Pedro Marqués de Armas
Ahora que se cumple un siglo de la irrupción
del estridentismo, con el lanzamiento de su primer manifiesto en solitario por
Manuel Maples Arce (Actual No 1) en
diciembre de 1921, no sería ocioso hacer un recorrido por la recepción de este
movimiento de vanguardia; registraré, lo más sintéticamente posible, el eco que
tuvieron en Cuba sus principales figuras, proyectos y obras, a la vez que
indicaré las distancias y afinidades que despertaron entre los escritores
cubanos. Desde luego, el acercamiento se limita a algunas publicaciones a mano,
por lo que no pretende ser exhaustivo. A grandes rasgos podrían trazarse
dos etapas en la recepción: una entre 1924 y 1926, en la que asoman las
primeras referencias y críticas, junto al inicio de una entusiasta acogida;
y otra de 1927 a 1930 que, acompañando a la emergencia del vanguardismo en la
isla, se colma de frecuentes e intensos intercambios.
En septiembre de 1924 apareció una breve
reseña sobre Urbe. Superpoema bolchevique en cinco cantos, firmada
por el periodista gallego Juan Beltrán, que se ocupaba de la sección
bibliográfica del Diario de la Marina.
El rechazo al libro de Maples Arce no podía ser más tozudo. Beltrán apunta no
sólo contra la novedad, sino también contra su signo político desde una
posición harto conservadora. Ya estaba bien con las vanguardias europeas, pero
que, después del postumismo dominicano, sacara cabeza en Hispanoamérica un segundo
ismo, rebasa a su juicio toda sensatez. Se espanta ante el mensaje provocador
(“el libro más bello y más audaz que se ha escrito sobre la ciudad
contemporánea, algo verdaderamente extraordinario, obra inspirada en la
revolución social que actualmente agita al mundo”), califica el texto de
“novísimo género extremista”, tilda de “galimatías” su escritura y, sin
detenerse, la emprende con la portada de Jean Charlot: “que ilustra la
obra con unos garabatos de mucha ciencia y arte, tal vez bolcheviques, pero que
se parecen mucho a los que de párvulo hacía en vez de estudiar mis
lecciones”.
A favor, habría que decir que el recurso a
la legibilidad de las vanguardias campeaba en la crítica cubana, con rechazos no
muy diferentes en el tono, como el dirigido contra la poesía de Hugo Mayo, para
poner un ejemplo de comienzos de los años veinte.
Y justo la legibilidad será el enfoque de la
segunda reseña, “La responsabilidad de la cultura en América”, firmada por el tabasqueño
–entonces refugiado en La Habana tras la rebelión delahuertista– Gastón Lafarga. En una suerte de reclamo a
los círculos más moderados, exhortaba a validar las nuevas formas artísticas,
alertando sobre los cambios de lenguaje y la necesidad de admitirlos como parte
de la época. Se centraba en la nueva poesía mexicana, sin hacer exclusión de
Maples Arce, aunque sin ocultar tampoco sus reparos. Lafarga elogia las poéticas
de López Velarde, Tablada y Pellicer, a las que corona con justicia, pero
reserva para el estridentista este ramalazo:
…un cohete literario anunció los
fuegos artificiales. Manuel Maples Arce, audaz y frívolo, publicó Andamios
interiores. Entre seguras bellezas, mostró innovaciones de incierta viabilidad.
El vulgo –Maese Vulgus– pasó del estupor a la risa. El humorismo de Maples Arce
fue evocación del circo.
Sin embargo, un año más tarde la pregunta no es ya por la legibilidad, sino por el lugar de las poéticas en el canon político-literario y en un marco de estrategias de asimilación. Un elemento a favor en este sentido fue la presencia, en calidad de embajador y encargado cultural, del novelista mexicano Juan de Dios Bohórquez, quien gestionó, entre otros intercambios, una conferencia sobre la nueva literatura de su país. Esta habría de ser impartida en el Club Universitario, con presentación de Jorge Mañach, por el escritor nicaragüense –radicado en México– Hernán Rosales, que trazó, tal vez primera vez en auditorio cubano, un mapa no solo amplio sino detallado de las diversas tendencias, en el que los estridentistas aparecen claramente diferenciados.
