ASOCIACIÓN PARA SOCORRER A LAS MUJERES Y NIÑOS
DESVALIDOS
POR
EL
Dr.
MANUEL DELFIN
SECRETARIO
DE LA JUNTA CENTRAL DE BENEFICENCIA
El ruido de los coches, el bullicio de los
parques y paseos, la deslumbrante luz de los comercios, el constante batallar
de las industrias, el vocerío de los vendedores; las músicas, los repiques de
las campanas de las Iglesias, el silbato de los trenes y vapores, el ir y venir
de los que se afanan por realizar sus negocios y la sonriente alegría de los
satisfechos, ocultan á nuestra vista las lacerías de esa sociedad, acallan el
gemido de los que lloran allá en su humilde é insalubre rincón por sus amargas
penas, por su horripilante miseria.
Cuba, dicen los cubanos y repiten todos los
pueblos de la tierra, es un edén de riqueza: produce más de un millón de
toneladas de azúcar, y el rico aroma de su tabaco embalsama el palacio de todos
los reyes. En su suelo fértil como ninguno, nace la dulcísima piña y crece el
gigantesco cedro… pero !ay! señores, todo eso sirve sólo para hacer más claro
el relieve del contraste entre la riqueza y la miseria; el amargo de la pobreza
es más subido cuando se ha libado el dulce de la felicidad.
Aquí, en esta tierra rica y pródiga hasta
lo inverosímil, hay una muchedumbre tan pobre que carece de lo más
indispensable para conservar la salud y lograr la vida. Vive en habitaciones
húmedas, oscuras, no ventiladas y sucias; arrastra su existencia larga en el
ayuno obligado; duerme en lecho inmundo y mal oliente, sin sábanas, sin
almohadas, sin aire para sus pulmones, sin alegría para su espíritu.
No es el mendigo anciano, vencido por una
dolencia cualquiera, es el niño, esperanza del porvenir, el que así perece en
los grandes centros de población; es la joven soltera ó viuda, que opilada por
el ambiente se rinde vencida por la miseria.
La pobreza extrema, señores, es el factor más
eficaz para producir graves trastornos sociales: en el orden material,
generaciones enteras de tuberculosos; en el orden moral, falanges interminables
de criminales.
Cuando yo veo que la tisis pulmonar cada día
se difunde más, así en extranjeras tierras como en tierra cubana, no busco la
causa en otro lugar, sino en el tugurio inmundo del miserable abandonado y
olvidado de la sociedad poderosa; me doy cabal cuenta de esas cifras
aterradoras al ver que junto al fausto deslumbrante de los poderosos se abre la
covacha de los desheredados de la fortuna. Allí nace el niño, sus labios buscan
en vano en el exhausto pecho de la joven engañada y anémica un alimento que no
nutre; allí crece el nuevo ser respirando los miasmas pútridos del caño ó de la
cloaca ó de la letrina; alimentándose con el merodeo de las plazas y mercados;
y allí, ó muere sin haberse desarrollado, ó si logra alcanzar la edad juvenil,
es sólo para vivir en el presidio o para llevar los gérmenes tuberculosos a
toda la ciudad. Y así multiplicada esa familia forma una generación decrépita
por viciosa y enclenque.
Ante ese espectáculo aterrador, pero que no
por aterrador deja de ser real y positivo, hube de pensar en poner remedio a
tanto mal, y, confiado en la virtualidad de los grandes ideales, convoqué con
diez mil avisos, distribuidos por toda la ciudad, a las almas generosas y á los
patriotas no contaminados por el egoísmo, para exponerles mi pensamiento, para
revelarles el secreto que hace años llevaba encarnado en mi corazón: la
constitución de un asociación que busque y rebusque con empeño á esos seres que
sufren en el olvido; que se hallan envueltos en la negra noche de la más cruel
desesperación, que no tienen cama donde dormir, abrigo para cubrirse en el frío
de su miseria, que no respiran aire puro sino fétidas emanaciones; y acudieron
cuarenta personas á las cuales pude comunicar mi entusiasmo y mis deseos, y en
una sesión les expuse la manera de redimir de su desgracia á tanto niño
hambriento y á tanta mujer anémica.
Esta obra de redención, si logra echar
profundas raíces en las grandes ciudades cubanas, evitará males sin cuento á
nuestra patria; pues cuando se levanta el espíritu a los desvalidos, haciendo á
su derredor un ambiente de luz y de vida, censan las amenazas de grandes
perturbaciones sociales, desaparecen esas grandes tempestades que cubren de
negras nubes el cielo y de sombras densas la tierra.
