Jorge Edwards
Yo tengo un recuerdo afectuoso,
simpático, estimulante de Hugh Thomas. Nos veíamos muy poco, porque
generalmente yo vivía en el último extremo del mundo, que es mi país, Chile.
Así que estábamos separados por miles de kilómetros de distancia. La última vez
que estuve con Hugh, él me mandó invitar —yo estaba en París, era embajador; no
lo soy siempre, fui embajador por poco tiempo—. Me hizo invitar a la casa de
una pariente de él, no sé si era una hija de él, en la Rue Saint-Dominique. Lo
recuerdo muy bien, era un departamento donde vivía gente muy simpática.
Mantuvimos una conversación amena, humorística, interesante, y Hugh me dijo:
«Cuando se muera Fidel Castro, tomamos el primer avión y nos vamos a la
Habana».
Fidel Castro se demoró demasiado
en morir, por lo que no pudimos cumplir nuestro plan. Pero yo quiero decir que,
cuando estuve en Cuba como diplomático ocasional —porque, en realidad, no fui
embajador en Cuba, sino que fui enviado, yo era diplomático de carrera en esos
años, fui enviado a abrir la Embajada chilena, que había estado cerrada durante
siete años—, leí con gran atención la Historia de Cuba, de
Hugh Thomas. Y, haciendo el balance de ese libro, que es un balance en función
de una visión de la historia, llego a la conclusión de que para Hugh Thomas
Cuba no comienza con la Revolución cubana. Existe una Cuba anterior, y la
historia de esa Cuba anterior está inteligentemente narrada y demuestra varias
cosas. Por ejemplo, que en Cuba existía un cierto nivel de desarrollo cultural
en la literatura, en las revistas, en la pintura, en la música, en el ballet muy
anterior a la llegada de la revolución. Y que no todo comienza con la
revolución. Éste es un punto muy importante, porque los latinoamericanos
tenemos la manía enfermiza de comenzar de nuevo cada cierto tiempo. En ese
sentido, somos unos herederos muy directos de los primeros jacobinos franceses,
que cambiaron el calendario y comenzaron con el año 1 de la revolución.
Nosotros tenemos años 1 de la poesía, de la política, de la educación y de muchas
cosas más, y yo creo que el libro de Hugh desmiente muy a fondo y con mucha
inteligencia esa noción.
A mí Hugh Thomas me enseñó cosas
sobre Fidel Castro que fueron muy útiles para mi diagnóstico de ese personaje,
e incluso para mi trato con él. Sin decírselas, naturalmente. Por ejemplo, en
sus libros, él sostiene que Castro de joven era lector y bastante admirador de
José Antonio Primo de Rivera. Parece extraño y, sin embargo, les voy a decir
que no lo es tanto. Cuando estuve en Cuba, me llevaron a una pequeña habitación
donde había vivido el joven Castro, y en esa pequeña habitación había un muy
pequeño estante de libros (el joven no era demasiado lector). Pero en ese
estante yo descubrí una obra de José Antonio Primo de Rivera, así que para mí
ese descubrimiento fue enormemente confirmatorio. Esa relación de José Primo de
Rivera con el pensamiento falangista se daba mucho también en cierta juventud
chilena, donde había un partido que se llamaba Falange Nacional, y ése es el
partido que después derivó al Partido Demócrata Cristiano. Un progreso:
demócrata, y, además, cristiano (para mí, por lo menos, es un notable
progreso).
Pero ese tipo de observación
sobre un comienzo, o sobre una tradición o una continuidad, que es lo contrario
de un comienzo, para mí siempre ha sido algo fascinante en mi manera de mirar
la historia hispanoamericana. Los comienzos, la manía de los comienzos, o la
obsesión de los comienzos es tan grande que un poeta chileno que yo no conocí,
aunque era amigo de mi padre, Vicente Huidobro, era el primer poeta que había
existido en la historia de la humanidad. Porque los poetas anteriores copiaban
o imitaban la naturaleza y él la creaba. Así, escribía: «Poetas, no cantéis la
lluvia; haced llover en el poema». Él era el primero que hacía llover en el
poema, vean ustedes. Así que la manía fundacional es parte de esta mentalidad
compleja, contradictoria, del joven Fidel Castro, que se combinaba en el caso
suyo con una extrema ambición de poder. Y los resultados los he analizado
alguna vez con ingenuidad y no pretendo hacerlo de nuevo.
Pero quiero decir algo también
sobre la visión de Hugh Thomas de América y, en especial, de mi país, de Chile.
En su libro sobre el imperio en la época de Carlos V hay un capítulo sobre
Pedro de Valdivia, primer conquistador que llega a Chile y se establece allí
(porque Diego de Almagro lo precede, pero dura muy poco tiempo en Chile, y
regresa muy pronto, muy decepcionado y muy derrotado al Cuzco). Pedro de
Valdivia se queda en Chile. Creo que el libro de Hugh Thomas —eso demuestra su
sensibilidad literaria— le da un lugar muy importante a la correspondencia de
Pedro de Valdivia, a las cartas de éste a Carlos V, su Cesárea Majestad, como
se dirige él siempre a Carlos V. ¿Qué ocurre en esas cartas? Hay una descripción,
una explicación de lo que es este país enteramente nuevo a la gran autoridad
española, y es una explicación realista que habla de los bárbaros que están por
ahí cerca, pero, al mismo tiempo, tiene simpatía por el paisaje y por ciertas
manifestaciones de vida que él ve en el Chile de entonces, en el Reino de
Chile, como se decía, y que él ve, asimismo, en la ciudad de su fundación, el
«Santiago del Nuevo Extremo», porque él recuerda su condición extremeña en el
momento de fundar Santiago.
