ergo sum, además, Ego sum Renatus
Cartesius, perdido por acá, aquí presente, en este laberinto de engaños
agradables, -veo el mar, veo la bahía y veo las naves. Veo más. Ya van III que
partí de Europa y de los civiles, allí morituro. Eso de “barbarus – non
intellegor ulli”– de los ejercicios de exilio de Ovidio es para mí. Del parque
del príncipe, las lentes de telescopio/luneta, CONTEMPLO A CONSIDERAR EL
MUELLE, EL MAR, LAS NUBES, LOS ENIGMAS Y LOS PRODIGIOS DE BRASILIA. Desde
tiempos tempranos, como regla, medito horizontal mañana temprano, sólo viendo
la luz del sol ya mediodía. Estar, ministerio de los dioses, en la actual
circunstancia, presencia en el estanque de esta Vrijburg, gaza de mapas, tabla
rasa de humores, huerto y zoo, morada de fieras y casa de flores. Plantas
antropófagas y carnívoras se confunden, un lugar al sol y un tiempo a la
sombra. Importunan, cintila el agua gota a gota, efímeros chocan enjambres. Los
cocos se cierran, las mamas se amplían: MAMONES. El vapor humedece el olor, amaga
el moho, asfixia y fermenta fragmentos de fragancias. Huelo un palmo frente a
mi nariz, a mí, inmenso e inmerso, bueno. Bestias, fieras entre flores fiestas
circulan en jaula triple –las peores, doble, las mayores; en jaulas, las
menores, al azar –las mejores. Animales anormales engendra el equinoccio,
dejadez en el eje de la tierra, desvío de las líneas de hecho. Poco más que el
nombre el toupinambaoults les signó, suspensos apenas por el nudo de la
apelación. De lejos, tres puntos... En foco, Tatú, esperas rodando de otras
eras, refundan mundos y fondos. Salen de la madre con setenta y un dientes, de
los cuales diez se les caen ahí mismo, veinticinco con el primer bocado de
tierra, veinte se lleva el viento, catorce el agua, y uno desaparece en un
accidente. Uno, en algarabía general, de nombre, Tamanduá, desparrama lengua en
el polvo de incierto insecto, se para, tuerto de tan cerca, cara a cara, allí,
ahí, hace esdrújulas acumuladas y se deshace eclipsado en hormigas. Por o en la
rama, voce metálica longisonans, la araponga martilla a hierro frío, benteveo
en el mal me quiere bien me quiere. A dos pasos de aquí, a cada rato, dos
giros; media vuelta, bultos dos por tres. De dónde en dónde, van y vienen; de
vez en cuando, ven lo que tienen. Frente al segundo elemento, la manada anda y
desanda, come y bebe, mama y babea. Después de la laguna, llenan la anterior
lacuna. Anta, nunca la vi tan gorda. Nubes que el canguro hiede empalidecen la
nariz de las pacas. Carpincho, con el estómago que se le sale de por las órbitas,
o, porque hartas se tienden eructando pastizales o, como son saben si no comer,
estiran el pescuezo hacia lo alto, mostrando los dientes, yuyos de no tener
hambre. Ensy, fruto llamado bobo, no ruge ni muge, no huye de los tiros,
brillos ni barullos –vaina, brachyptera, insectívora, taciturna, non scansoria,
stupida – para jugar en serio al azar. Monos se peinan espéjanse en el baño de
las pirañas, cara casi rostro en casicasi de las aguas: agujas hacen buena
boca, lanzan una mirada mala que les anula la estampa, simios para siempre. En
la aguada, el cuerpo reptil entreteje lagartos y langostas. Monstruos de
naturaleza alucinada en estos aires, al ras, boquiabierta, al azar, cabizbajos,
el mismo ningún afán. Dormita al sol una serpiente que es sólo mariposas.
Tucanes detrás de canales, máscara sefaradí*, arcanos en la médula. Serpiente
en el lugar del crimen, desamarran espirales englobando cabras, ovejas, vacas.
Cuernos de la boca para afuera – esfinges bicefálicas entre comillas –
descomponen en los mangues el contenido: escupen cuernos el doble.
