Con estas imágenes finaliza la serie "Cuba sufre y se estremece bajo la tiranía machadista", que fuera publicada entre el 2 y 17 de enero de 1933 en el periódico La Voz de Madrid, donde se la puede consultar íntegramente.
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viernes, 28 de septiembre de 2012
jueves, 27 de septiembre de 2012
As de los dinamiteros cubanos
—Cuénteme usted, como me prometió ayer, nuevos episodios de la vida de
Amauri Escalona.
La vida y la gallardía romántica de este joven héroe han ganado la simpatía
de nuestros lectores.
—Verá usted: Amauri Escalona empezó sus actividades de dinamitero desde la
primera época, cuando la protesta contra Machado pasó de ser ruidosa a gritos
para ser efectiva en las calles.
—¿Hicieron víctimas desde el principio estos atentados ?
—No. Se tuvo especial cuidado de no producir desgracias personales.
—¿Se hizo famoso Amauri Escalona desde la ruptura de hostilidades entre
ustedes y la Policía?
—Durante los primeros días, ya Amauri empezó a ser notado entre nosotros,
porque sufrió un accidente grave.
—¿Al colocar una bomba?
—No. Le estalló un pequeño petardo en la mano cuando lo estaba preparando.
—¿Preparaba solo sus explosivos?
—En esta ocasión le acompañaba un amigo. La explosión fue tan violenta, que
quedaron desnudos, tendidos en el suelo y privados de conocimiento.
—¿Cómo se llamaba este compañero?
—Agustín Guitart.
—¿Los detuvieren por este hecho?
—Sí. Pero como por la explosión no quedó el menor rastro de lo que estaban
haciendo, no pudieron acusarlos en forma, concretamente, y sólo los tuvieron
detenidos des o tres meses.
—¿Dónde ocurrió el accidente?
—En una casa de la calle de San Rafael. Me parece que en el número 115.
—¿Vivía allí Amauri?
—No, señor; aquella casa era de una señora amiga nuestra, que nos la
prestaba clandestinamente para laboratorio de explosivos.
—¿A qué hora ocurrió la explosión?
—Al anochecer.
—¿Conocía ya usted a Escalona?
—En esa época sólo lo conocía de referencias. Personalmente trabé amistad
fraternal con él..
—¿Recuerda usted exactamente la fecha de esa explosión?
—Fue después de las protestas y de las manifestaciones en las calles.
Ya habían ocurrido algunas muertes, que conmovieron a toda La Habana.
—¿Por ejemplo...?
—La de una señora que estaba asomada a un balcón cuando pasaba una,
manifestación de estudiantes.
Esta señora, buena cubana, valiente, animó a los muchachos al pasar con
gritos de libertad para Cuba. Entonces los policías de La Porra abrieron fuego
sobre el balcón en que se hallaba la señora y la mataron acribillada a balazos.
—Volvamos a Amauri. Me dijo usted que lo que preparaba, era un petardo
cuando tuvo el accidente.
—Sí; era un petardo de percusión de los que entonces preparábamos, y que
era casi inofensivo.
Los podíamos para asustar, porque hacía una detonación tremenda.
—¿Se enteraría toda la barriada donde ocurrió la explosión de Amauri?
—Claro, y por eso le detuvieron a él y a Guitart. La Policía fue la primera
en acudir, y lo primero que hicieron los agentes fue detener a los heridos y
llevarlos al hospital. Como las heridas eran leves, más que nada pequeñas quemaduras
y síntomas de asfixia, pronto los trasladaron al castillo del Príncipe, donde
los tuvieron dos o tres meses.
—¿Se ocuparon los periódicos del suceso?
—Mucho, muchísimo.
—¿Y por ellos se enteró usted?
—Efectivamente, y me impresionó mucho.
—¿Por qué usted se dedicaba ya a dinamitero también acaso?
—Sí, señor; pero yo "trabajaba por mi cuenta".
—¿Cómo por su cuenta?
—Quiero decir que operaba solo y al impulso de lo que me dictaba mi
indignación. Yo ya sabía que había camaradas dedicados a lo mismo; pero no
habíamos establecido todavía la comunidad, que vino después. No habíamos tenido
tiempo para ello.
—¿Luego el accidente a Escalona le produjo a usted miedo?...
—Jamás. Ni un solo momento. Medité, naturalmente, sobre el hecho y deduje
simplemente esta consecuencia: "Es peligroso manejar la dinamita."
Pero nada más. Seguí manejándola. Pensé que Amauri había cometido alguna imprudencia
al manejar el petardo. Pero jamás me planteé la cuestión de dejar de seguir
actuando.
—¿Qué consecuencias tuvo el suceso
inmediatamente?
—De pronto, ninguna. Entonces las represalias no se producían con ese
bárbaro automatismo con que se produjeron más tarde. Recuerde las últimas con
motivo de la muerte del presidente del Senado...
