Arístides
Mestre
Profesor Titular de Antropología. Director del
Museo Antropológico Montané.
..."Aunque los salvajes nos ofrezcan el
triste espectáculo de groseras supersticiones feroces de culto, el espíritu religioso
no puede menos de sentir una satisfacción íntima al seguir el desarrollo gradual
de ideas más perfectas y de creencias
más nobles".
Sir. John Lubbock.
Cuando resolvimos tratar en el VI Congreso
Médico-Latino-Americano (2) la tesis de la Brujería y Criminalidad en Cuba
nos pareció a primera vista fuera de
oportunidad; pero el horripilante suceso ocurrido en la colonia "Yamaqueyes"
del Central Francisco, término municipal de Santa Cruz del Sur en Camagüey, en que
una niña de cuatro años es sacrificada a los fines de las prácticas criminales
de los llamados "brujos", por un lado; y el hecho de sorprender la
policía, en estos días (Noviembre de 1922) en la ciudad de Santiago de Cuba, a
un grupo compuesto de hombres y mujeres celebrando los ritos y ceremonias
propias de aquellos, por otro, — dan indiscutible interés y de actualidad
palpitante a un problema, cuyo estudio entra de lleno en el dominio de la Antropología
Jurídica —es problema de Etnología y de Criminología— disciplina científica,
cuya enseñanza está a nuestro cargo en la Universidad de la Habana.
A la medicina preventiva, que es, sin duda,
medicina social, no le atañe solamente combatir las epidemias reinantes y
evitar el desarrollo de las enfermedades
infecciosas: su misión es más alta y no
está completa sino cuando realiza la gran obra de impedir todo aquello que
tienda a aminorar la mentalidad de una población humana, que produzca la persistencia
de ideas primitivas que desvíen el desarrollo moral, contribuyendo, consciente
o inconscientemente ese psiquismo atávico o perturbado, a un hondo trastorno
del organismo social desde el momento que a esa situación va ligada —con
indiscutible intimidad— la producción de actos delictuosos que se contagian,
se repiten y se intensifican, adquiriendo, a virtud de las condiciones de un medio
inferior favorable, alarmantes proporciones. ¿Cuál de estas dos cosas será más
perjudicial para la existencia nacional, la propagación de esas afecciones
infecciosas contra las que se lucha con tanto éxito, o el mantenimiento de la
endemicidad con brotes epidémicos de bárbaras supersticiones que hacen descender
el nivel de nuestra cultura, que originan crímenes horrendos y que también
provocan manifestaciones histéricas y muchas ideas delirantes, en grado extremo
perniciosas por lo brutal y violento de sus reacciones?
Esos hechos a que aludimos y otros más que se
conocen y que han aparecido en los periódicos diarios no son todos los que en realidad
existen puesto que hay muchos ignorados, como son los de la desaparición de
niños en los campos y de los cuales no se da cuenta probablemente a las autoridades
por temor a las represalias donde hay negros cuya vida es genuinamente
africana, manteniendo el fetichismo su salvajez primitiva. Todos ellos, unos y
otros, muestran diversidad de crímenes y de delitos desde los más graves a los
de menor importancia. Se ha podido ver, en efecto, el influjo del fanatismo brujo
en el homicidio, producto a veces de un estado psicopático de evidente persecución;
la violación de las sepulturas ha sido resultado de las supersticiones y prácticas
de brujería y también el robo de animales para las ofrendas rituales "Casi
siempre es el delincuente brujo, —escribe a este propósito el Dr. Fernando Ortiz— estafador
continuo, ladrón a menudo, violador y asesino en algunos casos, profanador de
sepulcros cuando puede", aparte de otras características de la personal
psicología del brujo, en la que el mismo autor hace constar ser también "lujurioso
hasta la más salvaje corrupción sexual, concubinario y polígamo, lascivo en las
prácticas del culto y fuera de ellas, y fomentador de la prostitución ajena;
verdadero parásito social por la general explotación de las inteligencias
incultas y por la particular de sus varias concubinas". Ahora bien, y este
es un punto que importa conocer por lo que significa muchos de sus hechos
relacionados con sus ideas y creencias: la buena fe respecto de sus ídolos y
supercherías, la tiene para muchos actos que nosotros consideramos inmorales o
delictuosos; "porque el brujo cree que el corazón de una niña es remedio
contra un daño, ordena el asesinato para obtener aquel; porque cree en el poder
de un fetiche formado con restos humanos, profana las tumbas; porque cree en la
eficacia de una limpieza, de un embó y de un oráculo, y se considera
como sacerdote, hechicero y agorero, estafa a sus víctimas cobrando el oyá. Y al fanatismo del brujo se une la amoralidad de sus
supersticiones, para permitir ciertos actos que el tiene por indiferentes: no
son delictuosos ni morales para él la aplicación de hechizos dañinos, ni la
desnudez en sus ritos, ni los pornográficos consejos, etc." A sus acciones
ciertamente las inspira, muchas veces, fines verdaderamente altruistas.
