Antonio Benítez Rojo
Cualquiera que lea el poema La zafra (1926), de Agustín Acosta
(1), inmediatamente después de haber leído Los ingenios, notará
asombrosas coincidencias entre ambos libros. Observará, por ejemplo, que a las
28 láminas de Laplante corresponden 28 dibujos, igualmente apaisados, hechos
por la mano de Acosta, y que los 28 cantos del poema encuentran un referente en
los 28 textos de [Justo G.] Cantero. Ambos libros, así mismo, presentan dos
partes introductorias y una suerte de apéndice final o coda, que abren y
cierran los 28 textos descriptivos y láminas. Pero hay otros paralelismos que
llevan a concluir que tales correspondencias no son obras del azar. En sus
"Palabras al lector", Agustín Acosta declara:
No es la primera vez que pongo mi
arte al servicio de la patria: pero sí es la primera vez que lo pongo al
servicio de lo que constituye la fuente de vida de la patria (…) Este libro
está dedicado al Gobierno cubano (...) A esa entidad que rige nuestros
destinos, que nos representa y encauza; a esa cosa abstracta e indefinible -a
veces todopoderosa- que se llama gobierno, dedico este libro.
Es decir, de modo semejante a Cantero y a
[Eduardo] Laplante, Agustín Acosta refiere su libro a la industria del azúcar
en tanto “fuente de vida de la patria”, y dedica sus versos no a ninguna
persona o grupo social en particular, sino a la institución de poder que
manipula “legítimamente” el flujo vital que genera la zafra. Es esta
institución abstracta -llamada Junta de Fomento en la época colonial y Gobierno
en los tiempos republicanos- la que sirve de edificio administrativo o
ministerio a la patria azucarera.
Al leer el poema de Acosta, enseguida
advertimos que su título no nos remite a una zafra concreta, sino a la zafra
como proceso histórico, como discurso que se atribuye la representación de lo
cubano. De ahí que el canto VII trate de “Los Ingenios Antiguos”, y el
siguiente de “Los Negros Esclavos”. Es el mismo enfoque de Cantero y de
Laplante con respecto al ingenio.
No obstante, si bien es fácil observar una
estrecha relación paradigmática entre La zafra y Los ingenios,
tal relación, lejos de establecer una sinonimia, intenta conformar una
oposición binaria. En efecto, si Los ingenios se inscribe dentro del
discurso totalizador al azúcar, la zafra lo hace dentro de un discurso de
resistencia al azúcar. Este discurso, en lo que a textos se refiere, no es nada
nuevo en Cuba. Lo vemos organizarse hacia los finales del siglo XVIII,
principalmente fuera de La Habana, con la aparición de escritos de índole
jurídico-económica que intentan limitar o debilitar la densa concentración de
poder que acumula la sacarocracia habanera. Su aspiración no es borrar al
ingenio de la isla, sino mantener a raya su voracidad de tierras, de bosques,
de esclavos, de privilegios. Para así preservar la existencia de otras fuentes
de poder competitivo, como son las economías tabacaleras, ganaderas, pesqueras,
mineras y madereras. En todo caso mientras el libro de Cantero y Laplante
cantan la dominación patriarcal del ingenio y mitifican su potencial generativo
en tanto figura metafórica que alude al progreso, el de Acosta canta el lamento
de Sísifo, la amarga y monótona tonada de los condenados a cumplir ad
infinitum el ciclo fatal de zafra y tiempo muerto que regula el año
azucarero en su interminable reproducción. (2) Los ingenios glorifica la
máquina monoproductora; La zafra se compadece de los que dependen de
ella. Ambos libros van dirigidos al poder abstracto que conecta la máquina
azucarera a la sociedad, transformándola en Plantación.
Acosta, en sus versos, desea borrar la
diferencia entre el trabajo esclavo y el trabajo libre; para él las labores
agrícolas e industriales del azúcar embrutecen a ambos tipos de mano de obra,
subyugándola y reduciéndola por igual a la pasiva condición de buey: “Semidesnudos,
tristes, en mansedumbre esclava/ bueyes en el vigor de su virilidad”. También
desea borrar las diferencias entre la Cuba colonial y la Cuba republicana. La
isla estaba antes encadenada a España; ahora lo está a los Estados Unidos. Para
Acosta, la realidad cubana no se ha desplazado hacia el progreso; ha
permanecido atrapada por la fuerza centrípeta de la zafra, y gira en torno a
ella al tiempo que se transforma en su penosa metáfora. Al poder español ha
sucedido el poder yanqui; el uno fundado por la conquista y la colonización, el
otro por la intervención militar, las escuadras de acorazados, en la Enmienda
Platt (3) y, sobre todo, las inversiones de capital en la industria azucarera.
De ahí que Acosta llame “acorazado” al moderno y poderoso ingenio
norteamericano anclado en la isla:
¡Gigantesco acorazado
qué va extendiendo su imperio
y edifica un cementerio
con las ruinas del pasado...
¡Lazo extranjero apretado
con lucro alevoso y cierto;
lazo de verdugo experto
en torno al cuello nativo...