Exorbitantes, duran cuentos de siglos, estableces a Marcgravf en la cualidad de
profeta. Vegetan eternidades. ¿Crías? ¿Mudas? ¿Cruzan y descruzan entre sí? No,
ese pensamiento no, - es sístole de los climas y síntoma del calor en mi
cabeza. Pienso pero no compensa: la sibila me pellizca, la pitonisa me
hipnotiza, me obelisco, esa medusa pitón y visa, paro, me vuelvo palopalo,
piedrapiedra. Dédalos de espejo de Elíseo, torre babel, hortus urbis diaboli,
furores de Thule, delicias de Menrod, corral del pasmo, cada bicho silencia y
selecciona andanzas y alhajas. Bichos embichan, ¿qué pasa conmigo? Abrir mi
corazón a Artyczewski. Vendrá Artyczewsky. Nuestras mañanas de charla me
faltan. Un papagayo atrapó mi pensamiento, aburre palabras en polaco, imitando
a Articzewski (¡Cartepanie! ¡Cartepanie!). Bestias generadas en el más
encendido fuego del día... Comer esos animales ha de perturbar singularmente
las cosas del pensar. Recorro los días entre esas bestias extrañas, mis sueños
se pueblan de extraña fauna y flora: la explosión de cosas, el estallido de los
animales, el estar interesante: la flora fulgura y la fauna florece...
Singulares excesos... In primis cogitationibus circa generationem animalium, de
his omnibus non cogitavi. En la embocadura de la espera, Articzewski demora
como si lo pariese, poseso de este yuyo de negros que me suministró, -macoña,
pemba, gingongó, chibaba, jererê, monofa, charula, o pango, tabacos de
toupinambaoults, ges y negros minas, según Marcgravf. Aspirar estos humos de
hierbas, henchir el pecho con los hálitos de esta * mata, la esencia, la cabeza
quieta, oficio de ofidio. Crece de golpe el sol en el árbol vhebehasu, que
puede ser enviroçu, embiraçu, imibroçu, aberaçu, aberraçu, inversu, inveraçu,
inverossy, conforme las vacilaciones del habla de estas plagas donde las palabras
podridas pierden sonidos, cayendo a pedazos por las bocas de los indios, habla
que fermenta. Cargan pesos en los befos, piedras, palos, plumas, por mor de no
poder hablar: traen bichos vivos en la boca. Miro, pienso ese bicho, el bicho
que me pisa en la cabeza, el vientre pesa la carne, carcomido. El movimiento de
los animales es augusto y lento, todos mirándose de jaula a jaula y hacia mí.
El silencio eterno de eses seres tuertos y locos me aterra. El árbol vhebehasu
se despereza a la luz de sus molestias venéreas la carne esponjosa,
descascarando verrugas en la piedra pómez; resollaba halos de polen, espirales
elásticas arrancan membranas, chorreando mocos, el pus a gusto de las
sanguijuelas, royendo el atizador de las celdillas en ojivas y meandros, fuente
donde las lianas pasan la saliva que abastece el mercado de las hormigas; la
lepra mucosa de las parásitas contagia al humus con el entusiasmo de las llagas
por el pacto de vida y muerte entre el reino de Alhos con el imperio de
Bugalhos; en las maltratadas, un fénix calienta el cóncavo de las garras frente
a un fuego fatuo; por ella, un basilisco pone la mano incombustible en el
fuego, la maneja y manya, suscitando manifestaciones de desagrado por parte de
un arcoiris, rendido en ampollas y flecos de polvo –las hojas, orejas, aplauden
brotes -ojosclítoris, cuyo escozor dio miel muy apreciada por sus virtudes
todavía insuficientemente esclarecidas; un látex se responsabiliza por la
animación hidráulica de los poros orificios de las hormigas; a partir de las
ramas, tufos subsidiarios frutos tumores nidos de avispas, donde
toupinambaoults con fiebre vienen a cazar guacamayos. Se comió a los cuatro
comisionados a traerla del infinito bravío. De la boca a la sopa, las aguas
suben. Suben SUBEN. Jolgorio, la boca abierta por dentro del piso, bebiendo
ríos y la sustancia de las piedras, narina marina, veo ballenas: el mar de
Atlas me limita por las tribus cetáceas y el lado poniente por los desiertos de
oro, donde sopla el viento oriundo del reino de los incas. Allá en la playa,
vomitan ámbar. Veo cosas: ¿cosa veo? Las plantas comen carne. Bestialidades de
esas bestias llenas de bosta, víctimas de las formas en que se manifiestan, tal
cual entreveo tal dentro de las entrañas de bichos de medios con más recursos.
