La experiencia inolvidable que acaba de vivir el pueblo de Cuba,
abarcaba una semana de tiempo. Entre dos domingos, del 19 al 26, se habían desarrollado
acontecimientos que sólo ofrecían paralelo histórico, por su trascendencia
cívica, con otros días gloriosos de Cuba: los de febrero de 1899, cuando la
caballería de Máximo Gómez tomó posesión de la capital.
La revolución, en el
correr de los días, acometía tareas titánicas, pero una de las mayores era el
extraordinario esfuerzo de organización y cooperación ciudadana constituido por
la concentración campesina.
El peso fundamental
del gran esfuerzo de recibir, distribuir, alojar, guiar, alimentar y conceder
honor de huésped insigne al hombre olvidado de la Isla, recayó sobre el comité
designado por el Movimiento 26 de Julio, cuyo coordinador provincial, Ángel
Fernández Villa, fue colocado al frente.
Desde fines de junio,
el local de la Sociedad Colombista Panamericana, en Leonor Pérez 251, funcionó
como cuartel general. Con afán y disciplina, en una carrera contra el tiempo,
se planearon y dirigieron las actividades de trasporte, acomodo,
entretenimiento, nutrición, higiene y devolución a sus lugares de origen para
más de quinientos mil campesinos. Los actos del día 26 serían la culminación de
la nueva gesta.
Siempre velando por la
limpieza cívica del acontecimiento, Fidel Castro había recomendado que no se votara
un sólo crédito oficial para la compleja y difícil tarea, a fin de que nadie
pudiera objetar su espontaneidad. Los auxilios a los campesinos tendrían que
surgir del propio pueblo. Y esta confianza en las reservas morales de la
ciudadanía, una vez más, no se vio defraudada.
El comité organizador
dividió el trabajo en siete subcomités, encargados, respectivamente, del
transporte, la vivienda, los campamentos, la recepción, los alimentos, el orden
y la propaganda.
El trasporte funcionó
bajo la supervisión de excelentes activistas del MR.276-7... Se utilizaron los
ferrocarriles, ómnibus, barcos de la Marina de Guerra, rastras. No había
límites de medios de locomoción.
(...) Las compañías
gasolineras no se hicieron las desentendidas. La ESSO y la Shell entregaron 100
000 galones de combustible cada una. La Sinclair y la Texaco, negocios de menor
volumen, ayudaron en la medida de sus recursos.
... Cada
"guajiro" fue provisto de tarjeta de identificación. Sucedió, sin
embargo, algo inesperado: los coordinadores del 26 de Julio laboraron por su
cuenta, lo que hizo aumentar sensiblemente el número de campesinos
transportados. El resultado de la espontánea emulación revolucionaria fue
abrumador.
Hubo dificultades
mayores. El día 19, un grupo de choferes y conductores de algunas empresas
rehuyó trabajar de gratis y se escondió. Esto sucedía con los carros que debían
salir hacia Oriente, Camaguey y Las Villas. Velasco tuvo que correr hacia la
Terminal de Ómnibus y apelar a la persuasión:
-Compañeros, esta
concentración es vital para el triunfo de la Reforma Agraria, que a todos nos
beneficiará. Si ustedes se niegan a colaborar, todos los planes fracasarán.
Ustedes saben que el Gobierno tiene grandes obstáculos económicos y no puede
abonarles sus salarios. Además, esta concentración no debe ser una iniciativa
oficial, sino fruto de la cooperación de todos.
Añadió que la ayuda
era enteramente voluntaria. Si ellos se negaban, tendría que apelarse a
voluntarios. Al fin se acordó cambiar el plan de sacar masivamente los carros
desde el día 19, y se permitió que fueran saliendo paulatinamente en línea de
servicio regular, lo cual permitiría a las empresas abonar el 50 por ciento de
sus salarios a los trabajadores de plataforma. La fórmula convenció a numerosos
“guagüeros” y quedó allanado el conflicto naciente.
El transporte y la
ubicación de los campesinos orientales, camagüeyanos y villareños fue un modelo
de organización. Ya el día 24 habían entrado en la capital 400 ómnibus repletos
de humanidad rural. Llegaban por la Terminal de Ómnibus, mientras las Fuerzas
de la Marina y responsables del MR-26-7 cuidaban el orden. Boy scouts y muchachos de la Juventud Católica, provistos de
documentación, y más aún de respeto y fraternidad ciudadana, dirigían a los
huéspedes hacia los lugares de alojamiento.
