Pedro Marqués de Armas
Después del viaje de José Juan Tablada en
diciembre de 1918 -más bien del salto que le hace caer de pie en la vanguardia,
al trazar su ideográfica “Impresión de La Habana”-, y de la estancia de Salomón
de la Selva paseándose con el manuscrito de El soldado desconocido bajo
el brazo; la próxima visita será la del ultraísta Humberto Rivas trayendo desde
España el mensaje -o quizá el fantasma- de Vicente Huidobro. El fundador de la
revista Ultra, el hoy recuperado autor de El gallo viene en aeroplano,
le escribe al chileno el 30 de noviembre de 1922 anunciando que en par de
semanas parte a Cuba. Le mueven variados proyectos, entre ellos divulgar el credo
creacionista:
Voy a dar conferencia acerca de
varios temas literarios y me propongo hablar del
creacionismo y de usted. Le ruego que me envíe a vuelta de correo, si le es
posible, su último libro, un ejemplar de Poemas árticos, otro de Hallalí y otro de Ecuatorial.
A mi regreso fundaré en Madrid una
Casa de Artes para conferencias, exposiciones y conciertos. Además,
continuaremos la publicación de la revista, sin las obligadas deficiencias de
antes.
Yo he preparado dos libros de
versos. Uno de ellos se editará en Cuba.
En espera de sus noticias, le
saluda muy cordialmente…
Con el sello de Ultra, Rivas firma su
carta en Gijón, no en Madrid ni en Barcelona, donde mayormente se desenvolviera.
Es en esa ciudad asturiana donde topa meses antes con un amigo de juventud: el
periodista y luego maestro republicano Domingo Rex. Y será con él con quien emprenda
aquel viaje a la isla caribeña del que hoy se sabe que fueron muy diversas las
motivaciones.
En representación del Principado de Asturias,
se proponían impartir charlas sobre el “proyecto ferroviario de las cinco
villas”, que conectaría a los consejos de Caravia, Villaviciosa, Colunga y
Gijón, con lo que esperaban obtener ayuda de los empresarios asturianos en la isla.
Claro que eso convoyado con una amplia promoción cultural que, además de la
proyección del filme Asturias en Cuba, comportaría ciertamente la
realización de no pocas veladas poéticas y teatrales, lo mismo en los
principales escenarios de La Habana que en el interior del país.
Pero ¿de Huidobro qué? Sobre el viaje, ya
Gerardo Diego le trasmitía al poeta chileno en carta del 27 de enero de 1923:
“Humberto Rivas que estuvo aquí una temporada ha marchado a Cuba con asuntos nada literarios”. Para entonces, llevaban
los cofrades tres semanas en La Habana, donde, tras la visita de rigor al Diario
de la Marina, presentan el último número de La España Gráfica y
Literaria -dedicado por entero a Asturias- y disertan en el Campoamor sobre
el teatro y la música asturianas. ¿Respondió Huidobro a la primera misiva de
Rivas enviándole sus libros? ¿Viajaron estos con el ultraísta madrileño? No lo
sabemos.
Lo
cierto es que, a poco de arribar a la isla, el 16 de enero, Rivas volvía a
solicitar sus favores aunque ahora con una nueva motivación: que le enviara cuanto
antes algún estudio sobre el arte negro de los tantos publicados en París. Citada en ocasiones, siempre a medias, y también con
el logos de Ultra, reproduzco la carta en totalidad:
Querido
poeta: ya le escribiré más extensamente comunicándole mis impresiones. Llegué
enfermo y he tenido que estar tres días acostado. No sé todavía cuándo daré la
primera conferencia. Este es un pueblo fenicio; pero hay un grupo de muchachos
curiosos que espera la revelación con gran interés.
Ahora
dos letras para pedirle un favor. Le agradeceré y le ruego muy encarecidamente
que me envíe lo más pronto que le sea posible alguno de los estudios que se han
publicado en París acerca del arte negro. Rosenberg creo que tiene algunos
folletos gráficos. Me interesa tener en seguida algo de lo que se ha escrito en
París sobre esto y le suplico a usted que me lo mande a vuelta de correo, al
Centro Asturiano de La Habana.
Ya
sabe que es su buen amigo y devoto…
Dos años antes, en encuesta para la revista Action,
Huidobro había acuñado su célebre sentencia “Amo el Arte Negro, porque no es un
arte de esclavos”. Era famosa la colección de piezas de arte africano que
atesoraba en su gabinete, y hasta tuvo tiempo de emprenderla contra la
“grotesca mistificación” que suponía su moda en París. Así que nadie mejor que aquel
amigo de los años madrileños, al que conociera en el café Pombo, para dirigir su
petición. ¿Le hizo Huidobro llegar alguno de esos estudios?
