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domingo, 10 de julio de 2016

Ingenio-Escuela



 CARTA XVII. NECESIDAD DE LA INSTRUCCION AGRICOLA EN CUBA

 Francisco de Frías y Jacott (Conde de Pozos Dulces)

 París 15 de setiembre de 1857.

 Mi querido amigo: Estoy persuadido de que si así como vienen hoy a Europa jóvenes de todos los puntos de la Isla, con el objeto de estudiar la medicina y de prepararse para otras carreras liberales, en lo que yo creo que hacen perfectamente para provecho propio y de su país; si vinieran, digo, igualmente otros tantos con el propósito de aprender la agricultura y la industria, no tardaríamos en ver a Cuba sacudiendo los hábitos envejecidos y divorciándose de la rutina a que la tiene atada nuestra desidia secular en estas materias. El porvenir de nuestra patria está estrechamente ligado con las forzosas trasformaciones que ha de sufrir su economía rural, y con las diversas industrias que allí pueden y deben aclimatarse, si queremos enlazar estrechamente todas las fuentes de producción y cimentar sobre bases seguras el edificio de nuestra prosperidad. Si alguno hubiere que todavía opusiese reparos á estas previsiones, ese tal ni comprende la marcha del siglo ni estudió con atención las verdaderas necesidades de su país.
 No insistiré por hoy en el cúmulo de conveniencias que se llenaría con que se fuera formando por el estudio una plana mayor, capaz de iniciar en Cuba todas las importantes reformas que demandan su agricultura y su escasísima industria. Estos conocimientos pueden adquirirse con grandes facilidades en estos países, donde los adelantos de todas clases han alcanzado un gran desarrollo, y donde la enseñanza profesional está planteada con todos los elementos y adminículos necesarios para su más pronta y completa adquisición. Pero hay entre todos esos conocimientos uno tan íntimamente enlazado con nuestra propia existencia como país productor, que él solo bastaría para asegurar una carrera honrosa y lucrativa á una multitud de jóvenes, y para influir poderosamente en esas modificaciones de nuestra industria, que solo los que estén ciegos ú obcecados pueden rechazar en nuestras circunstancias. Me refiero al de la fabricación, o mejor dicho, extracción de azúcar de caña.
 Cuba está hoy presentando el extraordinario espectáculo de una comunidad que cuenta y figura entre las más ricas y prósperas, y que debe ese adelanto y esa riqueza a una industria que descansa todavía sobre el más ciego empirismo. En más de mil ingenios de nuestro país, el maestro de azúcar es la clave principal de todo el edificio. El es en definitiva el que resuelve la cuestión vital del rendimiento de nuestros campos. En su práctica, en su experiencia y sus conocimientos reposa la suerte de todo el país, y ¿quién lo creyera? ese hombre, en noventa casos de ciento, no sabe leer ni escribir, ni tuvo más maestros que su padre o su vecino, quienes a su turno aprendieron en las tradiciones que tienen su origen en el saber industrial del siglo XVI.




 Semejante estado de cosas pudo explicarse y tolerarse en las épocas remotas en que el oficio, á falta de ciencia, imperaba como soberano en todo el mundo productor; pero desde que la química analizó la primera caña de azúcar, y probó con asombro general, que esta contiene primitivamente 18 p. 100 de azúcar cristalizable, y que el maestro de azúcar solo saca cinco 6 seis por ciento de la misma planta; desde ese día, digo, debió dejar su puesto ese agente empírico de nuestros ingenios, o quedar cuando más con el carácter de provisional, hasta que llegara un reemplazante amaestrado en los estudios necesarios para evitar esa pérdida inmensa de la ignorancia y de la rutina.
 Por fas o por nefas, continúa reinando la dinastía de los maestros de azúcar, sin que hayan bastado a destronarla todas las revoluciones industriales de que hemos sido testigos en los últimos treinta años de nuestro siglo. Ni fueron parte tampoco á socavar su funesta dominación, los portentos que una industria rival ha estado mostrando con la sustitución de la ciega rutina por los métodos apoyados en los datos de la ciencia. Semejante persistencia no hace honor a nuestra cultura y adelantos; pero se explica sobradamente por la carencia en que hemos estado de un instituto, donde recibiera nuestra juventud la instrucción teórica y profesional que demanda ese ramo de nuestra producción. Digo que si hay en el mundo un país que debiera poseer un ingenio-escuela, ese país es Cuba, porque Cuba es acaso por su industria azucarera el país más importante de la tierra. Tenemos la reputación y hasta la ambición de pasar por generosos y pródigos, y lo somos en efecto para todo aquello que no tenga una utilidad indispensable, como la tendría sin duda la realización de ese pensamiento. Vero no señor, sería preciso gastar 50 o 60 mil pesos en el planteamiento de esa escuela, y acaso unos 10 o 15 mil pesos anuales para su sostenimiento, y Cuba es demasiado pobre para imponerse semejantes sacrificios. Verdad es que el país ganaría millones todos los años con asentar esa industria sobre bases sólidas; muy cierto, que los métodos económicos para el cultivo de la caña y para la extracción de azúcar pueden desafiar en lo adelante todas las vicisitudes por las que tendrá que pasar esa industria, libertando así de ruina á nuestro país; pero ¿qué valen todas esas consideraciones en parangón con algunos miles de pesos que sería necesario destinar para el logro de esos resultados?
 No es así como se raciocina generalmente en nuestro país, amigo mío; bien sé yo que no; pero se hace y se ejecuta como si así se pensase, y esto para el caso viene a ser lo mismo. ¿Y sabe V. por qué sucede esto? Porque faltan algunos hombres de iniciativa. Para creerlo así me autorizan los muchos ejemplos que he presenciado, de subscriciones y empresas instantáneamente realizadas porque se personó a proponerlas tal o cual sujeto determinado. Parece que nuestra pereza tradicional exige esta clase de incentivos. Solemos con frecuencia conceder a la autoridad de un nombre, lo que negamos á la autoridad de la conveniencia y de la razón. Adelántese, pues, ese nombre que ha de ser cabecera, y dote al país con un instituto que no solo le honrará, sino que podrá resolver unos cuantos problemas de que están pendientes la consolidación e incremento de nuestra industria rural.
 Mientras esto no suceda, amigo mío, fuera muy conveniente que algunos padres de familia, poco sobrados de fortuna para dar a sus hijos una educación liberal, o asaz ricos para no cuidarse de instruirlos en las profesiones usuales, los enviasen a Europa a adquirir los conocimientos agrícolas e industriales, que podrían formarles carreras lucrativas en Cuba, o servirles de enseñanza para el adelanto de su fortuna y para conveniencia del país. Esto mismo están haciendo otros pueblos menos considerables o menos ricos de América. Mejicanos, venezolanos y chileños conozco aquí, exclusivamente dedicados al estudio de la agricultura y de la industria. El instituto agronómico de Grignon cuenta entre sus alumnos algunos sur-americanos, y hace muy pocos días, que asistiendo yo aquí á un ensayo del alumbrado por el gas extraído del agua, me encontré con una docena de jóvenes oriundos todos de los países hispano-americanos, y que siguen con ardor los progresos industriales de la Europa.