El ESCONDITE DEL DINAMITERO
—Usted me dijo el otro día que Amauri Escalona había sido su huésped.
Cuénteme cosas de aquellos días.
—Yo le ofrecí a Amauri mi cuarto de estudiante cuando el capitán Calvo —ya
le hablaré a usted largamente, para un capítulo de esta historia, de este capitán
Calvo—, cuando el capitán Calvo había pregonado su cabeza.
—¿En mucho?
—Baratito, señor. Mil dólares. Por cierto que en una ocasión en que
estuvimos juntos en la cárcel le decía yo a Amauri; "Mira, chico, tienes
un cuerpo santo. Vale justos mil pesos, mientras que 'mío vale unos
"quilos". Te matan a ti y dan plata abundante. Me matan a mí, y en la
Facultad de Medicina dan por un cadáver tres pesos. Una miseria, chico."
—¿Este pregón lo hizo Calvo por escrito?
—Por escrito se hacen muy pocas cosas en Cuba. Hasta los recursos de los
abogados a favor de los presos políticos los rompía la Policía de Machado. El
santo horror a la letra que tienen todos los tiranos y sus esbirros...
—Luego él ofreció los mil pesos a los policías.
-Efectivamente. Era el
jefe de Policía, y ofreció a sus subordinados esa cantidad por la cabeza de
Amauri. Sí, Sí! Por allá anda Amauri dando que hacer, si no lo han matado estos
días.
—¿En qué época lo tuvo usted escondido?
—Durante el verano entero de 1931.
—¿Ya se habían colocado bombas tales, con efectos destructivos?
—Sí, señor. Habíamos llegado a un dominio grande de la dinamita.
—¿Qué daños importantes habían producido esas bombas?
—Una de ellas fue colocada en la casa de Desiderio Ferreira, uno de los
conspicuos de Machado y uno de los animadores de la famosa partida de la porra.
LA PARTIDA DE LA PORRA
-¿En qué consistía esa partida?
—Era una agrupación de desalmados partidarios a sueldo de Machado, que
tenía una especie de patente de corso para hacer cuanto quisiera. Operaba por
su cuenta y sin responsabilidad ninguna.
—¿Qué fechorías había hecho ya la partida cuando usted tenía oculto a
Amauri?
—Habían matado a varios estudiantes y habían asaltado imprentas de
periódicos oposicionistas. Por ejemplo, destruyeron los talleres de la revista
"Karikato" |y habían hecho otras fechorías por el estilo. No se podía
vivir.
—¿Cuál fue el primer acontecimiento sonado de la partida de la porra?
—No recuerdo bien, porque la gente empezó a darse cuenta de la existencia
de esta organización cuando ya había hecho muchas de las suyas. Pero creo recordar que su primer hazaña fue la muerte de un
profesional en la calle de Consulado. Creo que se trataba de un abogado.
—¿Lo mataron amparados en la noche?
—¡Ca! No, señor. En pleno día, a las tres da la larde.
—¿Cómo lo mataron?
—A tiros. Al estilo de lo que ustedes llaman en España pistoleros. Eran
seis o siete, y me parece que le hicieron les disparos desde un automóvil.
—¿Son buenos tiradores los de la partida?
—El Desiderio Ferreira es un campeón. Por esta cualidad, el que hacía de
jefe de partida, un tal Leopoldo Fernández Ros, lo elegía para operaciones
difíciles. Por ejemplo: para asegurar a algún infeliz en el momento de abandonar
el coche o de salir de casa, tirándole desde cuarenta y más metros coa pistola.
Estas hazañas las ha repetido con frecuencia Pereira. Hay otro porrista muy
significado: un tal Mañalich. Pero el más entusiasta es Fernández Ros.
—¿Todavía existe la partida?
—Existe y actúa. Va formidablemente armada. Los porristas suelen disponer
de automóviles, en que montan ametralladoras. Ellos mismos van provistos de las
mejores pistolas que se fabrican en América, entre ellas pistolas
ametralladoras.
Como sus automóviles no llevan número de matrícula, es muy difícil seguirlos
y vengarse.
—¿Eran muchos?
—En La Habana, unos 120. Pero había ramificaciones en toda la isla. Donde
estaba el grupo más importante después del de La Habana es en Santiago.
—¿Se relacionaba directamente Machado con "la porra"?
—Sí, señor. Y la partida estaba tan considerada por él, que sus miembros se
han sentado muchas veces a la mesa presidencial. Las inmediaciones de Palacio
están siempre guardadas por ellos. Impedían detenerse a los transeúntes, incluso
a los turistas extranjeros.
—¿Cómo conocían ustedes a los miembros de "la porra"?
—Era fácil. Casi todos son mulatos. Además se les notaba debajo de la chaqueta
el bulto del "colt 38", el enorme pistolón de que iban armados y que
es e1 mismo que usa la Policía.
