Pedro Marqués de Armas
Cuando Thomas Walsh
visitó Cuba en febrero de 1919, era un poeta de cierto prestigio, reconocido estudioso
y traductor de la poesía en lengua española desde Manrique y Fray Luis hasta
los modernistas, afamado además por sus versiones de algunos poemas de Darío que,
junto a las de Salomón de la Selva, conformaron la edición póstuma Eleven Poems (N. Y, 1916), con prólogo
de Pedro Henríquez Ureña.
Amigo del bilingüe Selva,
por mediación de él conoce a Mariano Brull y a otros poetas latinoamericanos en
Nueva York y, poco más tarde, al crítico y mentor dominicano. Forman hacia
mediados de 1915 un pequeño grupo que comienza a gestionar, en buena parte, los
vínculos entre la poesía norteamericana y la hispanoamericana. Así evocaba
Henríquez Ureña aquel momento:
Poco después nos unimos para organizar pequeñas reuniones a
que asistían hombres de letras de las dos Américas. Allí, sino me equivoco, comenzaron
los del Norte a poner atención en la poesía rotunda y pintoresca de Chocano,
cuya visión externa del Nuevo Mundo es la más rica que hoy existe, en verso
castellano o en verso inglés. Entre los poetas norteamericanos, amigos de
Selva, se contaba ya Thomas Walsh, pulcro y cultísimo, ameno conversador, lleno
de anécdotas sabrosas; William Rose Benet, el místico del Halconero de Dios con
su moderación de modales y su elevación de ideas; el sencillo y sonriente Joyce
Kilmer, caído luego en tierra de Francia.
La amistad que se
establece entre los poetas citados –a los que se suman más tarde Martín Muñoz y
José Juan Tablada, e incluso, León de Greiff– implicará, además del cruce de traducciones
de sus propios poemas, la publicación de no pocos artículos panorámicos y la traslación
en ambas direcciones de otros muchos autores. La figura de Walsh resulta clave,
en esta telaraña, por su pasión latina y por coordinar -a impulso de aquellas
relaciones y sufragada por la Sociedad Hispánica de América- el proyecto de
traducción más vasto de la época: la Hispanic
Anthology, volumen de más de 800 páginas coronado por 200 poetas que apareció
en 1920 simultáneamente en Londres y Nueva York.
El viaje de Walsh a
Cuba dejará como rastro significativo su poema
“In The Café Europa", firmado en La Habana, recogido en su cuarto libro de
poemas Don Folquet and other poems
(John Lane, Londres/New York, 1919, p. 103) y reproducido en inglés en la
revista Social en septiembre de 1920.
En la entrada anterior arriesgamos una versión del mismo, hasta donde parece, la
primera en español, a cien años de haber sido escrito.
Los motivos de la
visita -por el poema sabemos de su paso por Camagüey- tendrían que precisarse
mejor, pero parecen responder al propósito de cartografiar la producción
poética del país en el contexto de aquella antología gigantesca. Era, pues, un
viaje de trabajo poético. Viajero infatigable –había recorrido de joven Italia,
Francia, Portugal y prácticamente toda España, a cuyos archivos y conventos volvería
en varias ocasiones-, mirará Cuba con ojos de hispanista, verá en La Habana una
Sevilla sin catedral, y el resultado será un poema extrañamente moderno, oscuro
al inicio y que avanza hacia una claridad encomiástica, al convertir a la Isla en un meridiano intercultural, es decir, como la llama: “el centro de
nuestra literatura continental, ¡la capital de Pan-América!”
Un repaso de su
estancia, a partir de publicaciones a mano, permite entresacar algunas coordenadas.
Un gran admirador de España y del espíritu de nuestros
pueblos descendientes de ella, el poeta norteamericano Sr. Thomas Walsh, es
huésped de La Habana. CUBA CONTEMPORÁNEA ha tenido el placer de recibir la
visita de este distinguido hombre de letras, traductor afortunado de escogidas
poesías de Casal, de Rubén Darío, de Guillermo Valencia, de José Asunción
Silva, etc., y ha recibido también el presente valioso de algunas obras suyas: The Pilgrim Kings, Gardens Overseas, y The
Prison Ships. Ha hecho el Sr. Walsh en inglés una Antología de selectos
poetas españoles y latinoamericanos, por encargo de la Hispanic Society of
America, de Nueva York, que está a punto de ser publicada. Que le sea grata su
estancia en nuestro país (Febrero de 1919, p 132).
En el número de marzo, probablemente tras su partida, Cuba
contemporánea publica “Una poesía de Casal vertida al inglés”; se trata del
poema “La Perla”, precedido de un breve comentario:
Mucho agradecemos al
distinguido poeta norteamericano Sr. Thomas Walsh su cortesía de obsequiarnos
con esta ajustada traducción de una poesía de nuestro malogrado Julián del
Casal. Para que pueda juzgarse del mérito de la traducción, publicamos también
“La Perla” en castellano. El Sr. Walsh, que ha sido huésped de La Habana
durante unas semanas, es gran admirador de la poesía española e
hispanoamericana, y ha traducido al inglés varias composiciones de Rubén Darío,
Guillermo Valencia, José Asunción Silva, Julián del Casal, etc. (…) Está a
punto de publicarse, compilada por él a instancias de la Hispanic Society of
America, de Nueva York, una Antología Española, en inglés, que contendrá
selectas poesías de los mejores poetas de habla hispana (pp. 90-91).
