Manuel Cuellar Vizcaíno
El general Quintín Banderas Betancourt fue
horriblemente asesinado el 23 de agosto de 1906 en una finca propiedad del
señor Manuel Silveira y ubicada en
Arroyo Arenas, provincia de La Habana.
Tenía el viejo mambí 73 años de edad y había
empuñado las armas para tomar parte en la llamada "Revolución o Guerrita
de Agosto” desatada por los liberales contra el gobierno de don Tomás
Estrada Palma y que dio al traste con el mismo produciéndose así en nuestro país la segunda intervención americana.
Si
la narración del general Loynaz del Castillo
hecha al malogrado Bienvenido Espinosa Morejón para su libro inédito y si la descripción
de los hechos que nos hiciera el comandante Desiderio Piloto; ayudante de Banderas, no
fueran suficientes para tener la plena convicción de que lo ocurrido en la
finca de Silveira fue un asesinato fríamente premeditado, ordenado y exigido su
cumplimiento hasta un grado inconcebible, bastaría las informaciones de la prensa,
aún de la prensa amiga del gobierno.
En efecto, muy pocas veces un hecho de esta
naturaleza queda tan claramente reflejado en los periódicos, pues es cosa sabida
de viejo que, los instigadores siempre tratan de ocultar su culpa y se cuidan
mucho de aquellas actitudes que podrían delatarlos.
Muerto Banderas, asesinado Banderas, hasta su
cadáver sufrió la saña del desprecio y del rencor. Con él murieron dos de sus
ayudantes, Ángel Martínez y Joaquín Garrido, apareciendo los tres cadáveres
horriblemente macheteados aparte de las heridas de bala que presentaban. Al
general un solo tajo le llevó de raíz la oreja izquierda.
Conducidos sus restos a La Habana fueron
expuestos al público y luego enterrados, en la fosa de pobres de solemnidad,
prohibiéndose todo acto que honrara al único cubano que empuñó las armas en
defensa de cinco constituciones.
De nada valieron las súplicas de la viuda al
Presidente para que le fueran entregados los despojos del glorioso mambí, los
cuales al fin pudieron ser atendidos cristianamente gracias al padre Felipe
Augusto Caballero, capellán del Cementerio de Colón.
Del coche solitario que marchaba detrás del
carro llamado de "La Lechuza” bajó la viuda de Quintín acompañada por una
jovenzuela estudiante, mulatica achinada, llamada Santa Rosell y más tarde
esposa del comandante Desiderio Piloto. "Venga pasado mañana, señora",
dijo el noble capellán a la viuda. Y agregó: "Tengo aquí algo para usted”.
Al
día siguiente fue la viuda al Cementerio, siempre acompañada de la chinita. El capellán
las condujo hasta el lugar donde había sido enterrado el general Banderas y las
dijo señalándoles la cruz allí colocada: "Señora, los restos de Quintín no se perderán".
En efecto, sobre la cruz aparecía la siguiente inscripción: “E.P.D. Felipe
Augusto Caballero”. ¡Puso su nombre para poder señalar el lugar donde reposaba
el viejo veterano!
Tomado de Doce
muertes famosas, La Habana, 1957.
1 comentario:
Que oprobio y que vergüenza, una vez mas se demuestra la ingratitud de las personas, no solo se asesino vilmente y de manera traicionera al General de tres guerras sino que ademas de profanar su cadáver se ensañaron con la familia para hacer mas hondo el dolor.
Muy buena entrada, te felicito y exhorto a que continúes.
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