Pedro Marqués de Armas
Sus contemporáneos lo
describen como rechoncho y bonachón, bromista incorregible, que solía llegar
tarde a clases y en ocasiones ni siquiera aparecía. Su primer libro, un manual
de conferencias publicado en 1927, se debe más bien a sus alumnos, que se encargaron
de recogerlas y editarlas. Hablo de Dr. Armando de Córdova y Quesada, tal vez el
más culto de los psiquiatras formados en aquel cuarto de siglo. Nieto e hijo de
médicos, hermano del magistrado Federico de Córdova y sobrino de Gonzalo de
Quesada y Aróstegui, el albacea literario de Martí, puede que de este árbol le viniese su
desenfado y cierto humor criollo un tanto condescendiente.
No tenía Córdova, ni mucho
menos, los conocimientos neurológicos de Valdés Anciano, al que acompañara y
luego sustituyera en la Cátedra de Patología de las Enfermedades Nerviosas y
Mentales. En cambio, se destacó por visitar cientos de hospitales de Europa y
Estados Unidos a costa del presupuesto estatal, de donde derivaron, entre
otros, sus informes sobre el régimen más adecuado para el internamiento de
“psicópatas”, como se les decía entonces a los no muy locos.
Pero no hay dudas de que conocía
bien el siglo XIX cubano, en el que se sumergió a fondo, rastreando en viejos
periódicos y archivos. Así lo refleja La
locura en Cuba (1940), libro que, además de historia de la institución
psiquiátrica y muestrario de casos llamativos, se presentaba como un estudio de
las "manifestaciones de locura colectiva”, siguiendo la tesis del “contagio psíquico”
y su valor para explicar el influjo de la sugestión sobre las multitudes.
Se interna Córdova en
ciertos episodios públicos, tanto coloniales como republicanos que obedecían,
según él, al cruce de “herencias raciales patológicas” ya establecidas en el
siglo XVI; y lo hace, repito, con ese humor criollo condescendiente que, por supuesto, en nada atenúa los prejuicios de una moral psiquiátrica.
Pero por más que convenga señalar lo que de conservador y racista hay en sus argumentos, y,
sobre todo, en el modo en que se articularon con los presupuestos “científicos”
de la época, solo nos detendremos en uno de los acápites del libro: el que dedica a los
escritos y obras producidas por los enfermos mentales.
Allí inserta un estupendo
texto y tres fascinantes dibujos que realizara en 1926 un interno, los cuales elige
como muestras de expresión escrita y gráfica, y que a estas alturas se nos
antojan lo mejor del libro. El autor, E. B., médico de profesión, padecía según
el reconocido psiquiatra de un “delirio de deformación” que quedada plasmado en
esas producciones.
Obsérvese como anticipo el
primero de los dibujos: el sanatorio en forma de barril, con su red de departamentos, la humeante chimenea y las ventanas fortificadas, entre otros
detalles. Y léanse esos parlamentos que escapan desde los diferentes niveles entre
los barrotes.
En la planta superior, donde
radican el médico, el administrador y el farmacéutico, se pugna evidentemente
por el poder institucional. En la intermedia, están los enfermos crónicos,
quienes a juzgar por sus gritos, se debaten entre la demencia absoluta y la salvación
por medio de un tratamiento moderno: el injerto de glándulas de mono. Y por fin,
en la planta baja, los agudos o recién iniciados en la locura.
Todos entraron, claro está,
por ese portón mozárabe que enmascara con su elegancia al sanatorio –aquí convertido
en tonel de ron.
Léase ahora el texto del
enfermo, intitulado entre signos de admiración “Locos”:
Es una verdadera locura que
os dejéis conducir a Mazorra o a los sanatorios Malberti, Córdova o Pérez
Vento. El nuestro, magnífico, es el que os conviene y el que debéis exigir
dando gritos tremebundos; si no os hacen caso entradle a golpes a toda “la
familia”; y si aun así no lo conseguís venid por vuestros propios pies.
Clima delicioso, hermosos paisajes, cien hectáreas de parque, toda clase de sports (tennis, gole). Elegancia y comodidad. Trato delicado a todos los enfermos. Igual tratamiento para el demente y la dementa.
Al mes de estar en este sanatorio tendréis más sentido común que en toda vuestra vida.
A todo enfermo se le hablará con palabras zalameras y engañosas. Como medios coercitivos solo empleamos el “Cartón Caza-Locos” y el “Pateador mecánico ortofónico”.
Para informes dirigirse al administrador. Si le dice que está “más adelante que ud.” no es que esté loco, es un pensamiento propio de él y patentado. No se admiten locos ni sirvientes asturianos. Contamos con un mono garantizado para injertos –sistema Voronoff.
Como iluminación usamos de día la luz solar y de noche la de la luna.
Clima delicioso, hermosos paisajes, cien hectáreas de parque, toda clase de sports (tennis, gole). Elegancia y comodidad. Trato delicado a todos los enfermos. Igual tratamiento para el demente y la dementa.
Al mes de estar en este sanatorio tendréis más sentido común que en toda vuestra vida.
