Francois G. de Cisneros
No se puede contentar, ni estar
de acuerdo con nuestros semejantes, en cuestiones de Arte y Belleza. Baudelaire
amaba una mujer mulata paralítica, Verlaine una maritorne llena de granos y
Teófilo Gautier prefería las zagalas abundantes de carnes y propensas a sudar
fuerte; así ante los cuadros, la literatura y la secta fundada por el cubano
que no habla español Francisco Picabia, me he quedado perplejo, pensando si
este compatriota es un sincero fanático de lo raro o un barbián guasón, deseoso
de nombre en su inutilidad artística!
Cuba, país pequeñito y fértil en talento, ha
dado a París una soberbia galería de genios, una parábola que va de lo sublime
a lo ridículo, comenzando en el bardo parnasiano José María de Heredia, en el
doctor Albarrán, en el mulato Severino de Heredia, en el violinista White, en
el timador de exquisiteces Augusto de Armas y terminando en el payaso
“Chocolate”, en el bailarín Príncipe de Cuba y en el Pontífice carnavalesco de
la Orden Dada, Francisco Picabia.
El dadaísmo es la auto-confesión del
fracasado, es el grito en la plaza para ser oído del mundo -aunque en la
apelación se usen las más grotescas frases-, la quintaesencia de la vulgaridad junto
a la más pobre falta de espíritu y la carencia total de buen humor, de amenidad;
ya que la Belleza es declarada Enemiga por los polichinescos sectarios, cuyo
santón tiene la sangre cubana.
El dadaísmo es una libertad para decir todos
los disparates, todas las incoherencias que a un chico, a un alcohólico y a un
demente se les ocurriese en una racha de dolencias o de fiebre.
Francisco Picabia, perfecto desconocido en la sociedad francesa, en los medios artísticos, en los centros elegantes, anhelaba llamar la atención y como todos los elementos habían sido tocados, desde la propaganda estética de Andrés de Fouquieres hasta la inversión sexual de Colette y Maurice Rostand, inventó el Dada –cuya eufonía, da idea de idiotez.
“Todo el mundo es dada. Cada cual puede unir diez vocablos sin hilación, diez líneas sin perspectivas o diez sonidos sin armonía: ese es el dadaísmo”.
Ya Marinetti en Italia predicó una secta símil destinada a derribar lo existente, a secar los canales de Venecia, a quemar las pinacotecas, a demoler las sabias enseñanzas de Pasteur, los palacios bizantinos y las catedrales góticas.
[…] Ese era el
futurismo defendido por Picabia.
La secta se reunió
una noche en la sala Gaveau y entre los silbidos y las carcajadas de los
invitados, desfilaron unos fantoches, con las cabezas rapadas, vestidos de
colores, una banda de payasos emigrados del Nouveau Cirque comandados por el
cubano Francisco Picabia.
“En todos los idiomas existe la palabra Dada”, asegura el
corifeo.- “La primera balbuceada por los niños para llamar a sus progenitores y
la última del anciano al volver al más allá”. Pero Picabia tiene su revista,
expone en los Salones, preside sus prosélitos y ha logrado como el clown
Chocolate tener su momento parisién.
La revista Dada cuenta con otras alcachofas secas de la extravagancia, extranjeros nacidos en Francia, tal el lugarteniente
Tristan Tzara, Metzinger, el doctor Serner, la señora Baily, un grupo de
dementes fingidos, oues en el fondo son excelentes burgueses, y algunos como el
Pontífice maneja un magnífico automóvil y baila tantos en Frolic. El grupo no ha logrado aumentar y lo compone –documentados por
curiosidad- el Pontífice Picabia, Dernée, Merhing, Arp, Huelsenberg, Tzara,
Heartfield, Ribemont-Desaignes, Lacroi, d’Arezzo, Dalmoines, Hausmann, Gabriele
Buffett, Pharamouse, Cocteau, nombres cacofónicos, quizás inventados por
hipócritas de la popularidad.
A la alborada del cubismo, tuve una perplejidad
ante las atrevidas obras de estos artistas, sus descripciones llegaron a
interesarme, casi convenciéndome los planos y cubos, la traducción en colores
para expresar el estado de alma del pintor. Cuando cavilaba tratando de
profundizar ese difícil seck, llegaron los geómetras con sus utensilios,
pesadores de sensaciones, termómetros dinámicos y motores de psicología; en
entonces el ridículo venció a toda vacilación.
Los dadaístas son geómetras, destinados a
tomarles el pelo […] a la humanidad y hacer dinero vendiendo libros repletos de
incoherencias. Picabia ha editado sus regüeldos en imprentas dudosas, con tal
éxito que ya sus colegas de manicomios escriben volúmenes, tales “Francis
Picabia, estudio por Marie de la Hire” –como se hace con Balzac, Verlaine o
Anatole France.
París es la única
ciudad que admite esas bromas; sonriente y amable, acoge las rimas galantes de
un Mallarme y los guiñapos [...] e imbecilidades de un Tristán Tzara!
“El dadaísmo del
cubano Picabia” (fragmentos), Social,
1921, Volumen 6, Números 6-10, pp. 24 y ss.
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