Un país tan cosmopolita como los Estados Unidos ofrece, como ningún otro, campo propicio al regionalismo. El organillo italiano, el pequeño usurero judío y Carmen coupletista, constituyen otros tantos pequeños mundos cuya supervivencia ha dependido mucho de su personal acomodación a la imagen que de ellos se ha querido formar el norteamericano. El caso de los poetas negros, como el de los negros en general, en los Estados Unidos, se agrava por el hecho de que existe, como es visible, una especie de represión en los norteamericanos, en cuyo teatral siglo XIX juegan los negros un papel de troyanos que proporcionan, entre los campos de algodón, el necesario contraste en que se mueve la prosaica epopeya de la novela de Herriet Beecher Stowe. Con su lectura, los negros adquirieron un sentido de lastimera importancia al que iba unido el secreto de una actitud de víctimas que habría de garantizar su éxito. Y es curioso observar la transferencia de una actitud que es un mea culpa en el caso de los compasivos escritores norteamericanos, a los negros mismos, cuya lira monocorde hará vibrar su acento de un siglo al otro.
Pocas antologías poéticas se
atreverían a incluir en sus páginas producciones de poetas negros. Y cuando lo
hagan, como lo hace Louis Untermeyer, escogerán poesías en el dialecto de Paul
Laurence Dunbar (1872-1906) patriarca de los poetas negros de América, cuya
mayor preocupación era precisamente la de no concentrarse en el dialecto.
Asunto frecuente de dramas
modernos desde “All God´s Chillun got Wings” de O’Neill, hasta “Green
Pastures”, el negro intelectual norteamericano ha vivido en el dilema de
olvidar su color y de superarlo haciéndolo olvidar, para sumarse al general
parnaso —y en este caso se aplica a las más puras normas de versificación
inglesa y habla en difícil— o de aceptar su sitio social, con todas las
implicaciones de humillación injusta y de insinuación de valores profundos , de
aptitudes estéticas que con su fuerza equilibrarían, en su mundo menos
imperfecto, una simple “anomalía pigmentaria”.
En tanto, su música muscular,
sensual, útil como un aullido, se apoderó de los Estados Unidos. Los “blues”,
que atacan por igual al portero del pullman que al millonario que viaja en él,
y el “tap”, llegaron a unir, por diferentes rutas, al blanco y al negro cuando
ambos expresan, bailándolo, la alegría de reproducir los impulsos ancestrales
que todos llevamos en el subconsciente colectivo de Jung. Los “blues” abren a
los poetas negros de los Estados Unidos una puerta más hacia el éxito. Los
cultiva con preferente delectación, y luego existe un Sherwood Anderson que les
da ejemplo de refinado primitivismo, y un Vachel Lindsay que ha cantado con sus
ritmos genuinos, y hay para las mujeres una Sara Teasdale que imitar. Poco a
poco, los poetas negros, —como los judíos, como los italianos— irán abandonando
el dialecto. El reconocimiento universal de su calidad de poetas (los versos
suyos empiezan a aparecer en revistas y en antologías europeas) los animará a
continuar una obra que ofrece ya características de singular valor, pero cuya
aspiración parece todavía la de incorporarse a la poesía norteamericana cuyos
colores borra su generalidad.
El primer negro de quien se sabe
que haya escrito poesía en los Estados Unidos es Phyllis Wheatley. El primero
que logró la incorporación a la poesía norteamericana fue Paul Laurence Dunbar.
De este alto poeta en adelante, hay no menos de veinte poetas negros, de buena
calidad algunos, como Richard Bruce, Waring Cunney, y Edwards Silvera, nacidos
en 1906. Countee Cullen, autor de tres libros de versos y de una Antología de
la Poesía Negra, y Langston Hughes, de quien han aparecido traducciones en
“Sur” recientemente, nacieron, respectivamente, en 1903 y 1902. Langston Hughes
es seguramente uno de los más interesantes poetas negros del momento.
Vagamundo, estuvo en México durante quince meses, aprendió español, enseñó inglés, fue a las corridas de toros y escribió su primer poema publicado en revistas: El Negro habla de los Ríos”.
De aquí fue a Nueva York y viajó luego a África y a Europa como marino en barcos de carga. Ha sido portero en un Cabaret de Montmartre y cocinero en un Cabaret Negro. Vachel Lindsay lo descubrió.
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