo, en los muelles, en
industrias intermitentes como las del calzado y otros centros de trabajo con
modesta remuneración.
Los obreros con cierto grado de especialización
eran 428, casi con las mismas dificultades económicas afrontadas por los
jornaleros. Pero el mayor número en este aspecto de nuestra investigación
correspondió a los desocupados, ellos sumaron 742. En su mayoría viven de
milagro. En parte de la caridad pública, en parte parasitariamente junto a
familiares que les proporcionan un poco de mala comida y alguna que otra
oportunidad para descansar en la cama.
Fragmentos del Capítulo III, “La vivienda
popular habanera. Época republicana, Estado actual”, de Síntesis histórica de la vivienda popular. Los horrores del solar
habanero, (Jesús Montero Editor, 1945); Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2008, pp. 111-28.
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