Pero ¿qué es, para nosotros, etnológicamente
considerado, el brujo? y ¿cuál la génesis que nos explica esos hechos que son
de los que corresponden a la delincuencia y que para sus autores están justificados? En Cuba, al fetichero se le
llama brujo; y desde el punto de vista
de las ideas religiosas, los negros africanos de Cuba son fetichistas con
manifestaciones animistas que lo hacen avanzar hasta el politeísmo (F. Ortiz).
Del África occidental, el fetichismo fue importado a Cuba, donde cada pueblo
africano trajo su panteón y sus ritos, dificultándose el íntimo
conocimiento de la religión de los
negros en Cuba, estando hoy alteradas y confundidas las prácticas de las primitivas
religiones africanas a causa de sus semejanzas.
Y hemos hecho estas indicaciones, porque de
las tres razas que han contribuido a formar el psiquismo colectivo de nuestras
clases sociales inferiores, corresponde a la negra el papel más importante como
factor que ha influido infiltrándole, a aquella mentalidad baja, sus creencias,
su lenguaje y sus costumbres, siendo manifestación de dicho elemento negro la
brujería y el ñañiguismo. El desarrollo de la vida económica del país determinó
la traída de gente africana, aumentando de tal modo su cantidad que en la mitad
del siglo pasado había en esta isla más negros que blancos; y si estos según su
región originaria aportaron su condición psíquica, igual resultó con los etiópicos
recogidos en lugares diferentes del África. Después de los negros fueron
introducidos los chinos en gran cantidad, para dedicarlos también a los
trabajos agrícolas preferentemente. La raza negra y los mestizos, los descendientes
de aquellos africanos han ido desarrollando sus aptitudes diversas, logrando,
por otra parte, elevarse intelectualmente por sus propios esfuerzos tan dignos
de aplausos, diferenciándose progresivamente del tipo inculto y contribuyendo
al mejoramiento a que aspiramos los que aman a su patria.
El examen de la evolución de las religiones
demuestra que el fetichismo está en lo más bajo de las creencias: veámoslo
brevemente. Ningún capítulo tiene más importancia en Etnología (evolución de
cultura; psicología y sociología comparadas) como aquel que se ocupa, dentro
del dominio de lo que comprende la vida psíquica, del desenvolvimiento de las
ideas religiosas y especialmente en sus formas más primitivas. Desde la creencia
en seres imaginarios hasta la organización complicada de las grandes religiones
internacionales o universales, hay una serie que representa un proceso que va
elevándose gradualmente. El temor ante todo advenimiento insólito, más o menos
extraordinario, y en especial el miedo a las enfermedades y a la muerte, son el
principal origen de aquella creencia. La religión rudimentaria de los pueblos
incultos y su más simple aspecto constituye el animismo, cuyas formas primeras manifiesta
la creencia de que el cuerpo del hombre contiene otro ser más sutil capaz de
separarse temporalmente de su envoltura; y que todo lo que existe, animales,
plantas, piedras, aún los objetos fabricados, tienen también ese ser sutil dotado
de semejantes cualidades. Los sueños y los ensueños, en los cuales parece que
se vive otra vida, consolidan dicha creencia; y esos pueblos incultos entienden
que la muerte no es más que un sueño prolongado, imaginándose que el alma trata
de entrar de nuevo en el cuerpo. "El espíritu de un salvaje no considera
la muerte como un fenómeno natural sino como una separación violenta, muy
prolongada, del hombre y de su alma". La creencia en los
"espíritus", en los "seres imaginarios" que toman las formas
más variadas, viene a ser el segundo elemento del animismo al querer buscarse
la causa de aquella separación del hombre y de su alma. El inculto se pasa la
existencia acomodándose o en luchas perpetuas con los espíritus, considerando
que al lado de los espíritus perversos existen otros verdaderamente protectores
que defienden a los humanos de sus contratiempos, y que a menudo son las mismas
almas de los antepasados; a ellos se les recuerda pidiéndoles consejos en los
días de desgracia: de esta concepción se deriva el culto de los antepasados.