Semanas después, era ya un hecho la
“excursión a México” de un grupo de intelectuales y escritores cubanos, entre
ellos Alejo Carpentier y Emilio Roig de Leuchsenring, y dos meses luego, hará
su estancia José A. Fernández de Castro. Los contactos directos y el canje que
establecen, así como los libros que traen, explican en buena medida la notoria recepción que, incluso antes del surgimiento de Avance y del Suplemento Literario, se produce en la
segunda mitad de 1926, al punto que puede decirse –con independencia de que
algunos de los Contemporáneos eran ya familiares– que sólo entonces irrumpe, de
modo cabal y simultáneo, la moderna literatura y pintura mexicanas.
Muy vinculado a Bohórquez y a Diego Rivera, Fernández
de Castro simpatiza de entrada con los estridentistas, sobre los que se informa
en el propio México y a los que da a conocer desde temprano en el Suplemento… Así, en una reseña suya
sobre Índice de la nueva poesía americana,
la antología compilada por Huidobro, Borges y Alberto Hidalgo, que aparece en
marzo de 1927 en el primer número a su cargo, se hace eco de las ausencias de
Salvador Gallardo y de Arqueles Vela. Tres meses más tarde, incluía a Gallardo
en la sección Poetas de Ahora, con poemas que toma de El pentagrama eléctrico y un comentario extensivo a todo el grupo en
el que recuerda “los ‘Carteles’, ‘Hojas de avance’ y demás ‘Proyecciones’ del
compañero Maples”, y las conmociones posteriores, cuando se suma List Arzubide
y éste atrae al doctor Gallardo.
Todavía ese mismo año se ocupará de los
estridentistas, que contarán con amplia presencia en el dossier “Poesía de la
hora en México”, dentro del extenso monográfico “México, país de vanguardia” de septiembre de 1927. En el dossier en cuestión, que firma bajo el seudónimo de Pedro de Toledo,
describía a los tres grupos que conforman la poesía del país azteca: los puros o individuales, donde van los
Contemporáneos; los nacionalistas,
donde estarían Monterde y Martínez Valades, entre otros, y; por último, los sociales o estridentistas, con Maples,
Arzubide, Gallardo y Gutiérrez Cruz, y a quienes define con mayor entusiasmo:
“recogen en su posición, anticipándose, en verdadera función intelectual, las
palpitaciones reflejas que en su tierra producen movimientos políticos o
económicos que tienen lugar en los días actuales en todo el mundo”.
Para calzar
esta idea del compromiso con lo actual (que más que “reflejo” fue acción
disruptiva, y al decir de Luis Mario Schneider, “urgencia de cosmopolitismo”), Maples
era presentado con la conocida caricatura de Jean Charlot, seguida de una
nota no menos musculosa sobre su puesto de avanzada tanto en la poesía mexicana
como en la prédica antimperialista. List Arzubide, por su parte, también con
retrato de Charlot, es elogiado por su combatividad y sus proyectos editoriales
y educativos. Ambas notas contrastan con el tono frívolo e incluso burlón de
las dedicadas a Novo y Gorostiza. Por último, habría que señalar la inclusión,
en la muestra, de dos poetas muy próximas al estridentismo: Nahui Olin y Maria
del Mar, que comparten un mismo recuadro alusivo a sus naturalezas femeninas.
Al margen del dossier de poesía, el número incorporaba, entre otros, un trabajo
del también estridentista Arqueles Vela sobre la pintura de Diego Rivera.
El próximo
acontecimiento fue la circulación de El movimiento
estridentista de Germán List Arzubide, cuaderno mitad hagiográfico, mitad
bitácora vanguardista, en cualquier caso fascinante (Tablada lo llamó “cometa mecánico
acabado de patentar por Jean Cocteau”), que contó con un par de reseñas encomiásticas,
despertando la admiración de varios escritores del patio, incluso de signos
políticos diversos, seducidos tal vez por la súbita “realización” de aquellos postulados
ideoestéticos, amén de por las espléndidas ilustraciones, grabados y fotografías.