—¿Están bien pagados?
—¿Están bien pagados?
—Sí, señor. Pagados en especie.
Pero ya de esto hablaremos mañana.
martes, 25 de septiembre de 2012
domingo, 23 de septiembre de 2012
sábado, 22 de septiembre de 2012
El chacal de Oriente
Alfonso Hernández Catá
Arsenio Ortiz ya tenía renombre sanguinario, y
no usurpado. En la llamada guerra racista —otra de nuestras vergüenzas, por su
crueldad—, el entonces Capitán Ortiz se presentó en Santiago con una canasta de
orejas de negros. Y luego, en la represión menocaliana de 1917, aterrorizó de
tal modo la región de Holguín, que aún se canta allá un son con esta letra:
"No pises tierra holguinera —que te coge Arsenio Ortiz."
El machadato no pudo buscar militar con mayor
hoja de servicios para los menesteres que necesitaba. Machado, amigo de los
banqueros yanquis, había aprendido lo de The
rigth man in the rigth place.
Ante el temor de que en Oriente surgiese una
revolución —si Camagüey es el corazón de Cuba, Oriente es su pulmón, porque por
él han respirado todas sus ansias de libertad—, Arsenio Ortiz fue nombrado
supervisor militar de Santiago. Lo que hizo en sólo cuarenta días, ni siquiera
el terremoto sufrido después por la segunda ciudad de la isla pudo hacerlo. La
generosa tierra oriental se esponjó de sangre. En su progreso natural de
felonía, el hombre de Holguín pasó a ser el hombre de Santiago. Sin duda los
crímenes de que dejó pruebas próximas a la jactancia, no son todos. Hubo más
torturados, más muertos. Nunca la ferocidad y la celeridad han marchado tan juntas.
El nombre de "Chacal de Oriente" con que un periodista habanero lo
bautizó, no debe perpetuarse; y no tanto por miedo al lugar común cuanto por
respeto a las categorías zoológicas.
Más de una vida diaria arroja el pavoroso
balance. Cuarenta y cuatro muertos hicieron célebre la Loma Colorada y el
cuarto del vivac donde, de antiguo, solían encerrarse los locos. Los gritos de
espanto y de dolor de los así acabados sin proceso ni defensa eran tales, que
junto a ellos, según los vecinos, los lanzados por los dementes sonaban como
gemidos débiles. Para el supervisor no había límites. La menor protesta era castigada
con la pena única. Un dependiente de la confitería "La Nuviola" a
quien llamaban "El Españolíto", que se permitió comentar los desmanes,
fue callado a tiros por los esbirros de Ortiz, y como no quedase muerto,
volvieron atrás ya iniciada la huida, y ante los primeros transeúntes agrupados,
rodearon el cuello de la víctima con un alambre y, tirando de él después de
hacer palanca con los pies, lo estrangularon bárbaramente. Ante tales hechos el
Presidente de la Audiencia Provincial, don Luis Echeverría y Limonta, sintió
sublevarse su conciencia y protestó. Para advertirle de su inoportunidad, el
Comandante Ortiz tuvo la delicada ocurrencia de colgar del dintel de la puerta
de la casa del Magistrado un cadáver, que con su pendulear trágico aconsejaba a
la Justicia el desentenderse de aquellos asuntos. Sin la Prensa acusadora, a
pesar de todas las amenazas nadie hubiera detenido a Ortiz. Mientras caían
hombres inocentes en Santiago, el Secretario de Gobernación se limitaba a decir
que había mucha exageración en los rumores, y el Presidente pescaba mecido por
las olas sin que ninguna pesadilla de conciencia turbara su sueño.
Procesado no obstante, por presión pública,
bajo acusación de cuarenta y cuatro asesinatos, según consta en autos
judiciales, el terrorífico militar fue llamado a la Habana. Allí, en vez de
entrar en prisión, alójesele en el Estado Mayor, permitiéndosele salidas
clandestinas. Por si eso fuera poco, Machado promulgó una ley de amnistía con
el único fin de dejarlo impune, y le otorgó de modo extraoficial la verdadera jefatura
de la Policía habanera dándole ocasión de añadir en su cuadro de caza humana a
los estudiantes Floro y Antonio Pérez, Rafael Nápoles Batista, Argelio Puig
Jordán, al que remató después de haberle volcado el automóvil en que huía con
sus compañeros Orlando Rodríguez y Ferrer Cañal, heridos también por las balas
del monstruo de que habían querido librar a su tierra. Aún después, con motivo
de otros sucesos revolucionarios, el Presidente Machado lo envió de Jefe
militar a Santa Clara, y en el ingenio Jatibonico fusiló a tres guardas
jurados. Por reclamaciones del Gobierno norteamericano —el ingenio pertenece a
propietarios yankis—, fue destituido
y expulsado del Ejército. Y es rumor público que el Presidente le dio como
viático para su retirada a Alemania, en donde hoy se halla, veinte mil pesos
que, naturalmente, no salieron del
peculio privado del soberano de Cuba, sino de las entrañas del pueblo, lo mismo
que había salido la sangre derramada por él. Las felonías de Ortiz han sido
relatadas por la Prensa de todo el mundo, y una revista tan moderada como Colliers, de Nueva York, le dedicaba en
su número de 5 de mayo de 1933 un extenso artículo con testimonios gráficos de
sus crímenes. El periodista y escritor americano Carleton Beal le consagra en
su libro The Crime of Cuba un
capítulo que ha contribuido mucho a deshacer en la opinión pública
norteamericana los errores incrustados por la Sociedad Machado-Wall Street a
fuerza de oro cubano pagado a periodistas venales. Y el Senador Borah y el
Representante Fich han nombrado también en las Cámaras legislativas al monstruo
al ocuparse de las iniquidades del vasto cementerio antillano.
