(…) Yo repito que los estudiantes de las letras cubanas tienen que
revisar esa etapa y hacer alguno de ellos una buena tesis sobre el Grupo
Minorista, porque es uno de los instantes más fecundos y más interesantes de
nuestra vida intelectual. Uno de los grupos nacionales más compactos, más productores
y más vivos. Hemos de volver sobre ellos inmediatamente. Pero Mella sabía
también cuáles eran las limitaciones de los intelectuales y lo dijo. Dice Mella:
“Casi siempre el intelectual se presenta en la sociedad como un ser
fosilizado a quien no se debe oír, y sí tratar como a momia con vida
artificial. Cuando adquiere el éxito, y su nombre se hace famoso, es porque se
ha mediocratizado, aceptando las ideas retrógradas del medio, con la excepción
de las épocas idealistas de renovación”.
Ahora bien, la época del minorismo es
una de esas épocas idealistas de renovación, y Mella tiene razón en lo
que se refiere al intelectual fosilizado cuando se piensa que la lucha por la
reforma universitaria fue precisamente contra la fosilización de la
Universidad, pero también en esta lucha figuraron hombres provenientes de una
generación anterior, como es el caso de Eusebio Hernández (1858-1933) y de
Varona, a quienes constantemente alude Mella reverentemente cuando habla de los
intelectuales positivos. Mella lo sabía perfectamente bien, pero era indudable
que el porcentaje mayor era, efectivamente, un porcentaje bastante fosilizado.
Sin embargo, en las épocas de renovación idealista, como en la época del
minorismo, la mayor parte de los intelectuales, sobre todo los intelectuales
jóvenes, están en una actitud de lucha perfectamente clara y decidida. Ahora
bien, Mella sabe también que no se puede hacer una renovación exclusivamente en
la superestructura, que si se quiere renovar hay que empezar por cambiar la
base, de ahí que su lucha no se limitara a una lucha en el terreno intelectual,
reforma universitaria, sino que pretendiera vincularla inmediatamente con las
masas, llevarla al movimiento obrero: fundación de la Universidad Popular José
Martí y, sobre todo, dos años después, 1925, fundación del Partido Comunista.
Pero todavía entre 1923 y 1925 Mella tiene naturalmente que fluctuar en un
terreno esencialmente intelectual, y no solamente en un terreno esencialmente
intelectual, sino en el terreno intelectual idealista. Cuando en 1925 todavía,
Mella y Alfonso Bernal del Riesgo fundan un Instituto Politécnico, con ánimo de
reformar los métodos de enseñanza, lo ponen bajo la advocación de Ariel, el
símbolo de José Enrique Rodó (1872-1917), un símbolo esencialmente idealista,
pero ya antimperialista. El Ariel expresa indudablemente una actitud
antimperialista, es un antimperialismo de tipo idealista, pero es la actitud
antimperialista (…).
Al mismo tiempo Mella le presta su
colaboración a la Liga Anticlerical, a la lucha antimperialista, etcétera,
frente a lo que significa la vieja intelectualidad orgánica de una clase
burguesa podrida, entregada al capital extranjero, y va mientras tanto cultivando
también, hasta donde se lo permite su mucha lucha, el contacto con el Grupo
Minorista. El enlace es Rubén Martínez Villena, que proviene también como
Mella, en definitiva, pero más que Mella, de la clase burguesa, que sostiene
contactos con el minorismo y sabe cuáles son las limitaciones y cuáles
son las virtudes del minorismo. (…)
Cuán sagaz era Mella al saber hasta dónde podían llegar los
intelectuales idealistas del minorismo, cuál era el límite al que podían
llegar.
Y esto lo dijo con mayor sagacidad todavía en
el caso de un escritor que afortunadamente está con nosotros, y espero que
estará siempre con nosotros: Agustín Acosta. Cuando en 1927 se publicó el poema
La zafra, de Agustín Acosta, Mella produjo un comentario que, para mi
gusto, es una de sus páginas más agudas y brillantes. Aunque Mella dice que no
está haciendo una página de crítica literaria, y en parte tiene razón, sin
embargo es uno de los ejemplos mejores que pueden tener a la vista nuestros
jóvenes críticos literarios actuales, cuando aborden la consideración de una
obra literaria cualquiera. Porque Mella supo ver en La zafra lo que había y lo
que debía haber habido. “La zafra -dice Mella- es el primer gran poema
político de la última etapa de la república.”
