Guido Ceronetti
¡Ah
cuántos muertos demasiado excavados
Cuántos
cadáveres de madres ofendidas
Por
mi escalpelo, ciudad de larvas,
Tu
relámpago infecto castiga!
Sobre
la boca de la Melancolía
Que
me torcía con su rabia ha puesto
Hambre un enigma triste y desmoronado
Con
sus manos, a la víctima quejumbrosa
Feroces
garfios. Muero.
Ah
Skoda, Skoda. Tu consumada *
Mano
clínica como un pensamiento
Que
acompaña, grave bondad, sentir
Los ojos táctiles descansar sobre el pecho,
Más
dulce me es que el rostro de una mujer.
Dime:
¿por qué no dejamos
Aquellos
úteros enfermos morir?
¿Querer
que la vida perdure
No
es crimen, Skoda? ¿No muero impío
Por
extraer tantas vidas?
¿Por
qué hay un mal en dar la vida
Como
en quitarla? ¿Y el dolor
En
la ardiente víscera materna
No
lo propago también yo dando aire,
Vigilando
los lechos donde lo quemaba
la
fiebre vomitada por su parto?
¿Por
qué cada acto del hombre es malo
Sumado
al mal en el incendio humano?
La
sabiduría de un hombre que delira
Esta
aquí desplegada, la rota lámpara
Suspendida
en mi oscuridad, tropieza
Con
su peso descolgándose
Sobre
mojados escalones: llévame
Del
subterráneo a los juegos de jardines.
Mi
bramido apagado, aferra ya,
Purgada
caricia, esta mano especial:
Símbolo
del bien que se precipita
A sí
mismo en el lamento que lo atrae.
*Skoda fue el gran clínico de la escuela
médica vienesa, maestro y protector de Semmelweis. Cuando S. estaba muriendo
presa del delirio, por septicemia, estaba a su lado el viejo maestro
Skoda. (Nota del autor.)
Traducción
de Pedro Marqués de Armas
La distanza poesie 1946-1996, Bur Rizzoli, 2010, p.
158-59.
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