Porque, señores, es preciso que todos nos
convenzamos de que un pueblo no puede ser feliz, libre ni independiente cuando
una gran parte de sus moradores muere de hambre, mientras otra parte tira al
abismo de los vicios y del lujo cuantiosa fortuna.
La casa del pobre no puede seguir en la
tierra de la luz y del oxígeno, obscura y mortífera; no puede ser que en Cuba,
la tierra pródiga, tengamos una gran parte de nuestra población viviendo en
antros tenebrosos, y condenada á la tuberculosis y á la muerte. Si en el año de
1902 la estadística nos avisó que en las provincias cubanas fallecieron 3963
personas de tisis, también ha tocado á nuestras puertas para avisarnos el grave
peligro que corre un pueblo naciente con semejante mortalidad, causada por esa
afección, que como el moho solo brota en los edificios en ruina y mal
construidos; y su aviso no debemos echarlo en olvido.
Agítase en estos momentos el gran problema
de la construcción de un sanatorio para asistir a los tuberculosos: yo no voy á
discutiros si es ó no oportuna su fundación, creo que si se llegase a realizar
el pensamiento de sus iniciadores, nuestro país habría dado un gran paso en el
camino del progreso y de la civilización; pero el sanatorio sería para las
clases pobres y desheredadas solo una tregua; puesto que el infeliz
tuberculoso, después de recobrada su salud ó mejorado en algo de su dolencia,
tendría --al volver á su casa-- que ponerse otra vez en el mismo medio que le
produjo su mal: volvería a respirar en un ambiente infecto, en una atmósfera
saturada de amarguras y tristezas. Y he aquí la altísima misión de la
asociación naciente: preparar al enfermo, ya curado ó notablemente mejorado, un
hogar apropiado á su estado de convalecencia. Y si así no lo hacemos, el
sanatorio ó será una ilusión ó sólo se levantará para los favorecidos de la
fortuna.
La “Casa del Pobre”, que así se denomina la
asociación, tiene, pues, por objeto sanear el hogar del menesteroso, cuidar del
niño desvalido, levantar á la mujer que ha caído en la sima de la miseria y del
dolor. Para realizar este bellísimo ideal cuenta con el generoso pueblo de
Cuba, pues llama á la puerta de los que algo poseen para socorrer á los que nada
tienen: con el insignificante centavo del niño pudiente, del obrero dadivoso,
del comerciante, del hacendado, en una palabra: de todos los que vivan bajo el
cielo azul de este pedazo de tierra americana, se propone realizar el ideal de
la caridad moderna, de poner al necesitado en condiciones de trabajar y luchar
por la vida con probabilidades de éxito. No va á crear un nuevo ejército de
holgazanes, sino á llevar oxígeno á la sangre de los anémicos, para que sean
factores poderosos de nuestro progreso y de nuestra civilización naciente.
Para llevar al terreno de la práctica
nuestro pensamiento, hemos de dividir la ciudad en secciones, y en cada sección
tendremos delegados que busquen el desvalido, que atiendan á sus lamentos y sus
quejas. Y llevaremos al hogar inmundo los beneficios de las ciencias, las
alegrías de la limpieza y el aseo, sin olvidar que, junto al pobre digno de
amparo y de misericordia, se halla también el perezoso que busca en el
sentimiento caritativo de los demás una manera de rehuir el trabajo.
Difícil es la empresa, señores: no se nos
ocultan las asperezas del camino que hemos de recorrer: ya hemos descontado de
mano la censura de los egoístas, la crítica de los indiferentes, la burla de
los descreídos y la maledicencia de los inconformes de siempre. Yo no diré que
nuestro pueblo no está educado para empresa tan ardua, porque la educación la
han de realizar los que se creen capacitados para emprenderla. Yo no temo á los
que nos combatirán, sino á los que con la sonrisa en los labios y aplaudiendo
nuestras intenciones, rehuyen prestarnos su cooperación. Somos veleidosos; en
un momento de entusiasmo somos capaces de llegar hasta el sacrificio, aunque
éste resulte inútil; pero tenemos poca perseverancia, nos entregamos vencidos
sin haber luchado, y si luchamos, nos amedrenta más la duración del combate que
las armas del enemigo.
La Casa del Pobre será; porque así está
escrito y porque es una necesidad hondamente sentida por nuestro pueblo
desvalido.
III Conferencia Nacional de
Beneficencia y Corrección de la Isla de Cuba (1904), Memoria Oficial, La Habana, 1904, imprenta La Moderna Poesía, pp. 229-32.
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