¿Y los aparatos ópticos, aparatos para mis disparates? Este mundo está hecho de
sustancia que brilla en las extremas lindezas de la materia. En el realce de un
relance, sito en el centro de un círculo, una oída diminuta describe una décima
del período de punto de vista definitivo. Vigilando, hemos de evidenciarnos. En
mitad del recorrido, el circuito asume un nuevo ciclo sumiendo con estos ojos
que la tierra quiere comer pero, como los míos, antes de que los coma, veo la
tierra: nuovo artificio dun occhiale cavato dalle più recondite speculazioni di
prospettiva disse Galileu se mueve inaugurando la santidad de la contemplación
cristal donde cada cosa viene a ejercer su ser. Contiene al próximo y lo
mantiene lejos, el verrekyker. Pongo más lentes en el telescopio, saco algunas:
regulo, aumento la mancha, disminuyo, reduzco la marcha, mejoro la marca. El
ojo engendra lentes sobre cosas, el mundo desprevenido para esa aparición del
ojo, donde pasea no crece más luz, donde hace el desierto llaman paz. Un nombre
escrito en el cielo –aíslo, contemporizo, alarma en la espesura, multiplico
explicaciones, complicando lo implícito. Traigo el mundo más cerca o lo hago
desaparecer más allá de mi pensamiento: ¡árboles, siete, un ahorcado, una vela
encendida en pleno día! Elijo refugios seleccionando firmamentos, distribuyo
miradas de calibre variado en la distancia de variada profundidad. Parto
espacios entre un aumento y un alejamiento en cuyos límites cae como un guate
mi vértigo. El Pensamiento desmantela la Extensión discontinua. Excentricidad
focal, una curva en tantas rupturas que la suma de las distancias de cada uno
de sus puntos con innúmeros diámetros fijos en el trayecto de la caída guarde
constante desigualdad a una longitud cualquiera. Imprimiendo continuidad al
análisis, una mirada sin pensamiento adentro, ojos vidriosos, pupilas
dilatadas, se hunde en el vidrio, se sumerge en esa agua, piedra cercada de
ruedas: el mundo hinchándose, el ojo crece. El ojo lleno sube en el aire, el
globo de agua se revienta. Narciso contempla a narciso, en el ojo mismo del
agua. Perdido en sí, sólo para allí se dirige. Refleja y queda la vastedad,
vidrio frente a vidrio, espejo ante espejo, nada a nada, nadie mirándose en el
vacío. El pensamiento es espejo frente al desierto de vidrio de la Extensión.
Esta lente me veda viendo, me vela, me desvela, me venda, me revela. Ver es una
fábula, -es para no ver que estoy viendo. Ahora estoy viendo a dónde fui a
parar. Y veo lejos. El pensamiento me dio un susto, nudo gordiano en la cabeza,
¡qué hambre! Un loro se habilita a todos los escándalos sin ser Artiszewski.
Yazgo bajo la rama donde está el animal pereza. He aquí la presencia de un
ilustre representante de la fauna local, cuyo talento en no hacer nada llega a
ser proverbial, abrillanta la áurea mediocridad vigente. Requiere una
eternidad, para caminar diez palmos, este animal, inmune al espacio, vive en el
tiempo. Este mundo no se justifica, ¿qué preguntas preguntar? Debo holgar. Esta
bestia bruta, templando la cuerda al revés de las agujas del reloj, para no
conducirse nunca, estacionó incógnita en la recta. Ahí en la rama. Versar con
las personas es dividir el todo que somos en partes, para efectos de análisis,
para ser comprendidos, es mester recordarle a Artichewski la desgracia de la
pereza que se abate sobre mí. El humo arriba no la desvía tan poco de sus
propósitos absentistas. Este mundo es sitio del desvarío, la justa razón aquí
delira.
Fragmento de Catatau, traducción de Florencia Garramuño
Tomado
de Leminskiana, antologia variada de Paulo Leminski, pp. 311-15.
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