¿Por qué dice Mella que es la última etapa de
la república? Esto se publica en 1927. Mella no es ningún adivino, es algo
mucho más importante, es un marxista, y sabe demasiado bien que la última etapa
de la república no puede ser otra que la etapa semicolonial, la etapa sometida
al imperialismo, y que la suerte de la república estaba unida a la lucha
antimperialista. Cuando se produzca una lucha antimperialista, será
inevitablemente para redimir a nuestra patria de esta situación semicolonial,
que nos llevará a desembocar, también inevitablemente, en el socialismo, y por
algo la llama con entera razón la última etapa de la república:
“Y además -dice Mella-, Agustín Acosta, merece
que se le tienda una mano. Está en el momento crítico y lleno de tragedia de
los intelectuales modernos que son honrados y no pueden aceptar la realidad
social. Mas, como en el mito bíblico, sufren por los delitos de los antepasados.
No pueden negar la sangre familiar, ni desvincularse de la clase a que
pertenecieron ideológicamente sus mayores, y que fue su clase durante casi toda
su vida. En medio de ella, en el hogar, en las reuniones, en la escuela, en la
biblioteca familiar, se fue formando su personalidad. Y ahora, ¿cómo matarla?
Sin embargo, si Agustín Acosta ha de llegar a ser lo que debe y lo que puede
por su genio y por su sensibilidad ante los dolores de la multitud, tendrá que “matarse”
y volver a hacerse él mismo. Solamente los “sin padres”, pueden ser útiles y
lograr un triunfo social en la vida moderna”.
Y más adelante añade:
“¡Ah! ¿Pero qué le proponen al poeta? ¿Que se
haga político, que se haga socialista, que se sectarice? Llámenle como quieran.
Estamos en el caso común y angustioso en que unas mismas palabras tienen
distintos significados para grupos distintos que creen poseer la interpretación
exacta. Política, para unos, es el asalto al Poder por la turba de aventureros.
Socialistas, el nombre que se le da a los locos de hoy, o a los bandidos que se
disfrazan. Así reza, para esto último, el lenguaje que se impone por decreto.
Y, ¿quién se rebela hoy contra un decreto, aunque esté en contra de la ciencia
y de la realidad? La vegetación estéril y los “libros para los amigos” o la
lucha activa y el canto para la multitud. Este es el dilema que el mismo
Agustín Acosta se ha planteado en ese libro que lo ha desplazado a él mismo (…)
¿Con la muchedumbre? No irá hacia la gloria -no se trata aquí de esa tontería.
sino que habrá vivido. Eso es todo. ¿Sin la muchedumbre? Será un guarismo sin
valor y la sociedad continuará avanzando y luchando y triunfando por el
derrotero que ha expuesto. No importa. Algún día sentirá el dolor de haber sido
un inconsciente desertor cuando pudo haber sido un gran capitán.
Digamos
en justicia que, no obstante sus avatares, no debemos llamar a Agustín Acosta
un desertor. Está con nosotros y eso debemos aplaudírselo.
Ahora bien, Mella supo ver perfectamente todo
lo que había de limitado en la intelectualidad idealista, y por esto se dio
enteramente a la lucha con la nueva clase que traía en sus manos el porvenir y
se integró por entero a la lucha dentro del Partido Comunista, por traer una
nueva sociedad, una sociedad mejor. Pero al integrarse a esta lucha se encontró
entonces con otro peligro de tipo intelectual, el populismo, es decir,
el famoso movimiento de los trabajadores intelectuales que, existente en
el mundo entero, prohijaba en aquel momento y alentaba un grupo que en su país
de origen, el Perú, tuvo una fuerza extraordinaria, y que en Cuba tuvo también
bastante influencia en los días mismos de Julio Antonio Mella, el APRA.
“Mella y los intelectuales”, Hoy, 5 enero de 1964,
pp. 1-2; Universidad de la Habana, 165, enero-febrero, 1964, pp. 57-80;
Crítica de la época y otros ensayos, Universidad Central de Las Villas,
1965, pp. 84-115; Casa de las Américas, 12 (68), septiembre-octubre, 1971,
pp. 20-23; Mella: 100 años, Vol. 2, Editorial Oriente, 2003, pp. 24- 28.
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