Francisco López Leyva
Contemporáneo de aquel Rafaelín que citamos
paginas atrás, fue Caniquí, esclavo trinitario, cuya memoria conserva todavía
el pueblo en la expresiva frase más malo que Caniquí. Alcanzó este criminal
cierta notoriedad tanto por sus crímenes como por sus bellaquerías. Surgió más
tarde en Las Villas centrales José María el Isabelano, nacido en Canarias,
asesino profesional, parricida y habilísimo lanzador de cuchillo. Cuéntase de
él que aprovechando la oscuridad de la noche mató a un regidor de Villaclara
que lo denunciaba y perseguía sin descanso, arrojándole una faca desde la
esquina en que estaba apostado a la opuesta y clavándole el arma en la parte
anterior del cuello. Apareció después El Rubio, bandido que merodeaba desde La
Habana a Camagüey, cambiando con frecuencia de traje y de aspecto,
presentándose unas veces ataviado como un caballero y otras con indumentaria
guajira, armado de punta en blanco siempre (1).
También por aquella mitad del siglo XIX
formose en Las Villas, una partida de facinerosos que capitaneaba una mujer
hermosa y de desahogada posición social, la llamada Fina Morejón, de triste
celebridad. Esta virago dio horrible muerte al rico hacendado señor Arencibia,
que se negaba a pagar el precio de su rescate; lo amarraron dentro de una
hamaca y meciéndole, le recibían de un lado a otro la Fina y sus bandidos con
la punta de sus puñales hasta que el desgraciado lanzó el último suspiro.
Después de la Fina, vino El Asturiano, español como lo indica su apodo, audaz y
decidido, que asoló la jurisdicci6n de Cárdenas por los años de 1860 al 62, y
al fin murió en una trampa de lobo que hubo de prepararle el capitán del
partido de Bemba (Jovellanos) y del Ejercito, D. Julián Bardaji. En la zona de
San Julián de Güines apareció por aquella misma época un tal Carlos García,
quien, desde el punto y hora en que cambió su apacible vida de campesino por la
accidentada y peligrosa de salteador de caminos, cobró fama de audaz y
decidido. Por otra parte, su juventud, la gentileza de su persona y su
innegable coraje, le valieron muchas simpatías y le hicieron objeto de diversas
leyendas. Tenía aquel mozo gran facilidad para improvisar decimas guajiras y
era tal su atrevimiento que en más de una ocasión hubo de desbalijar a sus
víctimas a la vista de los pueblos y de los fuertes de la Guardia Civil. Su
crimen de mayor resonancia fue el de haber sacado de un 6mnibus, en la
carretera, a cierto compadre suyo, depositario de sus robos, que le había
traicionado y darle muerte a presencia de los viajeros horrorizados. Llamósele
"el bandido caballero" porque a imitación del famoso andaluz José
María, "a los ricos robaba y a los pobres socorría." Llegole su turno
a José Álvarez, alias Matagás o Matagatos, el más cobarde de los ladrones, a
pesar de lo cual tuvo habilidad suficiente para someter a impuesto anual a
muchos hacendados y colonos de la parte Sur de Colón. Matagás había elegido
para su escondite una finca de la Ciénaga de Zapata (verdadero "refugio de
pecadores" desde los tiempos de los Hermanos de la Costa), finca llamada
San Blas, donde muchos aseguran que se conservan ocultos los frutos de sus
rapiñas y de allí sólo pudo sacarle a tierra alta la férrea mano del general Máximo
Gómez, que le obligo a salir a pelear... Y por cierto que con tan mala fortuna
para el bandolero, que en su primer correría cayó en una emboscada española y
de ella sali6 herido de muerte con un balazo en el vientre. Pocos meses después
también caía, (esta vez a manos de las fuerzas revolucionarias) el célebre
Tuerto Matos, segundo de Matagás, que rehuía ingresar en las filas cubanas,
pretendiendo seguir su vida de "plateado". Matagás tuvo en las demás
provincias y principalmente en la de La Habana muchos compañeros y émulos: los
Romero, los Machín, Plasencia, Rivero, Montelongo y otros que solo llegaron
"a ordenarse de menores". De estos que he citado, algunos cayeron en
la repugnante y sangrienta emboscada que el gobierno les preparo en la bahía de
La Habana, a bordo del trasatlántico "Baldomero Iglesias".
El Rubio es el protagonista de una novela de
El Lugareño, titulada La Feria de la Caridad.
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