A pesar de tanto encono, de tanta violencia,
el machadismo, que había creído doblegar las resistencias todas, halló frente a
sí una impenetrable. El nacimiento y conservación de esa resistencia ha sido el
buen milagro de Cuba en estos años dolorosos. Dijérase que los héroes
revolucionarios, al través de la generación que no supo administrar su
herencia, transmitían mensajes a sus nietos, y que los "pinos nuevos"
de que habló Martí alzaban sus troncos cuando los cañaverales diabéticos y las
triunfales palmas se mustiaban vencidas.
De la Universidad, verdadera alma máter esta vez, salió el empuje que
pronto se propagó a los Institutos y a las Escuelas. Sin perder la sonrisa,
pero con una seriedad profunda, con una cautela, con un arrojo, con un sentido
de convivencia y organización que niveló en un rasero de heroicidad
desigualdades de edad y de clases sociales, los estudiantes, la juventud, se
lanzó a la lucha, y tras varias peripecias arrastró a ella a sus profesores. En
ninguna parte ni en ninguna época un haz de muchachos ha procedido más
seriamente, más virilmente.
En el largo lapso de olvidos y de
claudicaciones, esa juventud ha sido la prez, el detersivo, la flor de la
nación cubana. Machado tenía que odiar esa juventud por dos razones
específicas: por su vejez rijosa y por su incultura. Y el odio de Machado, como
el de Arsenio Ortiz —odio de hienas—, sólo se satisface con carne muerta.
La Universidad fue, desde el primer momento,
el blanco principal de la tiranía cubana. Y los verdugos recibieron órdenes
concretas. Machado no podía disponer de tres o cuatro Atilas como Arsenio Ortiz
para oscurecer la demoníaca gloria de Herodes, pero sí de sucursales eficaces.
Todo cuanto fue mocedad y pensamiento quedó condenado.
Un cementerio
en las Antillas, Madrid, 1933 pp.
51-58.
jueves, 20 de septiembre de 2012
La tiñosa
Pedro Marqués de Armas
El soldado que llevan en andas acaba de dar muerte de un disparo en el pómulo al jefe de la porra.
Se lo han echado encima frente a la farmacia, esquina a Virtudes, justo donde cayera abatido el temible Jiménez y avanzan -verdad que una turba no demasiado numerosa- calle arriba aclamando al héroe que mostrarán en breve sobre los leones del Prado.
Se lo han echado encima frente a la farmacia, esquina a Virtudes, justo donde cayera abatido el temible Jiménez y avanzan -verdad que una turba no demasiado numerosa- calle arriba aclamando al héroe que mostrarán en breve sobre los leones del Prado.
Todos en función del sargento menos el que va
vestido de blanco, con la camisa abierta: ése que parece sorprender a
distancia la cámara.
Por la derecha se adelanta sin embargo el más interesante de los forajidos: un negrito que roba la escena casi desde el exterior. No levanta tres cuartas del suelo pero bracea como ninguno, el muy ufano.
Por la derecha se adelanta sin embargo el más interesante de los forajidos: un negrito que roba la escena casi desde el exterior. No levanta tres cuartas del suelo pero bracea como ninguno, el muy ufano.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Cosecha de porristas
Un grupo de estudiantes, según se dice, después del entierro del jefe de Policía de Machado, don Antonio Anciart, que se suicidó, ha desenterrado el cadáver y lo ha llevado a la Universidad, colocándolo fuera del edificio, sobre la escalinata que da a la calle, y dejándolo así expuesto al público.
Cuando unas cien personas presenciaban todas estas maniobras le colocaron en los labios un trozo de tabaco puro.
Luego, la muchedumbre se apoderó del cadáver y lo colgó de un columna de tranvías, pero la cuerda se rompió y cayó al suelo.
Finalmente intentaron quemarlo, pero no lo consiguieron. Por último intervino la Policía y consiguió llevarse los restos al depósito, donde quedaron custodiados por un retén extraordinario de fuerzas para impedir más desmanes.