En fin, un grito que incitaría al intercambio de colaboraciones y al cruce de
cartas. La primera reseña, bajo la firma de J.A.F. (José Antonio Foncueva),
apareció el 2 de octubre de 1927 en el Suplemento;
mientras la segunda, escrita por Félix Lizaso, salía el 15 de diciembre en Revista de Avance. Para tener una idea
de la afinidad del primero por los estridentistas, basta con auscultar el tono
altisonante y de guerra:
Impregnada su alma de la nueva ideología, List
Arzubide forma en las filas de los más jóvenes combatientes por los nuevos
ideales y su obra intelectual está influida considerablemente por su creciente
preocupación respecto de los problemas sociales. Como poeta de vanguardia ha
obtenido resonantes triunfos. La colección de poemas novilatitudinales reunida
en Esquina tiene sobrados méritos
para figurar entre las obras representativas de los progresos de la nueva
estética en tierras de América.
Del libro reseñado apunta:
Escrito en un estilo ultra-moderno, que habla
de novedad a grandes voces, el libro de List Arzubide, (además de su mérito
narrativo), tiene gran mérito literario. Es, uno de los mejores que se han
publicado últimamente en México, y su lectura será muy conveniente a cuantos se
interesan en la formidable lucha de la nueva generación americana contra los
convencionalismos y dogmas de los fingidores de talento que queman sus últimos
cartuchos, parapetados en la penumbra ingrata de los cenáculos de barbería.
Generosa y de mucho más alcance, la reseña de
Lizaso tocaba no pocos de los aportes del movimiento, ocupándose de ello en
pocas pero bien hilvanadas líneas: desde citar al fundador Manuel Maples Arce,
los diferentes libros y revistas que escalonaron el proyecto, sus performances y
documentos, etc., hasta llegar a la gran construcción de Estridentópolis.
Recaía así el énfasis en los aspectos formales (diríase casi estructurales de
la experiencia estridentista), y no solo en sus lugares políticos:
“Se hacía necesario que una mano borrara la vieja ecuación de las estrellas,
para plantear un problema de vida nueva y ansia en traje de diario”. Y surgió
el estridentismo, con la figura augural de Manuel Maples Arce, trasmutador de
estéticas y fundador de reinos nuevos, precisando a poco alargar los nombres de
los viejos lugares para que cupieran en ellos las figuras de los innovadores.
Se comenzó apedreando "las
cosas llenas de muebles viejos de silencio, donde el polvo se come los pasos de
la luz", y después, en el alborozo de las superaciones, fatigando el susto
de la incomprensión, surgieron uno a uno los pisos de la nueva ciudad en
construcción. ANDAMIOS INTERIORES, CAFÉ DE NADIE, ESQUINA, IRRADIADOR, URBE;
cada uno fue ofreciendo el hallazgo de una perspectiva convergente, y a lo
último, ya se había delineado HORIZONTE, que llegaba “con ese aire del viajero
retrasado que ha atrapado de un salto cinematográfico el adiós del tren".
Así se construyó Estridentópolis, con materiales nuevos acarreados de todos los
ámbitos. List Arzubide, de los primeros, aportó ESQUINA (1923) para lanzar
después EL VIAJERO EN EL VÉRTICE (1926), en el sector de la nueva estética. A
la batalla social llevó también sus armas y sus entusiasmos.
Y ahora, para que nada faltara a
la nueva ciudad, se convierte en su cronista con este libro recién recibido. El
rumor del estridentismo nos llega hiriente de ruidos multánimes en estas crónicas
que han sabido apresar los momentos conservándoles su atmósfera, su vitalidad. No
es una relación de acaecimientos que sólo nos daría una desvaída idea de
aquellos resplandores: es un film veloz y desarticulado, en que actúan las
fuerzas. Se desarrollan los panoramas. Rumor agujereado de gritos que dieron en
el blanco. "Manifiestos, libros, hombres, mujeres del estridentismo,
subastas, veladas, todo pasa rápidamente, evocado en la imagen reverberante. Y
por un momento hemos visto surgir la "ciudad absurda, desconectada de la
realidad cotidiana". Y hemos escuchado las exclamaciones del paisaje,
lanzadas a los vientos por las torres de la Estación de Radio.
Se suma la perspicacia de Lizaso para la síntesis,
como para un juicio que, sin dejar ser apasionado, relativiza con elegancia,
apuntando al carácter también fantasmal de la empresa: "Esas páginas, sin apreciaciones, sin crítica,
con su mismo desorden y abigarramiento y su derroche lírico, son las únicas que
podrían darnos la visión de algo tan fantástico y tan real a la vez: la ciudad
nueva, visible sólo desde un vértice virtual".