A todo enfermo se le hablará con palabras zalameras y engañosas. Como medios coercitivos solo empleamos el “Cartón Caza-Locos” y el “Pateador mecánico ortofónico”.
Para informes dirigirse al administrador. Si le dice que está “más adelante que ud.” no es que esté loco, es un pensamiento propio de él y patentado. No se admiten locos ni sirvientes asturianos. Contamos con un mono garantizado para injertos –sistema Voronoff.
Como iluminación usamos de día la luz solar y de noche la de la luna.
Después de esto, no hay modo de matizar. Ocurre como en El Alienista de Machado de Assis: inversión de lógicas y papeles,
y capturas y contra-capturas sucesivas.
Debió divertirse Córdova con
tales ocurrencias, por supuesto. Pero quedó atrapado, qué duda cabe, en una de
esas máquinas paródicas –digamos que brutalmente paródicas- que mostramos a
continuación.
Apreciemos bien esos
aparatos denominados “Cartón Caza-Locos” y “Pateador mecánico ortofónico”. No
tienen desperdicio. El Dr. Córdova los interpreta como aportes delirantes al
Sanatorio Modelo del paciente; dos innovaciones realizadas, a juicio del
psiquiatra, con la intención de mejorar la disciplina de la institución.
Allí donde el médico sonríe con
indulgencia, el enfermo agita una gama de humores –alguno hablará de “humor
psicótico”, pero muy lejos de ello- que van desde la ironía a la mordacidad, y desde
la burla a la comicidad más hilarante. Como si la “deformación del juicio” devorara
parte a parte cada uno de los proyectos y utopías del poder psiquiátrico y
después los devolviera.
Está el lenguaje de la
publicidad, tan esgrimido entonces como ahora por tales clínicas, como recurso
para invitar a la sumisión. Está el llamado a cooperar dirigido “a la familia”,
que el propio enfermo se ocupa de entrecomillar. Está el sanatorio como espacio
clasista –aquí bajo las iniciales de los Drs. L… y E... (no otros que Lamar y Esperón)-,
con ese aspecto de club para sportsman y hombres de negocios donde no queda
espacio “para locos y criados asturianos”. Están las fuerzas persuasivas de la
maldad, con sus palabritas “engañosas y zalameras”. Y están, en fin, los
métodos a la carta que devuelven el juicio en cuestión de días o prometen
recuperar juventud y vigor.
Pues el sanatorio ideal que
E. B. parodia con todo su arsenal moderno y su indisimulable violencia -y no por vocación artística, sino como desagravio- cuenta además
con uno de los principales adelantos de la cirugía de la época: el Sistema
Voronoff. Publicitado por el paciente mediante la alusión al “mono
garantizado”, en el texto, y desde ese chocante grito que sale por una de las
ventanas, en el primer dibujo, se trata de unos de los detalles más grotescos
del conjunto.
Médico al fin, el loco del
doctor Córdova sabía de qué hablaba: del injerto de testículos de monos, puesto
de moda por el cirujano ruso radicado en París Serguei Voronoff.
Personajes de la talla de William
Butler Yeats y Anatole France fueron operados por Voronoff y su bella ayudanta
Alina, en los años treinta. Y hasta se dice que, en ambos casos, con éxito. Un método
al que, por cierto, el propio Córdova se referiría con frecuencia, como puede
consultarse en sus aludidas conferencias.
Texto del psiquiatra:
Un curioso diseño es el
que acompañamos a este texto, trazado por un paciente que sufre de delirio de
deformación del juicio, originado por una falsa interpretación de la realidad,
verdadero delirio por interpretación. B. L., de 32 años, médico, ingresa en
Noviembre de 1926, con gran acúmulo de nociones éticas, literarias y
artísticas.
Al cabo de algunos
días, con el material de observación que el medio le proporciona, pero con una
manifiesta deformación del juicio, concibe un proyecto de lo que él piensa
debiera ser un modelo de Sanatorio, y de cómo debieran tratarse a sus
pacientes: curiosa concepción del tratamiento de la locura por un loco. Su
delirio es fiel expresión de todo lo que se ha almacenado en su subconciencia.
En efecto, el capta las
manifestaciones delirantes de los otros pacientes y la sintetiza proyectándolas
hacia afuera por las ventanas de las habitaciones que cada uno de ellos ocupa,
tal como se ve en el grabado.
Da al Sanatorio la
forma de un inmenso barril. Como ha podido apreciar las dificultades que se
sufren con los pacientes excitados, en constante agitación (saltando, marchado,
vociferando, destruyendo todo lo que a su alcance tienen y agrediendo);
recordando el cartón “caza moscas”, que como se sabe es una cartulina con una
resina adhesiva a las que queda presa la mosca que en ella se posa, concibe,
por analogía, emplearla con los pacientes, e idea una tabla que con la misma
resina inmovilice a los enfermos.
Pensando, acaso, que
como reza el adagio “el loco por la pena es cuerda”, idea lo que él llama el
“pateador ortofónico” que consiste en una rueda a la que ha fijado una serie de
zapatos, que gira a impulso de una manivela y en un banquillo delante, en el
que se sienta el enfermo, de espaldas al aparato, que recibe de este modo mil
zapatazos por minuto, tan pronto se le hace funcionar.
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