Más tarde los restos fueron de nuevo enterrados.
United Press, ABC, Madrid, 22 de agosto de 1933.
lunes, 17 de septiembre de 2012
El jefe de policía
Federico de Ibarzábal
...He aquí sobre el pavimento al jefe de la
policía. Alguien trae una cuerda. La escena es bajo un farol del alumbrado
público que acaba de encenderse. Un relente macabro, de pesadilla y obsesión,
flota sobre la plaza. Hay un griterío ensordecedor. Un hombre trepa ágil al
palo. Amarra la cuerda en lo alto y desciende. Otros han pasado un lazo por el
cuello del jefe de la policía. Lo izan. Van a “ahorcar” el cadáver... Pero la
cuerda se rompe y el cuerpo cae a tierra, rebotando como una pelota sobre el
embaldosado. La gente ríe. Unos se cubren el rostro con las manos o vuelven la
cara. Tres o cuatro descargan puntapies que suenan a hueco, y lo escupen. Muy
de noche se lo llevan de la ciudad (...)
fragmento de "El jefe de policía", La isla de los muertos y otros relatos, Editorial Letras Cubanas, 1983.
sábado, 15 de septiembre de 2012
De pie sobre la estatua
Guillermo Cabrera Infante
La foto es de un curioso
simbolismo. Señala el fin de una tiranía militar al tiempo que entroniza a un
soldado. Todos los puntos de la foto convergen hacia el soldado, que está de
pie sobre la estatua de un león al inicio de un paseo capitalino. Está el soldado
erguido, el rifle en alto sostenido por su mano derecha, mientras su mano
izquierda se extiende hacia un lado, tal vez tratando de conservar el
equilibrio. Tiene la cabeza alta y erguida, celebrando el momento del triunfo,
que es, aparentemente, colectivo.
En el extremo izquierdo de la foto uno de los
manifestantes se ha quitado su sombrero de pajilla y saluda hacia lo alto,
hacia el soldado. A la derecha y al centro otro manifestante más modesto (está
en mangas de camisa) se quita la gorra mientras vitorea al soldado. Todos están
cercados por una pequeña turba exaltada por el triunfo de su causa, según
parece.
Detrás del soldado se ven unos
balcones bordados en hierro y unas ventanas de persianas francesas abiertas de
par en par. Más lejos, en la esquina, hay un anuncio de una línea de aviación,
en inglés. La foto ha sido reproducida en todas partes como testimonio de su
época -o más bien de su momento.
Vista del amanecer en el trópico (1974).
miércoles, 12 de septiembre de 2012
La cruzada de Tarrida
Benedict Anderson
La mayoría de los más de 300 encarcelados en
Montjuic tras el atentado de Corpus Christi, el 7 de junio de 1896, seguían
allí cuando Rizal se les unió una noche de comienzos de octubre. La excepción
clave fue la de un notable criollo cubano llamado Fernando Tarrida del Mármol,
de la misma edad que Rizal, a quien ya habíamos visto acompañando a Errico
Malatesta en su malograda gira política por España en el momento del émeute de Jerez de 1892. Detenido tarde
-el 21 de julio- en los escalones de la Academia Politécnica de Barcelona,
donde era ingeniero, director y distinguido profesor de matemáticas, Tarrida
fue liberado el 27 de agosto. Tuvo suerte de que un joven teniente de guardia,
reconociendo a su antiguo profesor, se atreviera a bajar subrepticiamente a
Barcelona con el pretexto de encontrarse enfermo y cablegrafiar a la prensa
nacional y a toda figura influyente que se le ocurrió que Tarrida estaba preso.
El cubano fue igualmente afortunado de que su primo, el marqués de Mont-Roig,
senador conservador, usara después su influencia y sus contactos para
liberarlo. (A Tarrida no le avergonzaba lo más mínimo esta ayuda de la derecha,
pero podemos estar seguros de que le impelía a ser mucho más activo en nombre
de sus compañeros presos menos conocidos.) Cuando lo liberaron, cruzó con mucha
discreción los Pirineos para dirigirse a París, llevándose cartas y otros
documentos que sus compañeros de cárcel que él u otros habían conseguido sacar
clandestinamente.