Aunque sería riesgoso trazar esquemas sobre
adhesiones y simpatías, resulta claro que desde Revista de Avance el mejor considerado entre los estridentistas fue
Maples Arce, sobre el que no aparece alusión despectiva, compartiendo espacio
con los más frecuentemente acogidos Contemporáneos. No solo se publica su poema
"Canción desde un aeroplano", sino además –y también a cargo de Lizaso–, una reseña
de Poemas interdictos. A lo que debe
añadirse su amistad con Marinello, la simpatía de Mañach (quien calificó sus
poemas de “ciclópeos y libertarios”), y el cálido recibimiento, en la
redacción, a su paso fugaz por La Habana en agosto de 1930. (“Viejo amigo ‘sin
imágenes’, Maples Arce nos dejó ahora la de su juventud incalculada, tan precoz
ya de historia, y el grato recuerdo de una charla cálida y sin tasa de
jovialidad, de mexicano costeño”, apunta la nota. También es cierto, según
cuenta en sus memorias, que lo recibió Fernández de Castro, pasando la tarde
con Lizaso, Mañach, Brull y Florit, entre otros.)
Al centrarse en la evolución propiamente
poética de Maples Arce, esta segunda reseña de Lizaso venía a revelar de modo claro,
como fue habitual entre los avancistas
moderados, tanto la disyuntiva en que estaban frente a las poéticas radicales,
como las estrategias –en consecuencia– para asimilarlas. Por eso Lizaso, que
parte de recordar el ultimátum estridentista contra la “serenidad pensativa” de
González Martínez (al que conoció de joven gracias a Henríquez Ureña, y al que
seguramente seguiría admirando), insistirá en el tránsito en Maples hacia una
poesía más emocional y, por lo tanto, se entiende, menos convulsa y violenta que
la de Andamios Interiores: poemas
radiográficos (1922). De un libro a otro, dice, “hay muchos pasos hacia una
poesía que siendo nueva, incorpora la emoción poética –esa cosa insustituible
que ha faltado en tanto vanguardismo y que, cuando falta, reduce la poesía a un
simple acrobatismo inteligente e ingenioso”. Para añadir, sobre el nuevo libro:
“Encontramos a cada paso (…) el grito lírico del verdadero poeta”.
Y ya puede citar ampliamente sus imágenes sobre
telegrafía sin hilo y motores potentes, que el vuelo será siempre de algún modo
humano, por no decir cerúleo.
Desde luego, lo implícito del reparo no
consistía sino en un mensaje a los ultramodernos del patio, como puede
colegirse cuando apunta: “Junto al vanguardismo ingenuo reducido a la
esquematización ingeniosa de motivos, hay otro que sin abandonar el ritmo imprescindible
en todo poema, busca en la metáfora una manera de creación. Aquel es el vanguardismo
que asusta o divierte; éste, el que crea”.
En fin, pasos. A fin de cuentas ningún otro
estridentista publicó poesía en Avance,
salvo Humberto Rivas (con viejos vínculos con Cuba desde su etapa ultraísta).
Lo cierto es que Lizaso rompe lanzas a su favor, como puede verse también en su
reseña, en general favorable, sobre la Antología
de la poesía mexicana moderna editada por Jorge Cuesta: “Como aislado
representante de otra tendencia, no compartida en los criterios de esta
antología, queda Maples Arce, procedente del grupo estridentista y, sin duda
alguna, uno de los poetas más interesantes de la actual hora mexicana”. Así
como no encontraba explicación para las ausencias de Reyes y de Genaro Estrada,
resaltaba esta incómoda y, por lo mismo, atrayente soledad del autor de Poemas Interdictos.
