Pedro Marqués de Armas
En
septiembre de 1827 se publicó en La Habana un pequeño libro titulado Breve exposición sobre la locura o
trastornos mentales extractada de los autores modernos más célebres que han
escrito sobre esta materia. El autor de este primer impreso cubano de
psiquiatría fue el médico gaditano Tomás Pintado Salas, quien arribó a la isla a
comienzos de 1826.
Después de un periplo de dos años en la
capital marcado por repetidos esfuerzos para abrirse paso como médico
alienista, y a pesar de que parecía conseguirlo, Pintado se retiró a la próspera
ciudad de Matanzas, donde se asienta y convierte en uno de los más
destacados facultativos, ejerciendo casi hasta su muerte, acaecida en 1880.
El libro lo editó la entonces recién inaugurada imprenta de Juan Roquero, también
gaditano que seguiría la ruta matancera en busca de mejores horizontes. De
aquella original y fugaz imprenta habanera saldrían otros títulos sugestivos: Memorias sobre las inmensas ventajas que resultarían
de introducir y generalizar en esta isla el uso de camellos, y Aviso sobre el cólera morbo y modo de
preservarse de su invasión, por el Dr. Juan J. Calcagno.
Aunque apenas citado en su época, fue Bachiller y
Morales quien, al incluirlo en su Catálogo
de Libros y Folletos, propició que el título en cuestión se propagara a otras bibliografías. Sin embargo, ni José Joaquín Muñoz, ni Gustavo
López, ni Arístides Mestre, ni Armando de Córdova, para limitarnos a los psiquiatras
cubanos que escribirían síntesis históricas de la disciplina, citaron nunca la
obra.
Al autor, en cambio, sí lo mencionan López, Mestre y
Córdova, quienes aseguran que llegó a ejercer como loquero y que fue el primer alienista con que contó el país, pero colocándole en hospicios diferentes.
Quien sí alude a Breve exposición sobre la locura o trastornos mentales, si bien sin
entrar en su contenido, es el médico, psicoanalista y teósofo Juan Portell Vilá, que, a su regreso a la isla en 1924 tras formarse en París y Suiza, rastreó no
sólo los orígenes de la psiquiatría en Cuba sino también los antecedentes de
una literatura psicoanalítica.
El libro de Pintado resume
en apenas cuarenta y dos páginas, como ya anuncia el título, aspectos
fundamentales de las obras de Philippe Pinel y Jean É. Esquirol, los dos
grandes representantes del alienismo francés. Pintado, quien ya había
incorporado su título al Protomedicato, dedica su opúsculo, oportunamente, al
alcalde habanero Francisco Ponce de León, encargado entonces de la construcción
del asilo para enfermos mentales de San Dionisio.
Ansioso de darse a
conocer como entendido en la materia y al objeto de que se le concediese plaza,
el médico gaditano expuso con claridad sus intenciones:
“En los plausibles
días en que va a franquearse a los dementes un asilo, tanto más grato a la
sociedad cuanto se apartan de su vista los tristes espectáculos de miseria y
horror que ocasionan estos infelices, y en los que con tanta frecuencia exponen
su vida, nada me parecía más adecuado que el presentar al público, que siempre
desea adquirir noticias sobre las dolencias humanas, una breve exposición de
las causas, síntomas, progreso y curación de la enajenación mental, distinguiendo
por sus nombres las diferentes especies, y aplicando a cada una las
observaciones oportunas sacadas de la práctica moderna y antigua más
recomendable”.
En efecto, el 14 de agosto de 1827, el
manuscrito fue sometido a consideración del Tribunal del Real Protomedicato,
presidido por los doctores Simón Vicente Hevia y Francisco Eusebio de Hevia, el
cual calificó de positiva su aprobación por parte del Alcalde y recomendó su
publicación.
La exposición de Pintado parte principalmente
de Pinel, cuyo Traité
médico-philosophique sur l'aliénation mentale ou la manie se publicó en 1800, y de las primeras publicaciones de
Esquirol.