El artículo de Tarrida titulado “Un mois dans
les prisons d’Espagne” se publicó en La
Revue Blanche, principal quincenario intelectual de Francia, exactamente en
el momento en que a Rizal lo devolvían de Barcelona a Manila fuertemente
custodiado. Fue el primero de los catorce artículos que Tarrida escribió para
esta revista en los quince meses siguientes. No sólo cubrieron con detalle las
atrocidades practicadas en Montjuic, sino también la Guerra de Independencia
cubana, los movimientos nacionalistas de Filipinas y Puerto Rico, los malos
tratos infligidos a los prisioneros caribeños en Ceuta, los ruidosos planes
imperialistas de Estados Unidos, y, quizá sorprendentemente, un texto
profesional lleno de ecuaciones, anterior a los hermanos Wright, sobre
“navegación aérea”. El segundo de la serie, publicado el 15 de diciembre, dos
semanas antes de la ejecución de Rizal, estaba dedicado a “Le problème
philippin” (el propio novelista estaba brevemente descrito como un deportado
político). Se podría aventurar que este período Tarrida fue el colaborador más
frecuente de la revista. El extraordinario espacio que le concedieron se debió
ciertamente al principio a su testimonio personal sobre Montjuic. Fue el
comienzo de lo que acabaría convirtiéndose en un movimiento atlántico de
protesta contra el régimen de Cánovas, denominado por el escritor, con su
habitual talento mediático, “los inquisidores de España”. Tarrida fue un
verdadero descubrimiento para La Revue
Blanche, porque no sólo era una rara ave de mente abierta, un intelectual
anarquista catalán que hablaba francés, sino que también, como patriota cubano,
estaba perfectamente situado para relacionar sistemáticamente Montjüic con las
luchas independentistas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
¿Cómo se produjo esta coyuntura? La trayectoria
profesional anterior de Tarrida tuvo una importancia decisiva. Nació, como ya
hemos señalado, en La Habana en 1861 y vivió allí hasta la espectacular caída
de Isabel II en 1868. No está claro por qué su padre, rico fabricante catalán
de botas y zapatos al fin y al cabo, decidió irse a vivir a Cuba. Pero la fecha
de regreso de la familia sugiere que tal vez fuera uno de los blancos posibles
del régimen en sus últimos años represores. El joven Fernando fue entonces
enviado al liceo de Pau, donde muchas décadas después sufriría Bordieu. En ese
colegio un compañero, el futuro primer ministro francés Jean-Louis Barthou,
convirtió a Tarrida al republicanismo. A su regreso a España, Fernando viró más
a la izquierda, frecuentando reuniones y clubes obreros. En 1886 (un año antes
de que se publicase Noli me tangere),
se había convertido en anarquista confirmado, conferenciante magnético y
articulista habitual en las principales publicaciones anarquistas, Acracia y El productor. En julio de
1889, los obreros barceloneses lo eligieron para que los representase en el
Congreso Internacional Socialista de París. En una conferencia pública
pronunciada en noviembre de ese año acuñó el inimitable lema de “anarquismo sin
adjetivos”, como parte de una campaña sostenida para superar los enfrentamientos
sectarios de la izquierda. “De todas las teorías revolucionarias que afirman
garantizar una completa emancipación social, la que más de cerca se adapta a la
Naturaleza, la Ciencia y la Justicia, y que rechaza todos los dogmas,
políticos, sociales, económicos y religiosos, se llama anarquismo sin adjetivos”.
La idea era poner fin a las amargas peleas entre marxistas y bakuninistas: como
él decía, el verdadero anarquismo nunca
impondría a nadie un plan económico preconcebido, dado que esto trasgredía el
principio de elección básico. Pero su campaña se dirigía en igual medida contra
toda idea de “propaganda por el hecho” en solitario.
Tarrida fue enseguida acusado por Jean Grave -a
menudo llamado en broma el papa del anarquismo- en La Révolte de representante de la obstinada tradición anarquista
española del “colectivismo”, es decir, el apego a una base obrera organizada.
Dice mucho a favor del cuerdo rechazo de este papa a la infalibilidad el que
publicase de inmediato la tajante respuesta de Tarrida. Éste, de veintiocho
años y ya profesor de matemáticas, escribía convincentemente que grupos
pequeños que utilizasen la propaganda por el hecho sin organización colectiva
que los respaldase no tenían ninguna oportunidad contra el poder central de la
burguesía. Los anarquistas españoles creían, basándose en la larga experiencia,
que la coordinación era esencial, dado que la resistencia organizada de las
clases obreras era el único instrumento productivo para enfrentarse a la represión
estatal. Era completamente equivocado, por lo tanto, rechazar de plano los centros obreros, tachándolos de “jerarquías”
autoritarias por naturaleza; por el contrario, se habían demostrado
indispensables para el crecimiento del movimiento revolucionario de España. La
exigencia planteada por Grave de que se abolieran las asociaciones obreras
carecía de sentido. Al mismo tiempo, sin embargo, Tarrida estaba dispuesto a
admitir que en la moribunda FTRE (Federación de Trabajadores de la Región
Española, cenizas de la Primera Internacional) la burocratización había
arraigado profundamente, y que había perdido su utilidad.
Los argumentos de Tarrida eran importantes por
sí mismo (y muy pronto convencieron a Malatesta, Élie Reclus y otros), pero en
el contexto presente lo fundamental es que se publicaron en La Révolte, a la que como hemos visto,
muchos de los principales novelista, poetas y pintores de Paría eran
suscriptores leales. Cuando Tarrida llegó a París tras ser liberado de Monjuic,
era por lo tanto una figura (impresa) conocida. El que fuese un cubano en el
momento de la enormemente difundida represión de Weyler en su isla nativa
aseguró aún más su entrada.
