CARTA XVII. NECESIDAD DE LA
INSTRUCCION AGRICOLA EN CUBA
Francisco de Frías y Jacott (Conde de Pozos
Dulces)
París 15 de setiembre de 1857.
Mi querido amigo: Estoy persuadido de que si
así como vienen hoy a Europa jóvenes de todos los puntos de la Isla, con el
objeto de estudiar la medicina y de prepararse para otras carreras liberales,
en lo que yo creo que hacen perfectamente para provecho propio y de su país; si
vinieran, digo, igualmente otros tantos con el propósito de aprender la
agricultura y la industria, no tardaríamos en ver a Cuba sacudiendo los hábitos
envejecidos y divorciándose de la rutina a que la tiene atada nuestra desidia
secular en estas materias. El porvenir de nuestra patria está estrechamente
ligado con las forzosas trasformaciones que ha de sufrir su economía rural, y
con las diversas industrias que allí pueden y deben aclimatarse, si queremos
enlazar estrechamente todas las fuentes de producción y cimentar sobre bases
seguras el edificio de nuestra prosperidad. Si alguno hubiere que todavía
opusiese reparos á estas previsiones, ese tal ni comprende la marcha del siglo
ni estudió con atención las verdaderas necesidades de su país.
No insistiré por hoy en el cúmulo de
conveniencias que se llenaría con que se fuera formando por el estudio una
plana mayor, capaz de iniciar en Cuba todas las importantes reformas que
demandan su agricultura y su escasísima industria. Estos conocimientos pueden
adquirirse con grandes facilidades en estos países, donde los adelantos de
todas clases han alcanzado un gran desarrollo, y donde la enseñanza profesional
está planteada con todos los elementos y adminículos necesarios para su más
pronta y completa adquisición. Pero hay entre todos esos conocimientos uno tan
íntimamente enlazado con nuestra propia existencia como país productor, que él
solo bastaría para asegurar una carrera honrosa y lucrativa á una multitud de
jóvenes, y para influir poderosamente en esas modificaciones de nuestra
industria, que solo los que estén ciegos ú obcecados pueden rechazar en
nuestras circunstancias. Me refiero al de la fabricación, o mejor dicho, extracción
de azúcar de caña.
Cuba está hoy presentando el extraordinario
espectáculo de una comunidad que cuenta y figura entre las más ricas y
prósperas, y que debe ese adelanto y esa riqueza a una industria que descansa
todavía sobre el más ciego empirismo. En más de mil ingenios de nuestro país,
el maestro de azúcar es la clave principal de todo el edificio. El es en
definitiva el que resuelve la cuestión vital del rendimiento de nuestros
campos. En su práctica, en su experiencia y sus conocimientos reposa la suerte
de todo el país, y ¿quién lo creyera? ese hombre, en noventa casos de ciento,
no sabe leer ni escribir, ni tuvo más maestros que su padre o su vecino,
quienes a su turno aprendieron en las tradiciones que tienen su origen en el
saber industrial del siglo XVI.
Semejante estado de cosas pudo explicarse y
tolerarse en las épocas remotas en que el oficio, á falta de ciencia, imperaba
como soberano en todo el mundo productor; pero desde que la química analizó la
primera caña de azúcar, y probó con asombro general, que esta contiene
primitivamente 18 p. 100 de azúcar cristalizable, y que el maestro de azúcar
solo saca cinco 6 seis por ciento de la misma planta; desde ese día, digo,
debió dejar su puesto ese agente empírico de nuestros ingenios, o quedar cuando
más con el carácter de provisional, hasta que llegara un reemplazante
amaestrado en los estudios necesarios para evitar esa pérdida inmensa de la
ignorancia y de la rutina.
Por fas o por nefas, continúa reinando la
dinastía de los maestros de azúcar, sin que hayan bastado a destronarla todas
las revoluciones industriales de que hemos sido testigos en los últimos treinta
años de nuestro siglo. Ni fueron parte tampoco á socavar su funesta dominación,
los portentos que una industria rival ha estado mostrando con la sustitución de
la ciega rutina por los métodos apoyados en los datos de la ciencia. Semejante
persistencia no hace honor a nuestra cultura y adelantos; pero se explica
sobradamente por la carencia en que hemos estado de un instituto, donde
recibiera nuestra juventud la instrucción teórica y profesional que demanda ese
ramo de nuestra producción. Digo que si hay en el mundo un país que debiera
poseer un ingenio-escuela, ese país es Cuba, porque Cuba es acaso por su
industria azucarera el país más importante de la tierra. Tenemos la reputación
y hasta la ambición de pasar por generosos y pródigos, y lo somos en efecto
para todo aquello que no tenga una utilidad indispensable, como la tendría sin
duda la realización de ese pensamiento. Vero no señor, sería preciso gastar 50
o 60 mil pesos en el planteamiento de esa escuela, y acaso unos 10 o 15 mil
pesos anuales para su sostenimiento, y Cuba es demasiado pobre para imponerse
semejantes sacrificios. Verdad es que el país ganaría millones todos los años
con asentar esa industria sobre bases sólidas; muy cierto, que los métodos
económicos para el cultivo de la caña y para la extracción de azúcar pueden
desafiar en lo adelante todas las vicisitudes por las que tendrá que pasar esa
industria, libertando así de ruina á nuestro país; pero ¿qué valen todas esas
consideraciones en parangón con algunos miles de pesos que sería necesario
destinar para el logro de esos resultados?
