Serafín Ramírez
Teníamos cosmoramas, maromas, corrida de
toros, ascensiones aereostáticas, recreaciones físicas, funciones ecuestres de
un tal Piculín en donde figuraba el aplaudido «Romano» que bailaba en la cuerda unas
tiranas con primorosas actitudes. En el Tívoli mil diversiones y pasatiempos
que proporcionaban al pueblo grato solaz: allí se exhibían hombres incombustibles,
fieras, jugadores de mano, figuras de cera; se hacían fuegos artificiales y se daban
grandes asaltos de esgrima.
En la calle de Mercaderes, casa conocida por de la
Cruz Verde, se construyó por un mexicano un teatro automático en el que se
hacía entre otras piezas, una titulada «Armida y Reinaldo» en la cual se veía,
perfectamente imitado, un mar embravecido, una nave que se sumergía, serpientes
echando fuego, furias infernales, etc. Este teatro se exhibió mucho tiempo en
distintos puntos de la Capital y en toda la Isla, hasta que volvió a esta ciudad
y en 1831 lo admiraban las gentes en la calle de la Muralla número 70. Mr.
Flottes, flautista, y Guillot, clarinete, ambos primeros premios del
Conservatorio de París daban conciertos, asociados a otros muchos artistas que
encontraron aquí. También tuvieron lugar por esa época las sesiones clásicas
del violinista Halma, más adelante las de los esposos Canderberck, arpista y
violinista, y por último las de la célebre Feron, cantatriz de fama europea (…)
…En la calle de San Ignacio no.
15, se presentó en 1820, durante algún tiempo, un italiano, don Pedro Hellene,
que ejecutaba un armonioso concierto a
solo tocando a la vez cinco instrumentos e imitando al mismo tiempo el canto de
varios pájaros.
Fragmentos de la Habana Artística, Revista
cubana, tomo VI, 1887, pp. 76-77.
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