En segundo lugar, Tarrida no apareció en París
como una víctima solitaria. Por lo violento que el estado de excepción fuese en
Barcelona, Cánovas era suficientemente astuto como para no ampliarlo al resto
de España; pero en septiembre hizo aprobar en las Cortes la legislación más
punitiva de ese momento en la Europa occidental contra el terrorismo y la
subversión. Aun así, de acuerdo con las estadísticas reunidas por Ricardo Mella
(cuidadoso camarada de armas de Tarrida) para L’humanité Nouvelle de parís en 1897, la distribución de activistas
y simpatizantes anarquistas serios en España era la siguiente: Andalucía,
12.400 anarquistas (+ 23.100 simpatizantes); Cataluña, 6.100 (+ 15.000);
Valencia, 1.500 (+ 10.000); y Castilla la Nueva y la Vieja, 1.500 (+ 2.000). En
total: 25.800 y 54.300. Las isobaras sociales revelaban que las Guerras
Carlistas no podían trazarse con más claridad: frío tiempo reaccionario y
clerical en el norte y el noroeste, tórridas lluvias y tormentas en el sur y en
el este, con la Andalucía del presidente, no Barcelona, de ojo. Además, a los
enemigos de Cánovas -en su propio partido y entre los liberales, los
federalistas, los republicanos y los marxistas- les pareció una buena ocasión,
por razones de principios y oportunismo, para retomar el escándalo de Montjuic,
expuesto en términos ardientes en la “capital de la civilización”. Ayudó que
entre los encarcelados en Barcelona hubiera al menos un ex ministro y tres
diputados parlamentarios.
Por otra parte, los súbditos del imperio
español estaban convirtiendo a París en espacio de acción política cada vez más
importante. El líder republicano radical Ruiz Zorrilla llevaba mucho tiempo
instalado en la ciudad, conspirando contra la Restauración. Su secretario
personal, Francisco Ferrer Guardia, avezado izquierdista con el que volveremos
a encontrarnos, daba clases de español en el famoso Lycée Condorcet parisino,
donde Mallarmé trabajó hasta su temprana muerte, en 1898. Después de que Martí
comenzase la guerra de independencia cubana en la primavera de 1895, España era
demasiado complicada para los nacionalistas y los radicales caribeños, que se
reunieron, bajo el enérgico liderazgo del revolucionario puertorriqueño Dr.
Ramón Betances, en la capital francesa para hacer propaganda y conspirar contra
Cánovas y Weyler. Por último, tras las persecuciones de Corpus Christi, muchos
radicales metropolitanos cruzaron los Pirineos. Sólo los filipinos estaban mal
representados en París. Rizal y Del Pilar habían muerto, y Mariano Ponce se
había ido a Hong Kong. El pintor Juan Luna era la única personalidad
nacionalista importante y conocida.
Bajo
tres banderas: anarquismo e imaginación anticolonial, Ediciones Akal S. A.
2008, pp. 175-79. (Traducción: Cristina Piña Aldao).
martes, 11 de septiembre de 2012
Inhumaciones precipitadas y otras crónicas científicas
Fernando Tarrida del Mármol
La cuestión de los entierros
prematuros ha sido discutida recientemente con cierta pasión en Inglaterra, a
propósito de una de las disposiciones contenidas en el testamento de la
novelista bien conocida miss Frances Power Cobbe, según la cual la testadora pedía,
como condición de cierto legado, que se le practicase una incisión en el
cuello, de modo que se cortase la arteria carótida antes de su inhumación, con
objeto de evitar el riesgo de ser enterrada viva.
A este propósito algunos médicos han
escrito en la gran prensa que si ese riesgo es innegable, también es cierto que
el número de casos de entierros de personas vivas ha de ser muy restringido;
que la comprobación de la muerte, la diferenciación de la muerte real de la
muerte aparente era cosa fácil, elemental, etc.
La contradicción a este optimismo
se ha presentado en seguida, y de fuentes tan autorizadas como The Lancet,
British Medical Journal y The Times and Hospital Gazette, haciendo observar
que, aparte de los casos de mutilación grave del cuerpo humano por accidente o
de otro modo, el único síntoma concluyente de la muerte es el principio de la
descomposición pútrida, y que existen muchos casos en que el más experimentado
de los médicos es incapaz de distinguir entre la muerte aparente y la muerte
real.
En los Estados Unidos, en que esta
máxima está admitida por los médicos más competentes, acaba de formarse una
Sociedad bajo los auspicios del presidente de la Sociedad Médico-legal de Nueva
York, el Dr. Clark Bell, y otros muchos médicos distinguidos, con objeto de
prevenir en lo posible los entierros prematuros. Las actas de esta Sociedad comprenden
muchos casos auténticos de personas que han sido enterradas vivas.