Como se fabrican los objetos, se crean sus
espíritus y también se comunican a aquellos la energía anímica; circunstancia
que lógicamente hace surgir el fetichismo, una de las formas más rudimentarias
del animismo; y por los pueblos fetichistas se consideran a ciertos objetos,
llamados fetiches, "como a seres dotados de una voluntad y de una potencia
intrínseca": una uña, una piedra, un mechón de cabellos pueden volverse
los más grandes fetiches; y al fetiche se le estima "como un ser animado,
como la envoltura material de un espíritu, como un instrumento por el cual se
manifiesta la existencia del espíritu": formas de conexión del espíritu
con el objeto material que se confunden frecuentemente, ya ofreciéndoseles
sacrificios como a un ser vivo, o llegar a hacer un simple amuleto que a su poseedor
preserve de toda desgracia. En el proceso hacia la idolatría, el fetichismo es
el primer paso; de ella se distingue porque los ídolos no son más que "imágenes"
o "representaciones" de seres sobrenaturales. En resumen, "el
animismo con sus variantes más o menos desenvueltas, es la religión propia de
los pueblos incultos"; y cuando en estos ha habido aceptación de las
religiones internacionales, la observación demuestra que la idea animista se
mantiene tenazmente.
Con el desarrollo social la noción del alma y
de los espíritus se transporta de los objetos más inmediatos que rodean al
hombre a los objetos más alejados y a los fenómenos de la naturaleza, que son
considerados como espíritus más poderosos, tornándose en divinidades superiores
a las cuales se les rinde culto: el culto del agua, de los ríos, de los
árboles, de los meteoros, la adoración del fuego y del sol. Por la diferencia entre
los grandes espíritus de los fenómenos de la naturaleza y los pequeños,
ocupándose de insignificantes hechos de la vida cotidiana del hombre, se llega
al establecimiento de una jerarquía en el
mundo de los genios de igual modo que en
las sociedades humanas; y así se va evolucionando, como pudiéramos demostrarlo
con múltiples citas, hacia un politeísmo que conduce al panteísmo o al
monoteísmo en las religiones superiores, en que la moral se les asocia.
El carácter de las relaciones entre el hombre
y los espíritus en las religiones primitivas es diverso: en ocasiones los busca
para combatirlos, cosa rara; prefiere actuar de otra manera, por medio de la
astucia, uso de símbolos, oraciones, ofrendas y sacrificios, desarrollándose
así el culto exterior: la "casa del fetiche" se transforma en templo
y el lugar del sacrificio en altar. En la frecuente ineficacia de sus ruegos e
impotencia para combatir los maleficios de los duendes, entre los grados más
primitivos de la religión, el hombre recurre a los intermediarios y pres. La
brujería en sus aspectos religioso, hechicero y agorero se irá desafricanizando.
"Pasará mucho tiempo antes de que el miedo,
consciente o inconsciente a lo sobrenatural, así en la sociedad cubana como en
las extranjeras, así en una raza como en otra, quede ahogado por superiores
estratos de civilización y deje de ser una determinante de importancia en la
vida y un freno a los avances del progresivo mejoramiento humano".
Lo expuesto sobre el brujo afro-cubano, a
quien con razón se ha considerado como a una de los tipos más repugnantes y
dañinos de los malvivientes de la sociedad cubana, nos ilustra el problema criminológico que sus supersticiones origina.
"Junto al brujo verdaderamente afro-cubano, al brujo que puede
criminológicamente llamarse nato —escribe
el Dr. F. Ortiz— vegeta otro brujo, criollo generalmente, siguiendo o imitando
las prácticas fetichistas de aquél, corrompidas por la acción del ambiente y de
su propia psiquis algo progresados: es un brujo criminológicamente habitual, que
explota esta forma de cómodo parasitismo por la determinación de factores
sociales que lo arrastraron a ella, como lo hubieran conducido a otra análoga.
Así como en el primero puede descubrirse un máximum de buena fe, ésta en el
segundo no es sino un mínimum". ¿Qué medidas tomar contra uno y otro? ¿Qué
importa llevar a cabo para ahogar en nuestras clases inferiores esa forma de la
delincuencia, combatiendo las ideas y prácticas fetichistas que les sirven de
base?