Del primero destaca su novedoso tratamiento
moral, al que describe de “método suave y arreglado” y califica de proeza
humanista al estar “dominado de la más sublime filosofía”, capaz de
engendrar “los sentimientos
filantrópicos que le estimularon a descargar a los enajenados de las pesadas
cadenas que los abrumaban y consumían, determinado las mejoras que en toda
Europa se han realizado respecto a los locos”.
Siguiendo a Pinel, Pintado define la
enajenación mental como “desarreglos o perturbaciones de los sentimientos, la
razón o las ideas” y pasa a considerar sus clases principales: manía,
melancolía, demencia e idiotismo.
De Esquirol señala su definición de la
melancolía como “delirio sobre un solo objeto”, para introducir a continuación
su concepto de monomanía como “la más propia denominación últimamente dada a
esta enfermedad”. Pintado describe cada una de las variantes (monomanías religiosa, erótica, suicida y
licantropía), así como sus causas, factores predisponentes, cursos y
tratamiento.
A tono
con las concepciones de la época valora la herencia como un factor causal más,
de no mayor envergadura que los disturbios del régimen corporal: las pasiones, el
fanatismo, el abuso de bebidas, los excesos intelectuales y venéreos, entre
otros.
En
cuanto al tratamiento de las enfermedades mentales establece dos recursos: uno
de orden moral o intelectual, y otro de orden físico.
El tratamiento moral, tal como lo articula
Pinel, es descrito por Pintado en términos de aislar al enfermo de la sociedad,
tratarlo con dulzura y firmeza, separarlo de los furiosos y agitados, animar a
los convalecientes, sustituir las cadenas y los golpes por la camisa de fuerza
(detalla las características y el modo de aplicar este medio de contención),
facilitar la distracción y el ejercicio, y vigilar rigurosamente a los
inclinados al suicidio, la masturbación y otros vicios.
Tal como Pinel expone, recuerda la importancia
de contrarrestar “una pasión por medio de otra más fuerte”, incluso apelando a
intervenciones sorpresivas que asusten y movilicen al paciente.
En este sentido, se extiende en el envés de la terapia moral, cuya filantropía
apenas oculta el culto al sometimiento bajo el manto de la enfermedad y la
eficacia:
“Se les inspirará el
temor por mil medios diferentes, pero el uso de estos medios no ha de quedar al
arbitrio de gentes groseras e ignorantes, que harían un abuso; no todos saben
manejar hábilmente este instrumento de curación y su aplicación no conviene a
todos los maníacos…”
“En un hospicio de
locos, el médico jamás ha de inspirar el temor; ha de tener un sujeto a sus
órdenes, que se encargue de esta obligación penosa y no obre sino con arreglo a
sus instrucciones. El médico debe ser para los locos un amigo, un consolador,
debe ganar su estimación y confianza, manifestarse benévolo y protector,
afectuoso pero grave, y unir la bondad con la firmeza, porque es menester que
se haga estimar, sentimiento que produce la confianza, sin la cual no hay
curación”.
Los párrafos citados son transcripción exacta
del Diccionario de Ciencias Médicas, por
una sociedad de los más célebres profesores de Europa, publicado en Madrid
en 1824 en traducción “de varios facultativos de esta corte”.
Es probable que Pintado haya vertido también
pasajes del famoso tratado de Pinel, traducido al español por primera vez en
1804. Menos probable resulta que los hubiera traducido del francés, aunque en
algún momento expresa “que la mayor parte no es otra cosa que la traducción de autores
reconocidos, entre los cuales se encuentra algún autor tan moderno, que aún no han
llegado aquí remesas considerables de su obra”.
Del mismo modo, toma del Diccionario de Ciencias Médicas las
referencias de Esquirol, quien todavía no había publicado su principalísimo Des maladies mentales considérées sous les
rapports médical, hygiénique et médico-légal (1838), pero sí había escrito,
entre 1814 y 1821, numerosas entradas (Dérile, Démence, Démonomanie,
Erotomanie, Folie, Fureur uterine, Hallucinations, Idiotisme, Imbecilité,
Maisons d´aliénés, Mélancolie, Monomanie, Suicide, etc) para el Dictionnaire des sciences médicales,
fuente a su vez de la versión española.