Un ejemplo reciente ha ocurrido en
Italia con, el barón Carvo. Colocado ya en e1 ataúd, asistió a todos los
preliminares de su entierro, sin poder gritar ni hacer el menor signo de protesta
hasta el momento en que iba a cerrarse la sepultura.
Hace poco el Dr. Oscar Jennings, de
París, señalaba un caso de que fue personalmente testigo: una señora que murió
aparentemente en un hotel y que fue enterrada a las veinticuatro horas.
Terminadas las exequias, se recibió un telegrama de su marido, que se hallaba
en España, pidiendo que se suspendiera la ceremonia en atención a que la señora
en cuestión padecía ataques de coma. Se le desenterró inmediatamente, y muerta ya
de veras, se ofrecieron a la vista de los médicos pruebas múltiples de que
había sido enterrada viva.
Otro ejemplo no menos sensacional
ocurrió en Nueva York, el de mis Ida Trafford Bell, domiciliada en West Eigthyfit
Streest, 78, que volvió a la vida en un ataúd, y que golpeando sus paredes se
libró de una agonía y de una muerte horrible.
La prensa ha referido el caso de
una infeliz mujer de Benevento, cuyo hijo murió aparentemente. La madre, tenida
por loca, se opuso tenazmente a que sacaran de su casa el supuesto cadáver. Vencida
aquella resistencia, fue enterrado. Mas por la noche fue la madre al
cementerio, y con las manos arañando la tierra, intentó abrir la sepultura. Sorprendida
en aquella tarea, por compasión se desenterró su hijo, y abierto el ataúd, se halló
el cadáver horriblemente contraído, dando muestra de haber muerto allí
asfixiado.
El mosquito en América
El gran éxito alcanzado acerca del
saneamiento de la isla de Cuba por la persecución de los mosquitos, ha animado
a los yanquis a fundar una Sociedad nacional para exterminio de tan molesto y
peligroso insecto.
Entre los procedimientos empleados al efecto, la Memoria
publicada por la Sociedad menciona el dragado metódico de pantanos y lagunas
donde los mosquitos se reproducen. Se espera que el aumento del valor agrícola
de los terrenos que resulten del dragado compensará ampliamente los gastos de la operación.
El Dr. Gorgas ha sido enviado a
Panamá para inaugurar el dragado en grande escala.
Algunos municipios, a instancias de
la Sociedad, han adoptado un reglamento para cubrir con gasa mosquitera las cisternas
y receptáculos destinados a contener agua, fuera de las habitaciones, para
impedir la entrada y la salida de tales insectos.
Fotografía de los colores
En una sesión reciente de la
Academia de las Ciencias de París, los Sres. Augusto y Luis Lumiére, conocidos
inventores del cinematógrafo y fabricantes de productos fotográficos en Lyón,
han descrito un nuevo método de fotografía de los colores.
Este método está basado sobre el
empleo de partículas coloreadas, depositadas en una sencilla capa sobre una
placa de cristal y recubiertas en seguida con un barniz conveniente y después
por una emulsión sensible.
La placa, así preparada, se expone
en el aparato; el lado cubierto por la película vuelto hacia el objetivo, y
después de haber sido desarrollada, da una imagen invertida que presenta por
transparencia los colores del objeto o de los objetos fotografiados.
Las pequeñísimas partículas
mencionadas se toman de la patata y se les colorea de naranja, rojo, verde y
violeta. Estos polvos coloreados se secan
cuidadosamente, después se mezclan y se extienden sobre la placa de cristal.
Los intersticios entre los granos se ennegrecen con un polvo negro, de modo que
no pueda penetrar la luz blanca.
La superficie así preparada se
cubre con un barniz muy débil que tenga un indicio de refracción casi igual al
de la fécula. Una capa delgada de emulsión
pancromática de gelatino-bromuro de plata se pega sobre esta superficie
preparada.
La placa se expone en una cámara
negra ordinaria, de tal manera que la luz, después de haber pasado por el
objetivo, atraviesa el grano coloreado antes de alcanzar la emulsión sensible.
La imagen se desarrolla como una fototipia ordinaria; pero si la placa está sencillamente
fija con hiposulfito de sosa, se obtiene un negativo que presenta por
transparencia los colores complementarios del objeto fotografiado.
Para
restaurar el orden verdadero de los colores, se necesita, después del desarrollo,
volver la imagen de arriba abajo, disolviendo la plata reducida por esta
operación; después, sin fijar, se desarrolla el bromuro de plata que no ha sido
influido por la luz durante la exposición en la cámara negra.
Los inventores han presentado clichés
muy perfectos, obtenidos por ese procedimiento, que declaran ser de lo más
sencillo y práctico.
Tomado de Revista Blanca, 1904.