Hasta el 25 de julio,
el transporte de campesinos mantuvo corriendo diariamente cinco trenes con 20 o
30 coches cada una, lo que constituía la mayor operación conductora de personas
por ferrocarril en la historia de Cuba. Y el mismo fenómeno tenía lugar por
carretera, por aire y por mar…
El domingo 19, desde el amanecer, las primeras oleadas de la
primera marea campesina, comenzaron a inundar La Habana. Llegaban a millares,
con sus sombreros de yarey, sus machetes y su esperanza…
Como en el Evangelio, “los últimos serán los primeros”…
Venían humildes, sencillos, curtidos por mil soles y
castigados por mil lluvias, exprimidos por la fatiga, el esfuerzo, la
desolación, la miseria, el desamparo de generaciones y generaciones…
Y la ciudad orgullosa les abrió sus puertas. La Habana se
vistió de fiestas, anticipando el 26.
Sólo unos pocos –los egoístas, los reaccionarios-, murmuraban
en la sombra: -Es una barbaridad. No tiene objetivo alguno traer a toda esa
gente. Fidel no hace más que arrastrar al pueblo de un lado para otro.
Algunos, más cobardes y malignos, esparcían frases en un vano
intento de desalentar:
-Quiere echarnos el
pueblo encima…
Y el pueblo no estaba encima de nadie. Los que habían estado
hasta hoy por debajo de todos, marchaban por el medio del camino.
El primer contingente
fue albergado en los locales de los Ferrocarriles Occidentales y la Universidad.
Bajo el pegajoso sol de julio, legiones de campesinos ascendían la escalinata
del Alma Mater, en un encuentro simbólico con la sede de la cultura nacional.
Las calles capitalinas
empezaron a llenarse de sombreros de yarey. Pronto los habaneros, en fraternal
competencia con sus huéspedes de agro, se cubrirían con la misma prenda.
Fue un espectáculo
impresionante el arribo de cinco mil orientales a la Estación Terminal. El
convoy de 21 coches, tirado por las locomotoras 8512 y 1604, entró en el andén
bajo el estallido de las luces de bengala, entre los pitazos de las sirenas.
Millares de cubanos, que nunca se habían visto, separados por leguas incontables,
se saludaban con la mano abierta.
Allí mismo, con una
locomotora por tribuna, se improvisó un mitin. Hablaron los principales dirigentes
provinciales del MR-26-7, los de la FEU y los responsables de la concentración.
Pero más que palabras, por sinceras que fuesen, hablaban los ojos. El
patriotismo ganaba altura por horas.
Ese mismo domingo, por
la mañana, dos mil “guajiros” de Antilla y Banes desfilaban por el Prado,
entraban por el Parque de la Fraternidad y seguían por Monte hasta el Mercado Único,
precedidos por la banda de la Marina de Guerra. De los balcones partían
saludos, ovaciones, sonrisas femeninas, cayendo sobre las escarapelas
tricolores.
Muchos de estos
campesinos se hospedaron en locales ofrecidos por la Asociación de Comerciantes
de la calle Monte, que nunca mereció tanto su nombre de Máximo Gómez. La
fábrica de La Polar abrió sus puertas a doscientos; el resto se alojó en Rancho
Boyeros.
El lunes 20, ya las
legiones iniciales iban cogiéndoles el sabor a la ciudad. Los “guajiros” se
levantaban temprano, según su costumbre, echando de menos el cantío de los
gallos, y sorprendían a los morosos habaneros aún con las sábanas pegadas al
cuerpo. Inmediatamente empezaban a deambular por la capital, incansables y
curiosos caminantes.
Por todas partes les
salía al paso una cordialidad sin reservas. Intentaban en vano pagar su consumo
en los cafés y restaurantes: algún otro parroquiano abonaba por ellos o el
dueño se negaba a cobrarles.
Uno de los primeros
tropiezos psicológicos lo constituyó el transito capitalino, más temible para
ellos que un ciclón en el campo. Se confundían con las luces y pasaban las
bocacalles cogidos todos de la mano, por precaución, creando problemas a la
circulación, sin que nadie osara burlarse.
