Federico de Ibarzábal
La Banda Militar, en la Glorieta,
preludia un paso-doble; los carruajes
ostentan damas de vistosos trajes
que prestigian las noches de retreta.
Allá lejos, el mar; la luz inquieta
del faro, que atraviesa los brumajes;
cruza, envuelta en magníficos encajes,
luminosa, la novia del Poeta.
Del Malecón en el pretil, inmóvil
mira el pueblo cruzar el automóvil,
heraldo del mecánico progreso.
Y al final del concierto, se disuelve
la varia multitud, que desenvuelve
su aplauso, restallante como un beso.
Sweater rojo
Yo he visto alguna vez la gracia de tu busto
surgir de la galante curva de un medallón;
y tus ancas fastuosas y tu seno robusto
me evocan una cita dada en el Malecón.
¿Eras la misma novia que atormetaba gusto-
samente los deliquios de un débil corazón?
¿La que de sweater rojo patinaba y, por gusto,
-dulce coquetería- tramaba un resbalón?
Si eres la misma, oye: ¿recuerdas aquel cine
tan popular y alegre, en cuyas sombras vine
a conocer tu grata risa? De contemplar-
te en un viejo retrato, yo nunca me he cansado.
¡Pero hace tanto años! Yo era un atormentado.
Tú soñabar ser una Geraldine Farrar...
Una ciudad en el Trópico, La Habana, 1919.
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