Otras consideraciones que no podían faltar en
el “extracto” de Pintado, son las de orden legal. Por un lado, el médico de
asilo debe garantizar, en tanto perito, que se cumpla el criterio de “no
responsabilidad por los actos que se cometan contrarios a la leyes”, y, por
otra, “se requiere que repita sus visitas en diferentes épocas del año para
asegurarse de si es fingida o verdadera la locura”.
Así, “el único medio de descubrir la verdad,
cuando la locura posee carácter intermitente, consiste en poner al enfermo en
una vigilancia exacta y prolongada, al objeto de descubrir al pérfido y astuto
delincuente”.
Tomás Pintado no logró pese a sus esfuerzos
ejercer en el hospicio de San Dionisio, el cual no se inauguró hasta octubre de
1828. Ya entonces, había puesto rumbo a Matanzas.
Aunque Córdova (La locura en Cuba, 1940) refiere que fue nombrado
director, con carácter de honorario, del Asilo de Dementes, “para que
practicara las teorías que había adquirido sobre las diferentes clases de locuras”,
todo indica que fue en la Casa de Recogidas, donde entonces se encontraban
internadas las enfermas mentales, donde se le concedió la posibilidad de
ejercer.
No obstante, y en la misma dirección de
Córdova, en el dictamen del Protomedicato se menciona que el Gobierno Civil le
encargaría la dirección de San Dionisio.
Según Gustavo López, el 19 de octubre de 1827 el médico gaditano
manifestaba a la Corporación Municipal “que deseoso de practicar las teorías
que ha adquirido sobre las diferentes clases de locura, y noticioso de carecer
actualmente de facultativo el Establecimiento titulado San Juan de Nepomuceno,
donde se hallaban varias dementes, le sería ventajoso encargarse de la
asistencia gratuita y suplicaba se le concediese la asistencia y cuidado del
expresado Establecimiento”.
López asegura que su petición fue aceptada,
constituyendo el primer nombramiento de un médico loquero. Y añade: “Nos agrada
consignar que este primer médico que aparece en la especialidad, era también un
filántropo”. (Los locos en Cuba,
1899).
Martínez-Fortún, por su parte, incluye en su Historia de la Medicina en Cuba (1958)
fragmentos de un Acta del Ayuntamiento donde se recoge el citado reclamo de
ejercer en San Juan Nepomuceno, es decir en la Casa de Recogidas, y afirma
igualmente que la petición resultó aprobada.
Allí ejercería gratuitamente.
El supuesto nombramiento para San Dionisio,
por lo visto, no se verificó. Aunque las obras de construcción del edificio, a
cargo del ingeniero Manuel Pastor, finalizaron aproximadamente en el invierno
de 1827, la falta de fondos para ponerlo en función presagiaba una larga
espera.
El gesto de Pintado tiene sin embargo valor
más allá de la mera transcripción de otros autores y de algunos aportes, según
señala, de propia cosecha. No radica en el legítimo propósito de valerse de un
manuscrito (en cualquier caso, precisaba de licencia para
publicarlo) para demandar un puesto ante las autoridades. El suyo es un
proyecto esencialmente modernizador, propio de una época y un contexto (se
venía anunciando el futuro manicomio desde 1825) donde divulgar ciertos
adelantos y apelar al prestigio de otros, resulta imprescindible para un ascenso
social que va de la mano de la filantropía y el utilitarismo en cuanto estrategias
negociadoras.
Como afirma en las primeras páginas, su
empresa es de “pequeño volumen” pero “muy ardua” ya que para llevarla a efecto
se precisa de un “mecenas ilustrado que, hecho cargo de su delicada naturaleza,
la acoja favorablemente”. Su mérito, asegura, “es corto”. Pero “nada más
natural” que los conocimientos que propone para consuelo de aquellos enfermos
sean de interés y provecho para las autoridades civiles.