Según explica Hugh Thomas en sus
libros —en sus libros fascinantes para mi modo de ver—, hay diversas versiones,
aunque la más probable es que Pedro de Valdivia fuera a Chile con siete
españoles más, y con Inés de Suárez, a quien él llevó en calidad de amiga, de
amante y de empleada doméstica. (Los detalles son fenomenales, pero son
instructivos, son serios: es la cualidad de la historia bien contada y bien
escrita, a mi modo de ver. Esa historia enseña). Este Pedro de Valdivia
contrata a un mozo de caballeriza para que le cuide los caballos que él trae
consigo, y este mozo se llama Lautaro. Es un mapuche —porque la palabra
«araucano» es española, la palabra autóctona indígena es «mapuche»— de catorce
años de edad que se encarga de cuidar los caballos de Pedro de Valdivia. Y este
mapuche, de un talento extraordinario, estudia a fondo el sistema de la
caballería española, completamente desconocida en esas tierras, y, finalmente,
derrota en una batalla, en la que la caballería araucana es muy importante, a
Pedro de Valdivia.
Hugh Thomas dice que Chile viene
de Pedro de Valdivia. Bueno, es verdad; es el fundador de Santiago, es el
conquistador más importante, pero yo sostengo —y no soy indigenista, en
absoluto, pero sostengo— que viene, asimismo, de Lautaro. Y ¿por qué viene de Lautaro?
Porque Lautaro es un indio que estudia la estrategia militar española, es
decir: Lautaro es un indio que tiene la habilidad suficiente para instruirse y
aprender de la civilización europea y para combatir a la civilización europea,
pero comprendiéndola, y porque la comprende. Y, entonces, al comienzo de la
batalla en que Pedro de Valdivia es derrotado, lo que hace es muy notable:
Lautaro hace desfilar a los jinetes araucanos frente a las tropas españolas,
que están, claro, con miles de indígenas contratados también. Los hace desfilar
y les hace hacer ejercicios de acrobacia en la caballería, de manera que
Valdivia comprende que la situación es muy complicada, porque su sirviente ha
aprendido un arma militar. Es decir, los araucanos, en el comienzo de la
conquista en Chile, se instruían y estudiaban el mundo hispánico. Y ahora no.
Es muy curioso. Tenemos a ministros de cultura tan listos en Chile que nos
hacen programas de promoción de la lectura, y en esos programas, durante veinte
páginas, hablan de las lenguas originarias. En el mapudungún yo no sé qué
promoción de lectura se puede hacer. ¿Qué se puede leer en mapudungún? Ni los
indios de hoy saben mapudungún. ¿Cómo hacer una promoción de la lectura sin
hablar de Cervantes, o de García Márquez, o de Pablo Neruda? Pero así son las
cosas de Chile a veces. No siempre, felizmente.
El conocimiento de la historia y
el equilibrio en la narración histórica que hace Hugh Thomas es de una gran
importancia para nuestra cultura y para nuestra visión histórica y actual;
nuestra visión del pasado y nuestra visión del presente. Ese gran personaje que
fue Lautaro y que celebraban en Chile con nombres de calles y de cerros y de
plazas, qué sé yo, era un héroe, respetó la fuerza militar de su jefe y la
imitó para combatirlo. Y, según se dice, los indios araucanos se comieron el
corazón de Valdivia después de matarlo, porque admiraban su valentía.
Hugh Thomas describe muy bien a
Pedro de Valdivia como primer escritor, primer militar y primer político de
América. Después viene Ercilla, que escribe La Araucana (nombre
inventado por Ercilla) maravillosamente bien, con una curiosa admiración por el
enemigo suyo, una admiración por el otro. Y aquí se ha olvidado, aquí en
España, en Europa y en Chile, que, después del poema de Ercilla, hay otro gran
poema, que es el primer poema de un poeta chileno. Porque Ercilla había nacido
en Bermeo, en el norte de España, y este poeta chileno, Pedro de Oña, con
familia en la ciudad de Oña, había nacido en una ciudad que se llamaba Angol de
los Confines: la última ciudad, la ciudad más austral del mundo conocido. Y,
claro, Oña vivía rodeado de indígenas y les tenía miedo o pánico, porque los
indígenas invadían sus pueblos y les quemaban las casas y raptaban a las
mujeres, así que era mucho menos condescendiente que don Alonso de Ercilla, que
los conocía desde su distancia de poeta del Renacimiento.
Toda esta lectura, y la lectura
de Thomas, es, a mi juicio, la de un historiador-escritor, de un historiador
que sabe escribir. Yo soy un novelista aficionado a la historia, y me gustan
mucho los historiadores-escritores, los historiadores de condición literaria, y
tenemos uno acá. Encuentro que, en la historia de un historiador-escritor
equilibrado, inteligente, con sentido del humor, se aprende mucho y es
completamente necesaria hoy día, exactamente en los días que corren.
Cuadernos hispanoamericanos,
núm.. 821, nov 2018, pp. 28-32.
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