Vicente Huidobro
Como espiral lanzada de New York a París
viajaste por el cielo del Atlántico, el cielo gris
se llenó de tu sonrisa…. Sonrisa de ancha sala
avanzando por inciertas rutas
Las olas se levantan para verte pasar y te deslizas
a lo lejos, como la luz cuando rompe el alba.
Las montañas se acercan y giran,
las naciones se alejan en filas, camino del ayer.
Tu ruta perdurará en la historia del mundo
como un arcoíris entre América y Francia,
como un lazo invisible de sonido y fragancia,
más fuerte que ninguno, más vital y profundo,
Bajo ese arco triunfal, desfilarán los siglos
en eterno y penoso caminar.
Bajo ese arco triunfal musitan las olas su quejumbrosa
sonata interior.
Bajo ese arco triunfal cantarán los navíos su moderna
canción.
Los hombres se adormecieron cual agotado ejército
cuando el aire se llenó con el cántico de tus hélices
y el peso de tu alado
motor,
domador de horizontes y destino,
pionero de rutas nuevas.
Cuando la gente supo que estabas en el aire, despertaron;
millones de ojos se alzaron en una misma plegaria
y el mundo vibró como un tambor.
¡Hurra! Rebotando de abismo en abismo,
entre nubes de piedra, saltan chispas de llamas a su paso
… Es el mismo,
el mismo corazón del aire intacto.
La eternidad sobre el naufragio,
y por encima de ambos la trémula confianza de las alas
inclinada sobre los confines del espacio.
En la misma imagen, la del hombre
que revolotea por el aire
arrastrando remotas sombras, olor de planetas nuevos,
correteando como un perro por la Vía Láctea.
Es él,
el mismo
blanco sobre el abismo
Amo y Señor
del tiempo y del espacio.
¡Hermoso! ¡Hermoso!
Es la marmórea obra de los sueños.
Tu cabeza en el cielo, y el cielo una corona
de calladas estrellas para ti.
Una nube te trae una guirnalda de rosas,
y desde arriba contemplas este pobre globo
sembrado de cruces,
este planeta nuestro rodando en el vacío,
lenta, muy lentamente, salpicado de luces,
navío a la deriva por las aguas de un río.
Vida.
Tierra.
¿Lo ves? ¡Qué cosa más absurda!
Un camello marca el ritmo del desierto.
Pasa apresurado un tren.
Un hombre que piensa,
una mujer que baila
A lo lejos un cementerio como un rebaño muerto,
y un oso solitario
que lame el eje de la tierra en el centro del Polo.
Ahora regresas como un cometa
con el manto de la victoria
y una bandada de aplausos aletea hacia tu gloria.
Como en día de fiesta, el cielo
aparece engalanado de encajes, y en él, bordado tu nombre,
Niño imprudente, apenas tenías algo más
que veinte años de sonrisa,
y eras feliz, como una isla tras prolongado viaje…
Ahora has de soportar la seriedad de un millón
de personas.
Más que importa, tu hazaña lo ha hecho todo
más puro, más elevado,
levanta las montañas, levanta las llanuras,
levanta el entusiasmo de las almas más duras.
Por ello yo, en mi lengua española, *
en mi idioma sonoro con retumbar de olas,
idioma que hablaba en las tres carabelas
que descubrieron el Mundo en el que tú naciste,
te saludo y te canto:
porque tú hazaña evoca la historia de mi raza,
la proeza de España.
*Este verso hace suponer que el poema fue redactado originalmente en español. [Nota de la revista]
La presente versión es traducción del original inglés hallado en los archivos del poeta, único hasta la fecha conocido. [Nota de la revista]
Poesía, núms 30-32, Madrid, 1989, pp. 256-258.
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