El ilustre Profesor argentino Dr. Ingenieros,
en obra reciente, traza el programa de la Criminología, cuyo campo comprende la
Etiología, es decir, examen de los factores determinantes de los delitos; la
Clínica criminológica, que estudia la forma de los delitos y los caracteres de
los delincuentes, determinando su grado de inadaptabilidad social o de
temibilidad individual; y la Terapéutica del delito que se ocupa de dictar las
medidas preventivas y de la organización de las instituciones necesarias para
la defensa social contra los delincuentes: programa que se desarrolla y funda en
las nuevas orientaciones dadas por el conocimiento antropológico de los
criminales y su saludable influjo sobre el Derecho penal y la Ciencia
penitenciaria. Y ese programa lo lleva a establecer otro concreto de defensa
frente al crimen, comprendiendo su previsión y profilaxia, la reforma y secuestración
de los delincuentes en diversos establecimientos, y la readaptación social de
los que cumplieron la condena.
Por lo que abarca su totalidad, y por lo que
significa, complejo tiene que ser el plan de profilaxia y tratamiento de la
criminalidad —porque a los delincuentes hay que considerarlos como a los enfermos,
estudiándolos "clínicamente"; y al crimen como a la enfermedad, que
tiene su etiología, su diagnóstico, su terapéutica y su pronóstico, vasta
organización de vital importancia para el porvenir de las naciones civilizadas,
creada y desenvuelta en lo teórico, de modo doctrinal, y también prácticamente
a impulsos de los adelantos de la Antropología Jurídica, aceptada, desde luego,
en su amplio sentido, en el más general, que comprende no solo la Psicología y
la Sociología, sino también la Psiquiatría y la Medicina Legal, fundamentos positivos
y sólidos de la Ciencia Penal de nuestra época, si ha de colocarse dentro de la
realidad, si ha de abandonar las viejas rutinas y los rancios prejuicios de
otros tiempos, en que las leyes eran dogmas inaccesibles a la rectificación o a
la sana crítica que impone el progreso humano.
Cuando pensamos en el estado de nuestras leyes
en ese orden de cosas y en la manera como se encuentran y funcionan nuestros establecimientos
destinados a reprimir la delincuencia en sus variados aspectos —y los
comparamos con lo que en ese terreno de defensa social frente al crimen ya han
hecho otros países del antiguo y nuevo mundo— nos sentimos abatidos apreciando
la distancia a que estamos de aquellos y el largo camino que nos queda por
recorrer hasta lograr alcanzarlos o siquiera aproximarnos en lo posible.
Desposeídos de leyes y de instituciones,
empresa enorme, casi ilusoria, es luchar contra la brujería en Cuba, hacer que
desaparezcan las terribles supersticiones y evitar los actos delictuosos que
ellas, por lógico psiquismo —que es lógico, aunque sea primitivo— directo o
indirectamente originan, manteniendo en alarma constante a las poblaciones
rurales.
El Dr. Ortiz —en cuya obra sobre Los negros
brujos, con tanto tino y buena documentación ha estudiado estos problemas, demostrando
sus conocimientos etnológicos— hace oportunas consideraciones a ese respecto, y
que encierran más valor por ser él un distinguido y progresista jurisconsulto.
"En la legislación vigente en Cuba, dice, la brujería no ha sido atacada
de frente y casi ni de flanco, y únicamente en aquellos casos en que notoriamente
extiende su acción fuera de los borrosos límites marcados por la Ley
Penal". Se castigó en el caso de la niña Zoila del Gabriel el delito de
asesinato, como si se hubiera sentenciado si el crimen tuviese otros móviles.
"La brujería —agrega— no ha caracterizado el delito ante los tribunales;
y lo mismo sucede con los demás motivos legales de represión de la brujería.
Son condenados los brujos en sus respectivos casos por los delitos de robo y
hurto, por el de violación de sepulturas, por el de amenazas, por el de aborto,
por el de estafa, y principalmente por comisión de faltas, tales como celebrar
reuniones no autorizadas y tumultuosas, alteración del sosiego público, asociaciones
ilícitas, ejercicio de la profesión médica, profanación de cadáveres y
cementerios, arrojar animales muertos a la calle, etc.". La brujería en
Cuba es tácitamente lícita, como no incurra en tal o cual falta o delito. Es absurdo
ir contra la brujería sin estudiar al brujo y atender solo al demolido sistema
de los delitos y penas, prescindiendo del verdadero conocimiento del criminal,
que es precisamente lo fundamental. La diferencia que hay entre el brujo y otra
clase de delincuente ¿no debe apreciarse por la naturaleza del delito, los actos
antisociales y temibilidad de aquel, estrechamente ligados a su psiquismo y
creencias supersticiosas? ¿Es lo mismo el asesinato de una niña para encubrir
un estupro, que el realizado para obtener sus vísceras en la confección de un embó?
