Manuel de Zequeira
Yo vi por mis propios ojos
(Dicen muchos en confianza)
En una escuela de danza
Bailar por alto los cojos:
Hubo ciegos con anteojos
Que saltaban sobre zancos,
Y sentados en los bancos
Para dar más lucimientos
Tocaban los instrumentos
Los tullidos y los mancos.
Dejó luego el abanico
Una negra conga y sucia,
Y entre ella y el rey de Prusia
Bailaron el zonzorico:
Un musulmán de Tampico,
Que era ciego, con carbón
Dibujó a la perfección
Lo que observó en el estrado,
Y en un círculo cuadrado
Le envió el mapa a Salomón.
Cicerón y Preste Juan
Archiduques de Judea,
Riñeron con Dulcinea
Por celos de Tamorlan:
Don Quijote en Perpiñan
Tuvo a mal estos conciertos,
Y vino por los desiertos
Con los siete griegos sabios
Desfaciendo los agravios,
Y enderezando los tuertos.
En esta misma ocasión
Se vieron distintas cosas,
Que por ser maravillosas
Se hacen dignas de atención:
Fue destruido el Paladión
Entre las ascuas tiranas,
Y las mugeres troyanas
Vasallas de don Rodrigo,
Huyeron del enemigo
Hasta las islas Marianas.
Entonces dicen que fue
Cuando con presteza suma,
Salió huyendo Moctezuma
Sobre el Arca de Noé:
A este tiempo Berzabé
Con chinelas y tontillo,
En Mantua asaltó un castillo,
Y entre otras cosas que callo,
Dio una carrera a caballo
Sobre el filo de un cuchillo.
Viendo la Reina de Hungría
Que tan mal iba la danza,
Quiso emplear a Sancho Panza
En su gran secretaría:
Heráclito se reía
De verlo tan haragán,
Y entonces el padre Adán
Despachó con Amaltea
Ejércitos de Guinea
Para el sitio de Ámsterdam.
Carlos doce, rey de China,
En medio de este rumor
Dictaba sobre un tambor
Varias cartas a Agripina:
Y el Cardenal de la Mina
Que era un soldado sencillo.
Le envió a Horacio en un anillo
Por prendas muy delicadas,
Seis esmeraldas rosadas
Con un granate amarillo.
Sabiendo esta quisi-cosa
Don Homero y don Virgilio
Le escribieron a Pompilio
Cinco décimas en prosa:
La princesa Sinforosa
Se quejó por esto al Cid,
Y entonces allá en Madrid
Los doce pares de Francia,
Compusieron a su instancia
Los Salmos del Rey David.
El devoto rey Melchor
Que fue blanco como armiño,
Mandó por presente un niño
A Nabuco Donosor:
Don Lincoya inquisidor
Lo tuvo a muy mal agüero,
Y entonces aquel guerrero
Llamado Juan de la Encina,
Puso presos en Medina
A Ercilla, Solís y Azuero.
Entre el Géminis y Acuario
Y el camino de Helicona
Atacaron a Pomona
Los ejércitos de Mario:
Y el capitán Belisario
Que fue insigne por su arresto,
Quedó para siempre expuesto
Entre ciegos peregrinos
Andando por los caminos
Apoyado a un anapesto.
Pasando por Erimanto
EI Hércules con su clava
Encontró a la reina Cava
Convertida en el Crisanto:
Bebió el agua del río Janto
Al pasar por Dinamarca,
Y de aquí con una barca
Él y Timantes pintor
Arribaron al Tabor
Donde vieron al Petrarca.
Cuenta por fin Eliodoro
Que nació caso (inaudito)
De una liendra un gran mosquito
Y de este mosquito un toro:
Esto publicaba un loro
Muy ufano en Puerto-Rico,
Cuando alzando en el Guarico
Alto vuelo un tomeguín,
Fue a parar hasta Turín
Con un camello en el pico.
Mitrídades, gran visir,
Sabio en las reglas de su arte,
Conquistó con Bonaparte
El gran fuerte de Aboukir:
Después hicieron construir
Desde Egipto hasta la China
Un puente de cornalina,
Y antes de ponerse el sol
Asaltaron al Mogol,
Y triunfan en Salamina.
Ya sobre aquel hemisferio
Se veían sin disfraz sus reflejos
de la paz dibujados por Tiberio:
Mas después con vituperio
Los borró del horizonte
El terrible Faetonte,
Porque este desde la Rioja
Incendió con bala roja
La barquilla de Aqueronte.
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