Todos los pueblos desde la más
remota antigüedad han creado sus propias muñecas, expresión del arte más vivo y
popular. Cuba no era la excepción y desde el siglo pasado tuvo su muñeca
característica. Era sencilla como sencillo era el atuendo cubano. Vestida de
percal o zaraza de vivos colores, con la pañolera y la saya de vuelo, con la cara
de dulce sonrisa trazada con puntadas y con el cuerpo menudo y suave, relleno
de retacitos.
La belleza de género de arte,
síntesis de los recursos caseros y de la imaginación popular, constituye una
expresión autónoma de las capacidades creativas de nuestro pueblo, expresión
que durante muchos años permaneció en el anonimato, dedicada sólo a dar un poco
de felicidad a la vida de las niñas humildes.
Ni siquiera la competencia
industrial de las muñecas en masa, con falsos coloretes, ojos de vidrio y
bucles de oro, logró desplazar totalmente a la muñeca casera hecha con calor de
madre, de los gustos y corazones de nuestras pequeñuelas, que las más de las
veces preferían estas últimas.
Esta hermosa tradición de la muñeca
casera, de la compañerita inseparable, se había debilitado y casi perdido hasta
que la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación lanzó en 1959, el Concurso
de Muñecas Cubanas de Trapo. La acogida que tuvo este primer concurso y la
calidad de las muñecas nos llenó de esperanzas. En efecto, el estímulo…
1962
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