"Todo brujo afro-cubano —expresa el Dr.
Ortiz— aun sin incurrir en determinado delito (lo cual es poco menos que
imposible) es un factor antisocial que debe ser eliminado, para el bien de nuestra
sociedad, de la misma manera que en las sociedades cultas se combate la
mendicidad, la vagancia y la embriaguez, aun cuando no sean formas de delictuosidad".
Se impone — y en esto también opinamos con el Dr. Ortiz — que "el simple
ejercicio habitual de la brujería pase al catálogo legal de los «actos
delictuosos"; y el tratamiento ha de responder a las circunstancias que
concurren en el brujo, ya se trate de un fanático de su superchería o de un
parásito que utiliza el sistema por simple explotación. En uno y otro caso se
impone la represión, y contra ellos hay que hacer obra de verdadera defensa
social, siempre dentro de un criterio racional y científico, tal como se piensa
hoy en esas materias.
En la lucha contra las prácticas a que nos
referimos es necesario terminar con el brujo, aislándolo de sus prosélitos para
impedir que se propague y contagie el fetichismo y sus funestas consecuencias:
no hay que olvidar que la brujería es bien contagiosa para los cerebros
inferiores, —y me atrevo a decir que hasta para los superiores. ¡Con cuánta
facilidad se retrocede a las formas primitivas del animismo! La represión y la
readaptación de los brujos al medio de su vida social exige detenido estudio
para llegar a un satisfactorio resultado, y eso aparte del establecimiento adecuado
a la condición del caso, pues las soluciones envuelven sus dificultades dado
nuestro atraso en materia de sistema penitenciario. Las dos categorías de
brujos ya mencionadas, los de buena fe —brujos para el Dr. Ortiz criminológicamente
natos— y los de por hábito, que son equiparados a los
demás delincuentes habituales, posibles de ser corregidos, no están
perfectamente delimitadas, lo que se comprende bien. Al brujo de buena fe
que haya cometido un asesinato ¿debe aplicársele
la pena de muerte? Hasta ahora, no creo que ese procedimiento radical de
eliminación social haya dado sus apetecidos efectos: la brujería sigue en pie
en nuestra República, latente o palpitando en todo su ámbito. No digo que no
los ejecuten, pero no creemos en su influjo favorable a la desaparición de la
brujería. Y si se resuelve por la administración de Justicia no darles garrote,
¿qué hacer con ellos para aislarlos debidamente, es decir, de modo que responda
al progreso penitenciario actual y no a fórmulas arcaicas y contraproducentes?
¿Cómo efectuar la secuestración respecto de otros brujos, también de los de
buena fe, cuyos delitos no revistan la gravedad del asesinato? ¿Se les aplicaría,
en la justificada solución de aislarlos, el sistema celular riguroso? ¿Se les
colocaría en una colonia penitenciaria? No podemos emplear este último procedimiento
por carecer de esa y de otras instituciones adecuadas a la clase de criminales
que estudiamos. Además, para combatir y reprimir las prácticas de brujería, hay
que actuar también contra los curanderos y los adivinadores, cualesquiera que
sean su condición y su sexo, porque ellos son, como con razón se ha dicho,
brujos que han evolucionado especializándose a base de conservar un fondo de
mentalidad inferior donde bullen las ideas fetichistas.
Pero no basta únicamente reprimir las
manifestaciones actuales; no es suficiente castigar con mano de hierro el
crimen dependiente de la brujería y con afectación a sus adeptos,
obstruccionando la realización de actos más o menos inocentes o perniciosos,
aplicándoles penas de diversas índole : hay que hacer algo más, meditando no
sobre el presente sólo, sino también y principalmente respecto del porvenir de
nuestras clases bajas de la sociedad cubana, de los malvivientes en que con
gran facilidad se arraigan y difunden las más absurdas y salvajes supersticiones:
es indispensable efectuar obra de profilaxia y de previsión. Para esto hay que llevar
a cabo una propaganda de positiva instrucción, difundiéndola intensamente entre
todas las clases sociales del país y especialmente en las inferiores, dice el Dr.