No es así como se raciocina generalmente en
nuestro país, amigo mío; bien sé yo que no; pero se hace y se ejecuta como si
así se pensase, y esto para el caso viene a ser lo mismo. ¿Y sabe V. por qué
sucede esto? Porque faltan algunos hombres de iniciativa. Para creerlo así me
autorizan los muchos ejemplos que he presenciado, de subscriciones y empresas instantáneamente
realizadas porque se personó a proponerlas tal o cual sujeto determinado.
Parece que nuestra pereza tradicional exige esta clase de incentivos. Solemos
con frecuencia conceder a la autoridad de un nombre, lo que negamos á la
autoridad de la conveniencia y de la razón. Adelántese, pues, ese nombre que ha
de ser cabecera, y dote al país con un instituto que no solo le honrará, sino
que podrá resolver unos cuantos problemas de que están pendientes la consolidación
e incremento de nuestra industria rural.
Mientras esto no suceda, amigo mío, fuera muy
conveniente que algunos padres de familia, poco sobrados de fortuna para dar a
sus hijos una educación liberal, o asaz ricos para no cuidarse de instruirlos
en las profesiones usuales, los enviasen a Europa a adquirir los conocimientos agrícolas
e industriales, que podrían formarles carreras lucrativas en Cuba, o servirles
de enseñanza para el adelanto de su fortuna y para conveniencia del país. Esto
mismo están haciendo otros pueblos menos considerables o menos ricos de
América. Mejicanos, venezolanos y chileños conozco aquí, exclusivamente
dedicados al estudio de la agricultura y de la industria. El instituto
agronómico de Grignon cuenta entre sus alumnos algunos sur-americanos, y hace
muy pocos días, que asistiendo yo aquí á un ensayo del alumbrado por el gas extraído
del agua, me encontré con una docena de jóvenes oriundos todos de los países
hispano-americanos, y que siguen con ardor los progresos industriales de la
Europa.
Para el aprendizaje de las artes puramente
mecánicas, bien sé yo que los Estados-Unidos de América brindan mil facilidades
que no se han desatendido por algunos jóvenes de nuestro país; pero no son solo
maquinistas los que nos hacen falta, y es preciso reconocer que la instrucción
teórica y práctica en la agricultura y en la industria propiamente dicha, está
aquí en Europa mucho mejor organizada que en la Unión Americana.
En Francia, en Bélgica y en Prusia
es donde debe venirse a estudiar la elaboración de azúcar, y donde podrían
formarse excelentes maestros en ese ramo, que aplicando después en Cuba sus
conocimientos teóricos y prácticos, podrían sacar esa industria de la rutina ininteligente
en que hoy la vemos. Otra ventaja capital se lograría con ese aprendizaje,
hecho en países donde la organización de la industria azucarera es distinta de
la nuestra. Aquí también se aprendería, que para que el cultivo de la planta
sacarina y su elaboración alcancen la perfección posible, es necesario que una
y otra constituyan dos industrias separadas. Paréceme a mí que no tanto por ser
esta una novedad entre nosotros, cuanto por no tenerse datos suficientes ni
confianza en ninguna de ellas aislada, es por lo que no hemos ensayado hasta
ahora su separación. Nuestros hacendados no han resuelto aun la cuestión de saber
cuál de los dos, el cultivo o la elaboración, es el que verdaderamente
determina sus mayores ganancias. Esta ignorancia, más que ninguna otra causa,
es la que influye en mantener el estrecho consorcio de esas dos granjerías, que
en Europa medran y progresan por razón misma de su divorcio.
Cuando nuestro país posea hombres que
comprendan a fondo la elaboración del azúcar y la verdadera contabilidad de esa
industria, entonces veremos plantearse esos ingenios exclusivamente
industriales, que son los que realizarán la perfección en ese ramo, y
determinarán los adelantos correspondientes en la siembra y cultivo de la caña.
El estudio práctico de lo que pasa en estos países con relación a esa hermosa
industria, puede mejor que ningún otro acelerar entre nosotros esa época
deseada, y yo me atrevería a insinuar la conveniencia de que por nuestras
Sociedades, Económica y de Fomento, se costease aquí la instrucción en ese ramo
especial de algunos jóvenes aventajados, así como ya lo han hecho con alumnos
de pintura y de otras profesiones, no tan directamente enlazadas con los
progresos de Cuba. El ejemplo encontraría después imitadores en algunos padres
de familia, y poco á poco se iría formando la nueva milicia, a la que se le
preparan brillantes conquistas en el porvenir.
Persisto en sostener, amigo mío, que hay en
Cuba una inercia inexplicable. Todos convienen en la oportunidad, sino en la
urgencia, de intentar algo que consolide nuestra situación productora, pero
nadie se mueve, sino que todos esperan, de las estrellas, supongo yo, el
remedio a los males que nos amenazan, si sobreviene un cambio en los precios de
nuestros frutos, o si continúa la escasez de brazos que lamentamos. Debiéramos,
sin embargo, no aguardar a más tarde, no sea que perezca la nave en medio a la
sorpresa y tribulación de la tormenta.
Su affmo. amigo.
Colección de escritos sobre agricultura
industria, ciencias y otros ramos de interés para la isla de Cuba, La Habana, 1860, pp. 132 y ss.
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