Tristán Marof
Cuando llegué a La
Habana en 1930* encontré un ambiente magnífico, intelectual y curioso de saber
lo que había en el mundo. Yo había vivido en Francia, Inglaterra, Italia y
Suiza. Conocí el mundo europeo y tenía un sentido humorístico. La Habana me
agradó por su gente cordial, abierta y sin hipocresía, muy diferente del andino
—mi país— donde cada cual vive en la reserva y no se da a nadie si no es en la
intimidad y a puertas cerradas. Y para ser amigo de un andino es preciso
treinta o cuarenta años. Entonces Ud. le puede empujar a la muerte.
En La Habana se me
abrieron todas las puertas. Me invitaron a colaborar en los diarios y me
pagaban. En Bolivia nadie paga y los intelectuales y escritores viven de
empleos, siempre que sirvan al gobierno de turno. Ganaba hasta treinta dólares
diarios, colaborando en los diarios: Escribí en los principales: "Diario
de la Marina", "El País", "Heraldo",
"Carteles", "Bohemia" y otros. Me pedían artículos y
escribí ensayos, dicté conferencias y fui popular. No tengo de esta época
copias y jamás he coleccionado mi producción.
Conocí a Jorge Mañach,
a Fernando Ortiz español pesado, sociólogo e investigador del afro-cubanismo, a
Ramón de Vasconcellos periodista, hombre fino y de calidades, y a tantos que no
me acuerdo. Pero estuve con la intelectualidad cubana de ese tiempo y asistí a
un "Congreso Mundial de Escritores". Fui uno de los que pronunció
discursos destacados en un clima muy parecido al de otras Repúblicas. Tuve
éxito pero ese éxito me perdió porque el dictador Machado, presidente de Cuba,
por su cuenta y por indicaciones del embajador chileno, quería suprimirme. Me
advirtió el embajador de México, Carlos Trejo de Tejada y me invitó a visitar
su país. Abandoné La Habana que me agradaba por ese espíritu ligero, alegre y cordial,
donde la vida me era grata.
(Fernández de Castro,
director de la página literaria del "Diario de la Marina" me
soportaba colaboración doble y triple, pagándome, con la condición de que
disfrutásemos de los emolumentos en cenas, con amigos cordiales).
Cuando me embarqué
para México, el puerto estaba lleno de amigos. ¡No sabía que tenía tantos! Un
cubano irónico, me dijo: "Lo que desea el gobierno es que Ud. se aleje de
Cuba. ¡Por eso han venido amigos y enemigos a despedirle!"
Recuerdo con cariño al Dr. Juan Antiga, médico, que me
acompañó y me hizo conocer La Habana de los negros y negritas admirables, esos
platos guisados y esos mariscos, y esa música... También al pintor Jorge Valls,
al director de la revista "Carteles", Massaguer, que me pagaba hasta
20 dólares por artículo. Al señor Quevedo, que me nombró corresponsal de la
revista "Bohemia" en México y de tantos cubanos admirables, los
cuales deseaban que me quedara para siempre. No fue posible...
Siempre almorzaba y
cenaba con amigos íntimos y lo mejor de la intelectualidad cubana; con Maribona
el pintor, con Sicre, con los amigos más inteligentes de ese tiempo.
Alguna vez se coló a
estas reuniones el negro Blas Roca! Me acuerdo de Alejo Carpentier, vagamente.
No figuraba entonces.
Stefan Baciu: Tristán
Marof de cuerpo entero, Ediciones Isla, 1987, pp. 63-64.
*1928.
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