Juan Marinello
Nuestro alto Agustín Acosta ha dado
a luz un nuevo libro: La zafra. Lo forman poemas encendidos de cubanismo,
de patriótico anhelo. No es discutible la oportunidad del esfuerzo ni tampoco
la pertinencia del toque de alarma que es todo el libro. Mucho menos puede
discutirse el éxito que ha seguido al duro propósito de “poematizar” graves cuestiones
político-sociales. Nuestro gran proceso industrial -que va siendo también
nuestro gran problema nacional- pedía, de antiguo, el verbo fuerte que lo
cantara como está reclamando a toda hora el pensador sereno y hondo que señale
rutas en él, si es que esas rutas existen. Pero, el libro de Acosta es algo más
que el largo lamento ante una realidad terrible y que la admonición viril a los
culpables. Ambas cosas, bien logradas, ya serían mucho. Se logran en el libro;
pero posee él, además, un valor lírico que llega, en algunos momentos, a grado
muy eminente. Una íntima y larga identificación con nuestra tierra y con sus
problemas dolorosos, ha permitido al vigor lírico del autor de Ala,
descubrir en cada momento de nuestra zafra el dramatismo esencial. Como a todos
esos momentos se ha asomado la pupila luminosa, ha sido sometida a dura prueba
la capacidad lírica de Acosta. A ocasiones, la fealdad de lo descrito ha
querido traslucirse bajo los versos robustos. Siempre el poder mítico del arte
ha salido triunfante. Con la publicación de La zafra, se afirma la varia
fuerza lírica de Acosta. Poeta de sonoridades épicas de metafísicas
preocupaciones y de refinados galanteos en Ala, de tono menor y
sugestión recóndita en Hermanita, se manifiesta en el libro de ahora,
cantor eminentemente civil. En los poemas que, ya terminados, aguardan las
miradas de todos, es la nota especulativa la más fuerte característica.
El Acosta de La zafra será,
sin dudas, el más comprendido, y por ende, el más popular. Su último libro, si
ello es posible, se hallará en muchas manos. Nosotros seguiremos prefiriendo al
Acosta de Ala. Mejor al Acosta que hoy volviera sobre las rutas de Ala,
con algo de la hondura de sus últimos poemas inéditos… Preferencia que descansa
en el concepto que tenemos de lo que debe ser el sentido de la poesía actual y
de la más alta poesía. El preocupado de problemas colectivos ha de resentirse,
fatalmente, de elementos antiestéticos y de énfasis oratorio. Acaso por ser un
híbrido entre la arenga encendida y el ensayo político. Hace vibrar
dolorosamente al alma cubana el libro fuerte de Agustín Acosta y en más de un
momento quisiera el que lee, ver apuntada una circunstancia influyente en el
problema total, o indicada una vía salvadora: porque las estrofas ardorosas nos
descubren heridas cada día más abiertas. Pero el hondo sentido lírico, el
talento poético libre y desembarazado, el ansia de superiores especulaciones,
se detienen ante la realidad descrita. El poeta de los hondos problemas
teosóficos, ha ido con su bagaje de oro a la realidad inmediata. En ella, ha
guerreado bravamente su corazón de hombre. Agradezcámoselo, pero pidámosle
también, la vuelta pronta a la montaña.
Gaceta de Bellas Artes, La Habana,
Año III, números 1 y 2, enero-junio de 1926, pp. 23-24; recogido en Cuba. Cultura: Obras, Editorial Letras Cubanas, 1989, p. 279.
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