Alejo Carpentier
A tanto habían llegado los surrealistas entrenándose dentro de ese método de escritura automática y del hablar automático, que un hombre como Robert Desnos, que fue el poeta surrealista en estado puro, que siguió siendo fiel al surrealismo hasta su trágica muerte ocurrida a la salida de un campo de concentración alemán. Desnos era un hombre que cuando quería hablaba en poesía, hablaba en un poema. Muchas veces caminando juntos por las calles de París, Desnos me decía: “Te molesta que yo hable”. Le decía: “No, hombre, habla.” Y empezaba a hablar en un metro dado, por ejemplo, en alejandrino francés de doce sílabas, con la cesura en seis y seis, y podía estarse horas hablando en alejandrinos sin parar. Y hay un ejemplo concreto. Desnos en su obra tiene un poema de muy vastas proporciones que se titula en inglés The love of the loveless nigth, o sea El amor de las noches sin amor. Ese poema ocupa un tomo entero, y ese poema lo escribió de un solo tirón en estado de inspiración en unas ocho horas de trabajo consecutivas. Desnos jamás ha retocado un poema. El poema tenía que quedar exactamente como saliera de primer intento. Y, a pesar de ello, había llegado de tal manera a interrogar a su subconsciente, interrogar su sensibilidad más pura, recóndita y auténtica, que su obra poética es una de las más maravillosas que nos haya dado el surrealismo.
A Robert Desnos lo conocí
enamorado de una cantante extraordinaria que se llamaba Ivonne George. Después
que se terminó lo de Ivonne George, porque ella se enfermó muy gravemente, tuvo
que irse de París, se enamoró de una cantante de jazz que se llamaba Bessie, y
finalmente se enamoró locamente de la que era entonces la esposa de Foujita, el
pintor japonés, se la quitó, vivió con ella hasta que se lo llevaron preso por
resistente a un campo de concentración de Checoslovaquia, y cuando murió de
tifus al salir del campo de concentración, por haber bebido el agua estancada
de una charca, iba a pie hacia Paris –no había trenes, no había camiones ni nada-,
se había resuelto llegar a París a pie, encontraron sobre él su último poema,
que era un poema de amor a su mujer (…).
Un día Robert Desnos y yo paseando por los alrededores del antiguo mercado de París que desapareció, pasamos frente a una tienda que no conocíamos que se llamaba Fábrica de Trampas, tenía un enorme letrero con letras doradas que decía Fábrica de Trampas. Allí se vendían trampas de todas clases: para coger zorros, para coger hasta osos, trampas enormes, ratoneras, en fin, todo lo que fuera las trampas para animales peligrosos o dañinos. Y sobre el letrero, asomados a las ventanas de una casa de huéspedes que había encima de la fábrica de trampas, había dos sacerdotes católicos de gran sotana que miraban hacia la calle. Eso lo fotografiamos inmediatamente y lo publicamos en la revista, porque eso puro era un cuadro surrealista de estado puro.
Un día Robert Desnos y yo paseando por los alrededores del antiguo mercado de París que desapareció, pasamos frente a una tienda que no conocíamos que se llamaba Fábrica de Trampas, tenía un enorme letrero con letras doradas que decía Fábrica de Trampas. Allí se vendían trampas de todas clases: para coger zorros, para coger hasta osos, trampas enormes, ratoneras, en fin, todo lo que fuera las trampas para animales peligrosos o dañinos. Y sobre el letrero, asomados a las ventanas de una casa de huéspedes que había encima de la fábrica de trampas, había dos sacerdotes católicos de gran sotana que miraban hacia la calle. Eso lo fotografiamos inmediatamente y lo publicamos en la revista, porque eso puro era un cuadro surrealista de estado puro.
Otro día que salíamos Desnos y yo de casa de un
amigo que vivía detrás del bosque de Bolonia –esto es un humor negro a fondo,
una historia horrenda-, caminábamos al amanecer a la orilla del lago del
bosque, y vinos una mujer con un abrigo de pieles que estaba mirando fijamente
al agua. Robert Desnos me dijo: “Esta mujer se va a suicidar, tengo el
presentimiento de ello. La voy a salvar.” Salió corriendo hacia ella, la agarró
por un brazo y el brazo se le quedó en la mano: era un brazo ortopédico. Es decir,
pasaban cosas como ésas en el grupo surrealista.
Fragmentos de “Sobre el surrealismo”, documental-conferencia de 1973, ICAIC. En Alejo Carpentier. Obras completas. Conferencias. Vol. 14. Siglo XXI, 1990, pp. 11-41.
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