 
 Para el aprendizaje de las artes puramente mecánicas, bien sé yo que los Estados-Unidos de América brindan mil facilidades que no se han desatendido por algunos jóvenes de nuestro país; pero no son solo maquinistas los que nos hacen falta, y es preciso reconocer que la instrucción teórica y práctica en la agricultura y en la industria propiamente dicha, está aquí en Europa mucho mejor organizada que en la Unión Americana.
En Francia, en Bélgica y en Prusia es donde debe venirse a estudiar la elaboración de azúcar, y donde podrían formarse excelentes maestros en ese ramo, que aplicando después en Cuba sus conocimientos teóricos y prácticos, podrían sacar esa industria de la rutina ininteligente en que hoy la vemos. Otra ventaja capital se lograría con ese aprendizaje, hecho en países donde la organización de la industria azucarera es distinta de la nuestra. Aquí también se aprendería, que para que el cultivo de la planta sacarina y su elaboración alcancen la perfección posible, es necesario que una y otra constituyan dos industrias separadas. Paréceme a mí que no tanto por ser esta una novedad entre nosotros, cuanto por no tenerse datos suficientes ni confianza en ninguna de ellas aislada, es por lo que no hemos ensayado hasta ahora su separación. Nuestros hacendados no han resuelto aun la cuestión de saber cuál de los dos, el cultivo o la elaboración, es el que verdaderamente determina sus mayores ganancias. Esta ignorancia, más que ninguna otra causa, es la que influye en mantener el estrecho consorcio de esas dos granjerías, que en Europa medran y progresan por razón misma de su divorcio.
 Cuando nuestro país posea hombres que comprendan a fondo la elaboración del azúcar y la verdadera contabilidad de esa industria, entonces veremos plantearse esos ingenios exclusivamente industriales, que son los que realizarán la perfección en ese ramo, y determinarán los adelantos correspondientes en la siembra y cultivo de la caña. El estudio práctico de lo que pasa en estos países con relación a esa hermosa industria, puede mejor que ningún otro acelerar entre nosotros esa época deseada, y yo me atrevería a insinuar la conveniencia de que por nuestras Sociedades, Económica y de Fomento, se costease aquí la instrucción en ese ramo especial de algunos jóvenes aventajados, así como ya lo han hecho con alumnos de pintura y de otras profesiones, no tan directamente enlazadas con los progresos de Cuba. El ejemplo encontraría después imitadores en algunos padres de familia, y poco á poco se iría formando la nueva milicia, a la que se le preparan brillantes conquistas en el porvenir.
 Persisto en sostener, amigo mío, que hay en Cuba una inercia inexplicable. Todos convienen en la oportunidad, sino en la urgencia, de intentar algo que consolide nuestra situación productora, pero nadie se mueve, sino que todos esperan, de las estrellas, supongo yo, el remedio a los males que nos amenazan, si sobreviene un cambio en los precios de nuestros frutos, o si continúa la escasez de brazos que lamentamos. Debiéramos, sin embargo, no aguardar a más tarde, no sea que perezca la nave en medio a la sorpresa y tribulación de la tormenta.
 Su affmo. amigo.

 Colección de escritos sobre agricultura industria, ciencias y otros ramos de interés para la isla de Cuba, La Habana, 1860, pp. 132 y ss.

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