Por último, Cuba contemporánea hace pública en mayo
de ese año esta convocatoria “A los poetas cubanos”:
Avisamos (…) que el poeta norteamericano señor Thomas Walsh,
que no hace mucho fue huésped de Cuba, desea recibir sus obras para darlos a
conocer al público de su país en un estudio que prepara sobre la moderna poesía
cubana. Excitamos a nuestros jóvenes bardos para que envíen a su colega
norteamericano sus producciones al número 227 de la calle Clinton, Brooklyn,
New York, residencia del señor Walsh. (p. 165).
Por su parte, Social publicó en su número de marzo,
bajo el título “Dos traducciones de Walsh”, sendos sonetos de Julio Herrera y Reissig,
los titulados “El cura” y “Los carros” (p. 26). Gracias a una nota de
presentación, no dirigida a los textos, sino al traductor, sabemos que Walsh impartió
en los salones del Heraldo de Cuba
una conferencia sobre “los poetas norteamericanos y la Guerra de las Naciones”.
Allí fue acogido por Carlos Mendieta, entonces director del diario, y por el
compositor y musicólogo Eduardo Sánchez de Fuentes. Es probable que la
recomendación haya venido de Henríquez Ureña, quien sostuviera durante años la
sección “Desde Washington” y todavía en 1919 colaboraba de modo habitual en
aquel periódico.
La nota lo califica de
“talentoso traductor de Heredia, Rodó, José A. Silva y Herrera y Reissig", y
añade que Walsh “se maravilló de que en Cuba Republicana no hubiera ya
monumentos (aunque pequeños) a Heredia, a Tejera y a Casal”. Al segundo, dijo
irónico, lo representaría en su famosa hamaca. Se despidió de Social dedicando a la redacción un
ejemplar de su libro Overseas garden.
Hispanic Anthology, poems translated from the spanish by english and
north american poets, colleted and arranged by Thomas Walsh vió la luz a mediados de 1920. Además del poeta de Brooklyn, entre los traductores estaban
Roderick Gill, Joseph G. Clarke, Garret Strange, Alice Stone Blackwell, Muna
Lee y, entre otros, un sorprendente William Carlos Williams, quien traducía
poemas de Arévalo Martínez, Guillén Zelaya y Luis Carlos López. También, un
clásico como William Cullen Byrant (traductor de Heredia), décadas más tarde
traducido por Roberto Friol.
Pero el mayor número de
versiones lleva la firma de Walsh. Entre otros, tradujo a Manrique, Fray Luis, Garcilaso, Quevedo,
Andrés Bello, Zorrilla, Campoamor, Bécquer, Tejera, Silva, Darío,
Herrera y Reissig, Machado, Tablada, Juan Ramón Jiménez y José Manuel Poveda (cuyas traducciones reproduciría El Fígaro ese mismo año).
He buscado en vano
algún comentario de época sobre el poema. Sorprende que no se le haya traducido
en su momento ni, por lo visto, después. Si lo comparamos con sus poemas sobre
Goya, Velázquez y El Greco (“Greco paints his masterpiece”, tal vez el más
logrado, lo traducen Henríquez Ureña y José Juan Tablada), o sobre ciudades
como Toledo y Sevilla, destaca por su carácter exterior o sensorial, por el
modo en que convoca a la multitud, al tráfago moderno.
Un aguacero retiene al
poeta en el Café Europa, en la estrecha calle Obispo, y ese corte forzoso, que
lo apresa junto a la concurrencia, despierta la observación del entorno. Una
sucesión de imágenes que buscan amplificar semejanzas, o bien diferencias,
se revela entonces al ojo y al oído casi como una avalancha de matices visuales
y acentos lingüísticos, imaginados siempre desde la experiencia europea –o propiamente
española- del poeta.
Se produce un contraste
entre lo especulativo y lo observado, entre la presencia viva de las gentes y el
modo como se supone su historia. En cualquier caso, un montaje que intercala
referencias a lo hispánico, lo indio y lo africano, junto a alusiones al pulso comercial
de la ciudad, hasta construir esa imagen venturosa de un país nuevo. El contraste, que se
sostiene con intensidad a lo largo del poema, decae en los últimos versos, laudatorios
y enumerativos. Pero nos deja imágenes excelentes y rápidas como las siguientes:
He aquí la buena lógica del Renacimiento.
El espíritu de Fray Luises y Quevedos
utilizado para discutir de la guerra mundial,
los informes de las comisiones ferroviarias
o los nuevos pasos de Maruxa,
la belleza de los callejones de Camagüey.
No es difícil adivinar
las intenciones: Walsh encontró en apenas dos semanas en Cuba, lo que había buscado durante años en España: la esperanza de un renacimiento cultural. Esta búsqueda mira ahora a América, a todo el Continente, desde un Café llamado Europa. Seducido
por el trasiego y la vitalidad, por el monto del placer, fusiona sin reparos
poesía y ciudadanía. Desde ese Café, o más bien al salir de él, cuando
acaba el aguacero, imagina una capital literaria. Una guerra reciente por
medio, no apagado aún el sentimiento de derrota entre los intelectuales
españoles, y el país visitado todavía en alza económica, redondean la
ilusión.