Ortiz; la fuerza instructiva no será únicamente producto de las escuelas
públicas y otras centros de enseñanza. Se debe además organizar múltiples
conferencias populares en que se ilustre a la población urbana y particularmente
a la rural, de todo lo que ignoran sobre los hechos naturales, sobre los
fenómenos de la vida, sobre aquello que tienda a formar una sana conciencia
moral; sobre lo que borre de la intelectualidad de nuestro pueblo esas ideas
animistas y supersticiosas, cuyas prácticas conducen al crimen. De esta manera
el fetichista afro-cubano llegará a desaparecer, por más que esa realidad que
tanto nosotros anhelamos no ha de verse enseguida: contentémonos con que, para
bien de Cuba, resulte al cabo de pocas generaciones. Dichosos los que viviendo
en un porvenir no muy lejano so les logre contemplar el hermoso espectáculo de
la superioridad espiritual de la patria en sus aspectos más diversos!
Y para que tenga un fin práctico este trabajo,
sometemos a la consideración del VI Congreso Médico-Latino-Americano, la siguiente
proposición a base de lo anteriormente expuesto: "Que se solicite de los
Poderes Legislativos y Ejecutivo de la República de Cuba la promulgación de una
Ley (3) que contenga lo que importe dictaminar a los efectos de reprimir las
prácticas de brujería y todas aquellas manifestaciones relacionadas con ellas; y
que a la vez encierre las medidas de profilaxia y previsión más recomendables
al objeto de llegar a extinguirlas completamente en el porvenir, elevándose así
la cultura de las clases inferiores de nuestra
sociedad, tan necesitada de un eficaz mejoramiento intelectual y moral".
(1) Antropología Jurídica (Resumen de las
explicaciones del curso y Apéndices); por el Dr. Arístides Mestre,
1921-1923. (2)
Decidiéndonos por este tema mucho más concreto sobre Brujería y Criminalidad en Cuba, respondimos a la solicitud con que
nos honrara la Comisión organizadora del Sexto Congreso Médico
Latino-Americano, que nos proponía tratáramos en una de las sesiones generales
de dicho Congreso del problema de la locura, brujería y espiritismo en esta
República, conjuntamente considerado. Al desarrollar la tesis escogida, tomamos
como base principalísima de nuestro estudio sintético —que a ello obligan
necesariamente el corto tiempo y el espacio de que podíamos disponer— el
notable libro Los negros brujos escrito por el muy estimado amigo el erudito
etnólogo Dr. Fernando Ortiz; libro que contiene una laudatoria
"Carta-Prólogo" del ilustre sabio César Lombroso (Turín 1905).
Consignamos con satisfacción que nos hemos inspirado en esa obra y en sus
juiciosas orientaciones, con las que nos sentimos bien identificados, contribuyendo
de este modo a difundirlas. (Noviembre de 1922). (3) El Dr. F.
Ortiz redactó hace algún tiempo un importante proyecto de Ley para combatir la
brujería; pero nada sobre el particular se ha promulgado, al menos que sepamos.
Por eso hemos aprovechado esta oportunidad que nos ofrecía el Congreso
científico citado para insistir nuevamente en ese asunto. Bibliografía: —Los negros por Antonio Bachiller y
Morales. Barcelona, 1881. —Las Razas humanas (La Religión. Los pueblos
del África, etc.); por Federico Ratzel. Barcelona, 1888. —The Yoruba speaking peoples of the slave
coast of west África; by A. B. Ellis. London, 1894. —Les races et les peuvles de la terre (Vie
psychique. Religión); par J. Deniker. París, 1900. —L'animisme fetichiste des Negres de Bahía;
por Nina Rodrigues. Bahia. 1900. —Los Negros brujos (Apuntes para un estudio de
Etnología criminal); por Fernando Ortiz, Madrid, 1906. —La Policía y sus misterios en Cuba (La
Brujería. El crimen de la niña Zoila); por Rafael Roche. Habana, 1908. —Antropología. Introducción al estudio del
hombre y de la civilización (El mundo espiritual); por Edward B. Tylor.
Madrid, 1912. —Los orígenes de la civilización y la
condición primitiva del hombre (Estado intelectual y social de los salvajes);
por Sir John Lubbock, Madrid, 1912. —La fisonomía
del brujo; por Israel Castellanos. "Vida Nueva", Habana, 1914. —Brujería,
locura y necrolatria; por Israel Castellanos. "Gaceta Médica",
Granada, 1914.
—El tipo brujo; por Israel Castellanos.
Habana, 1914. —Los negros esclavos. (Estudio Sociológico y
de Derecho público); por Fernando Ortiz. Habana, 1916.
Revista
de la Facultad de Letras y Ciencias, 1923, pp.307-24.
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