Sus peores enemigos eran los carteristas. Algunos fueron víctimas
de la prestidigitación, pero fueron pocos. El hábito de andar juntos y su
recelo campesino les ayudó mucho a detener a los pequeños cacos. En realidad,
prestaron un eficaz servicio a la policía, capturando a docenas de rateros de
ese tipo.
Aunque la ciudad
“desterró” en honor de las “guajiros” su malicia habitual, no hicieron lo mismo
aviesos periodistas extranjeros, al servicio de empresas reaccionarias. En una
ocasión hicieron posar a un grupo de “guajiros” con el puño izquierdo en alto.
El diario Revolución comentaba:
Irán con esas
fotografías, producto de la mala fe, a tratar de desvirtuar el sentido de la
revolución cubana.
Pronto cundió la
desconfianza y la prevención entre el elemento campesino. Más de un fotógrafo
de la prensa extranjera sufrió agresiones –sin que fueran desenvainados los
aceros- de las cuales salió con las mejillas ardiendo. Hasta periodistas cubanos fueron confundidos
con agentes provocadores y tuvieron dificultades.
Sin embargo, eran
incidentes rápidamente superados. Lo que les recibía por dondequiera era el
saludo amistoso, el diálogo cordial, la fiesta de las almas. Esto estaba en la
misma atmósfera que se respiraba.
La televisión, la radio
y los periódicos, les concedían atención preferente. Todos los programas se
discutían su presentación, poniéndolos en contacto remoto con sus familias.
Toda la gama del patetismo aparecía en las pantallas. Algunos lloraban,
recordando a los seres queridos. Otros pedían una guitarra y cantaban décimas.
Ninguno fue tan
efectivo para favorecer ese ambiente fraternal como La Operación Guayabera, en
el telemaratón del Canal 12. Durante cinco días, abarcando más de 135 horas
continuadas, el pueblo desfiló por él aportando presentes –ropas, víveres,
dinero- sacados de su propia pobreza y ofreciendo un espectáculo de genuino
humanismo, sin alardes.
Solos, sin más armas
que su entusiasmo cívico, ignorados por otros factores importantes del negocio,
los animadores del telemaratón cosecharon el más activo calor del pueblo. Los
niños llevaban sus alcancías, las madres y padres sus jabas y paquetes. Ismael
Suárez de la paz, el comandante Echemendía de la clandestinidad, relataba las
emotivas anécdotas infantiles.
-Los vimos traer sus
centavitos, sacrificando la merienda. Un chiquillo de cuatro años se escapó de
su casa y se apareció con un policía para entregarnos 39 centavos. Otro trajo
la mitad de sus juguetes para los guajiritos de la Sierra. Una botella con los
colores del Movimiento 26 de Julio se subastó en 50 pesos y por un mechón de
pelo de Fidel, el primero que le cortó su barbero después de bajar de los
montes, pagaron 600 pesos.
Era un repique
insistente, intermitente, el de los repiques de los teléfonos en las estaciones
de radio y televisión. Llamadas por centenares, por miles, ofreciendo albergue,
comida, ropa. Las clínicas y centros hospitalarios donaban chequeos gratis. Los
industriales y los obreros de tintorerías y lavanderías se prestaban a lavar
gratis las ropas del sin fin de
huéspedes capitalinos. La lista de entidades y corporaciones culturales, religiosas,
obreras, estudiantiles, que abrían sus locales, resultaban impresionantes.
Y no era más que el
lunes 20. Faltaban aún seis días para la gran concentración, y ya las
instituciones más diversas bullían de escarapelas, machetes, guayaberas,
zapatos de vaqueta… Seis mil campesinos, alojados en la Universidad, comían en
Triscornia. La Marina de Guerra Revolucionaria, albergaba setecientos, y
preparaba locales para dos mil más. El responsable de alimentación del 26 de
Julio, Carlos Julien, anunciaba servicio de 40 000 raciones diarias.
Se divulgaba un programa
de festejo con juegos de pelota, conciertos de puntos guajiros, tandas gratis
en los cines, shows en los mejores cabarets,
festivales deportivos y funciones al aire libre, todo en bandeja de plata para
los hermanos del campo (…)
Fragmento I: "Más de un millón de cubanos se congregó en la Plaza Cívica el 26 de julio"
"Fotos de Barcala, Venancio, ANTE, Grimón, Báez, Quilez, Miralles, Iglesias, González, Amador y Caparrós"
Bohemia, No. 31, 2 de agosto de 1959.
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