Sin embargo, la recepción de los
estridentistas en el Suplemento fue
más amplia y unánime. Además de la atención que se les presta en el dossier de
poesía, estará la que suscitan de modo recurrente y casi siempre mediada por la
contraposición sin ambages a los Contemporáneos, lo cual es visible en
numerosos momentos entre 1927 y 1930. Sea en las críticas de Fernández de
Castro a Torres Bodet, en las páginas que aquel presta para los ataques de
Diego Rivera contra Novo y Villaurrutia, etc., o en el lugar en que colocan a
figuras como Gutiérrez Cruz, Xavier Icaza o Alva de la Canal, es evidente la
afinidad ideo-estética, sino propiamente ideológica, con sus postulados. Eco de
las rencillas entre Torres Bodet y Maples Arce, ridiculizan al primero y toman partido por el segundo. En un comentario sin firma sobre la conferencia
que el autor de Margarita de Niebla pronunció
en La Habana en mayo de 1928, se le echaba en cara –entre otras omisiones– las
siguientes:
Tenemos la pena de no conocer la
opinión de T. B. acerca de ingenios tan sutiles como Xavier Icaza, de tantos
merecimientos como los nombrados [los Contemporáneos], acerca de Cosío
Villegas, de tan alto valor moral y pureza de intenciones, de Eduardo
Villaseñor, tan ingenioso y cultivado, de Maples Arce –múltiple– y de sus
amigos los estridentistas que tan noble labor realizaron desde Horizonte…
No era cierto el olvido de Maples, al que el conferencista criticó en términos que ya eran conocidos. En cuanto a Icaza, cuya novela Panchito Chapapote fue ampliamente reseñada en el Suplemento, es indudable que marca, por su nacionalismo y su humor en clave antiyanqui, la frontera entre una y otra posición. Sumemos, por último, una reseña de El viajero en el vértice de Arzubide, firmada por M. L., y las alusiones laudatorias de otros escritores cubanos: entre ellos Mariblanca Sabas Alomá (que titula uno de sus panfletos “Poema en prosa con cinco aristas y una revolución al final”), Félix Pita Rodríguez o el propio Foncueva. Estos entienden la modernidad según un rasero técnico, viril y revolucionario (“como el concreto y el hierro en la construcción”) que recela del rigor formal y de la tradición.
En fin, calan el campo cultural cubano por lo
menos hasta 1933, cuando aparece en Bohemia
una muestra de Poemas revolucionarios de List Arzubide. Si bien el grupo se disgrega antes, la relación con el más
militante de los estridentistas siguió siendo fluida, como se aprecia en intercambio epistolar con Fernández de Castro, al tanto siempre de sus gestas por Nicaragua y Sandino, sus
críticas al imperialismo “que hacía de Cuba una colonia”, y su militancia
comunista que lo lleva a la Unión Soviética en 1929. Al regreso de aquel país, hará
una escala de varios días en La Habana, donde el cubano lo recibe y presenta a
las hermanas Nellie y Gloria Campobello, las dos grandes bailarinas mexicanas que
llevaban una temporada en la ciudad contratadas por el Teatro Martí. Nellie
Campobello, también poeta, había escrito entretanto su novela Cartucho, sobre la revolución en el
norte de México. Fascinado con aquellos relatos, que él mismo incita a escribir, Fernández de Castro no tuvo que
insistirle mucho a List Arzubide, quien, no menos fascinado con Nellie,
financiaría su publicación en 1931.
Sin
dudas un libro como El movimiento
estridentista venía a realizar el ideario de toda vanguardia: convertirse
en presente (“el vértice estupendo del minuto presente”) y ofrecerse como un
cajón del que pueden salir los materiales más inesperados, esos capaces de
fusionar las promesas del arte con las de la revolución. Seduciría a unos
cuantos esa premisa, sobre todo a los de mayor voluntad rupturista (o de mayores
afanes), como se observa en las cartas de Lamar Schweyer y Raúl Maestri a
Germán List Arzubide, y que éste, ni corto ni perezoso, incluye en adenda a la
primera edición. Para Lamar, que recibe la embestida de sus antiguos cofrades por
Biología de la Democracia, es urgente
que lo reconozcan en Latinoamérica, aun cuando ha olvidado citar a los grandes
vanguardistas del continente. “Los que no saben leer lo han creído
reaccionario”, dice a su favor, persistiendo en que los reaccionarios eran los
otros: esos que creen todavía en la “democracia infeliz”. No obstante, todo
tiene solución y él puede perfeccionar su tesis, pues se siente “estridentista
en sociología”.
Mientras, Regino Pedroso cocinaba “Salutación
fraterna al taller mecánico” –justo coincidiendo con la circulación de aquel triunfante
cuaderno– con versos que, de solo enunciarse (o anunciarse) advierten su
adhesión: “Lenguas de acero las mandarrias / ensayan en los yunques poemas
estridentistas /de literatura de vanguardia”. Todavía el obrero no era un poeta
enteramente proletario pero bien que se lo proponía.