Una vez en Matanzas, la carrera de Pintado no
dejó de cimentarse. En 1834, tras la desaparición del Protomedicato, inscribe
su título en la Real Junta Superior Gubernamental de Medicina y Cirugía. Hasta
ese año se desempeñó como cirujano de matrículas de la Marina. Pasa luego a
ocupar el cargo de primer médico del Hospital Militar.
En 1838 aparece como Secretario de la Junta de
Sanidad de esa provincia, junto a médicos de la talla de Honorato Bernard de
Chateau-Saling, José Yarini y Ramón Piña y Peñuela, entre otros. Ese mismo año
es designado médico del recién construido Hospital de Santa Isabel. En 1846, es
facultativo de un hospicio erigido por el sacerdote Nicolás González Chávez. En
1854, primer subdelegado de medicina y cirugía, primer vacunador de la
provincia, y médico cirujano jefe de la parte militar de Santa Isabel (también
hospital civil). En 1860, reemplaza al Ldo. José de Jesús Lázaro en su cargo y
ocupa la plaza de director del mencionado hospital.
Fue además médico de la Casa de
Beneficencia, inaugurada en 1847.
Hasta su muerte el 15 de mayo de 1880, se
mantuvo como Director del Hospital de Santa Isabel y subdelegado de medicina de la
provincia.
Sobre Pintado y su familia, dejó algunos
recuerdos el comandante Eugenio Ney, quien alaba su trato y señala sus
tempranos méritos dentro de la sociedad matancera (Cuba en 1830: diario de viaje de un hijo del Mariscal Ney).
Su sirviente de confianza, hacia la década de
1840, era uno de los hermanos de Juan Francisco Manzano, según recuerda el
propio escritor esclavo en su célebre Autobiografía.
Bibliografía
Bachiller y Morales, Antonio: “Catálogo
de libros y folletos…”, en Apuntes para
la historia de las letras y de la instrucción en Cuba, T-III, La Habana,
1861.
López, Gustavo: Los locos en Cuba (Apuntes históricos), La Habana, 1899.
Córdova, Armando de.: La locura en Cuba, La Habana, 1940.
Cuba
en 1830: Diario de viaje de un hijo del Mariscal Ney
-introducción, notas y bibliografía por Jorge J. Beato Núñez-, Ediciones
Universal, Miami, 1973. Muy completa resulta la síntesis biográfica de Tomas
Pintado escrita por Beato Núñez, en la se apoya en gran medida este artículo:
“Nació en Cádiz en 1800. Estudió
en el Real Colegio de Cirugía de su ciudad natal, graduándose de Licenciado en
Cirugía Médica el 20 de agosto de 1822, expidiéndosele el título por la Real
Junta Superior Gubernativa de los Reales Colegios, en Madrid, el 7 de octubre
de 1824. Profesor médico del navío de S. M. “El Asia” desde el 12 de mayo de
1821 hasta el 14 de agosto de 1823.
En 1826 pasó a Cuba, incorporando su título en
el Real Protomedicato el 22 de junio de 1826. Con fecha 19 de octubre de 1826
al ilustre Ayuntamiento pidiendo encargarse de la asistencia gratuita de las
locas que se hallaban recluidas en la Casa de Recogidas. Y un año después, en
1827, publico una Breve exposición sobre
la locura o trastornos mentales, que es el primer impreso cubano sobre esta
materia.
En 1828 pasó a Matanzas, donde nació su primer
hijo, Diego T. Pintado y García. Desempeñó las funciones de cirujano de
matrículas de la Marina hasta 1834, en que fue nombrado primer médico del
Hospital Militar de Matanzas. En el año 1854 fue designado Sub-Delegado de
Medicina y Cirugía, cargo que desempeñó hasta pocos meses antes de su
muerte, ocurrida en Matanzas el 15 de mayo de 1880.
Diccionario de Ciencias Médicas, por
una sociedad de los más célebres profesores de Europa, Madrid, 1824.
Martínez-Fortún y Foyo, José A: Historia de la Medicina en Cuba, La Habana,
1958.
Weiner, Dora B: Comprender y curar: Philippe Pinel, 1745-1826, La medicina de la
mente, México, FCE, 2002.
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