Por otro lado, la estadía cubana de Rivas y
Rex se extiende nada menos que hasta mediados de mayo, sin que asome -pese al
abundante seguimiento en la prensa- ninguna referencia a Huidobro y su
creacionismo, como tampoco a la revista Ultra.
Sin embargo, se impone más de una sospecha:
que la correspondencia se haya mantenido desde Cuba tras haber anunciado el
viaje dos meses antes; que al margen del “programa asturiano”, Rivas se interese
e intente sacar partido -sin dudas impactado por su fuerza- de la expresión
afrocubana; y, por último, que más allá del “pueblo fenicio” encuentre a un
grupo de “muchachos curiosos que esperan la revelación con gran interés”.
¿Qué revelación? Desde luego, no se refiere a los escritores asturianos que ha de promover oficialmente, como Agustín
de la Villa y Pachín de Melas, este último con un entremés en bable. No puede
sino aludir a la promesa de hablar del creacionismo y de la obra de
Huidobro, sin que perdamos de vista que se trata de una revelación en tierras vírgenes,
allí donde no ha llegado la prédica de los modernos.
Siempre de acuerdo con los periódicos, Rivas
comparte con los poetas Gustavo Sánchez Galarraga y Alberto Riera -éste el
luego difunto amigo en un conocido poema de Tallet, fantasma apenas entrevisto salvo
por los versos en que habita-, el dramaturgo Luis Llaneza, y con el buen cronista
Miguel Ángel Limia; pero también -y ahora según recuerda en carta a Bergamín,
dos décadas más tarde- con los jóvenes Jorge Mañach y Juan Marinello.
Difícil que, habiendo coincidido con cualquiera
de éstos no haya divulgado, a la altura de 1923, al margen del cometido del viaje,
tanto el mensaje de Huidobro como el suyo propio. Tenía planes, además, de publicar
un libro de versos, como comenta entusiasmado en la primera misiva, al tiempo
que elude referirse a esos “asuntos nada literarios” de que se informó Gerardo
Diego.
En este sentido, nos asiste el testimonio del periodista asturiano Luis M. Somines, entonces radicado en Cuba, y
quien, desde su sección “Miscelánea” del Diario de la Marina, apuntaba
en 1928: “Con Humberto Rivas tuve cordial amistad cuando estuvo en La Habana
hace unos años, y no pocas discusiones sobre el vanguardismo”. Somines, que
fustiga los “disparates” de los ultraístas, evoca de paso a poetas como Gerardo
Diego, Pedro Garfias, Adriano del Valle, Juan Chabás y, entre otros, a José
Rivas Panedes, hermano de Humberto.
Se haya hablado mucho o poco, en medios
públicos o no, Huidobro no era -por demás- un desconocido. Una incursión inicial
se remonta al verano de 1920, cuando aparece en Orto un fragmento de la entrevista
que concediera un año antes al poeta Ángel Cruchaga Santa María. Facturada en
Manzanillo, al otro extremo del país, Orto acogió alguna que otra señal
de las vanguardias. Es curioso que fuese en esa revista, y no en las habaneras El
Fígaro y Social, donde encontró espacio el diálogo con su
coetáneo ("Conversando con Vicente Huidobro", El Mercurio, 31 agosto de
1919).
Oscuros más que nada por lo poco accesible de las publicaciones que circulan antes del “minorismo”, el estudio de estos años podría arrojar sorpresas. En un número de La Montaña (publicación de la colonia montañesa editada en La Habana), aparecen, justo de enero de 1923, sendos artículos con referencias a Huidobro; el primero, una reseña de J. Díaz Fernández sobre Imagen de Gerardo Diego -"discípulo predilecto del precursor del creacionismo"-; y el segundo, también sobre Diego, con firma de Antonio Machado. Por demás, revistas como las mexicanas El Universal Ilustrado y Zig-Zag y las españolas Grecia y Cosmópolis se recibían en la isla. Sería raro que no se conociera el “affaire” Reverdy o la querella con Gómez de la Serna.
Rivas y Rex acabaron su estancia con una
función en el Teatro de la Comedia. Tras pasearse por toda la isla, hicieron suficiente
dinero, recuerda Rex en sus memorias. De vuelta a España siguen con sus
conferencias, pero muy pronto el madrileño pone rumbo a Veracruz. En México,
Rivas se suma a los estridentistas; troca así el Pombo por el Café de Nadie,
donde figura activamente. Se aproxima luego a los Contemporáneos, al tiempo que
edita Sagitario y Circunvalación, ambas reseñadas en Avance,
que acoge, además, su poesía.
En su largo exilio mexicano, reivindicó
siempre a Huidobro, a quien a su juicio no se le había hecho toda la justicia
que merecía.
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