Mano que tumba el olivo
y se apodera del huerto...!
Para interpretar mejor el contenido y el tono
radical del discurso de resistencia en la fecha en que La zafra se
inserta en este, hay que recordar que, entre 1911 y 1927, las inversiones de
capital norteamericano en la industria azucarera aumentaron de 50 a 600
millones de dólares; en 1925, el año anterior de la publicación de La zafra,
los ingenios norteamericanos produjeron el 62,5% del azúcar de Cuba y poseían
los mayores latifundios. Esta alienación de la “fuente de vida de la patria”,
unida al hecho de que la Enmienda Platt estaba aún en vigor, explica el fuerte
tono antiimperialista que adopta en esos años -y en los siguientes- el discurso
de resistencia al poderío del ingenio. Además, la caída brusca del precio del
azúcar en 1920 había terminado dramáticamente el período conocido como “la
danza de los millones”, sumiendo en la bancarrota a los capitales nacionales.
El Gobierno de Cuba, la sede de poder a la cual se dirige Acosta, representaba
en esos años, más que nunca, los intereses norteamericanos en la isla. En 1927,
cuando los versos de La zafra eran leídos, las inversiones de los
Estados Unidos en Cuba, de acuerdo con los cálculos más conservadores,
ascendían a 1,014 millones de dólares (4).
En medio de esta situación de pérdida de
soberanía y de desastre económico emerge la tiranía de Gerardo Machado, uno de
cuyos primeros gestos represivos es clausurar la recién fundada Confederación
Nacional de Obreros Cubanos. De manera que La zafra aparece en una fecha
de crisis política, económica y social, donde el discurso de resistencia se
dinamiza y muestra la vulnerable paradoja que encubre el mito del azúcar: “¡grano
de nuestro bien...clave de nuestro mal...!”, dice con ironía Agustín Acosta.
Pero la voz de Acosta no es la única que
versifica la denuncia azucarera. (5) Del mismo año es “El poema de los
cañaverales”, de Felipe Pichardo Moya. En una de sus estrofas leemos:
Máquinas. Trapiches que vienen del
Norte.
Los nombres antiguos sepulta el olvido.
Rubios ingenieros de atlético porte
y raras palabras dañando el oído... (6)
O bien:
En fiero machete que brilló en la guerra
en
farsas políticas su acero corroe,
y en tanto, acechando la inexperta tierra,
afila sus garras de acero Monroe.
Publicado unos meses antes que La zafra, el poema de Pichardo
Moya toca ciertos referentes a los cuales Acosta se siente impelido a volver.
La relación de intertextualidad más interesante se produce en torno al ripio de
Pichardo Moya que hace rimar “acero corroe” con “acero Monroe”. A este respecto
la reescritura de Acosta constituye una crítica al desesperanzador pesimismo de
“El poema de los cañaverales”:
El millonario suelo hoy está
pobre;
pero en las manos de los campesinos
el
acero no se corroe.
Esto es, si bien los generales de la Guerra de Independencia se han
prestado a la farsa política que simula dirigir los destinos de Cuba, una
segunda revolución puede renacer en los campos empobrecidos de la isla, puesto
que el filo del machete del campesino, del antiguo mambí independentista, “no
se corroe”.
Tal alusión a la posibilidad de que un nuevo proceso revolucionario
vuelva a ocurrir, se repite de manera admonitoria a lo largo de La zafra:
“Hay un violento olor de azúcar en el aire”, e incluso, se establece en las
palabras que Acosta dirige al lector, el Gobierno en primer término, al
comienzo del libro: “Mi verso es un aire incendiado que lleva en sí el germen
de no se sabe qué futuros incendios”.
En todo caso, la gran mayoría de los textos
sobre los cuales se construye La zafra, no son de índole literaria sino
más bien periodística. El mismo Acosta reconoce esa deuda:
Este libro aspira a ser en la Literatura
cubana algo que deje en firme la verdad de una época. Se me dirá que esa verdad
también figura en los periódicos. Tienen razón quienes lo digan. Pero una obra
de arte ejerce sobre determinados espíritus una influencia distinta a la que
ejerce el periódico.
En efecto, los planteamientos económico-sociales que se leen en La
zafra, sobre todo aquellos que van contra el latifundio, la monoproducción,
la situación del trabajador azucarero y la expansión de las inversiones
norteamericanas, se remiten en gran medida a los artículos económicos de Ramiro
Guerra y Sánchez que, publicados inicialmente en El Diario de la Marina,
habrían de aparecer en forma de libro en 1927. Me refiero, claro está, a Azúcar
y población en las Antillas. (7)
Es interesante observar la subversión del
lenguaje modernista que emprende Acosta en La zafra, sin salirse
propiamente de la poesía modernista. Para ello se vale de la multiplicidad de
metros y ritmos característica de esta corriente, unida a un prosaísmo y a una
voluntad de experimentación que ya preludian la vanguardia. Veamos, por
ejemplo, una parodia a Marcha triunfal:
Por
las guardarrayas y las serventías
forman las carretas largas teorías...
Vadean arroyos... cruzan las
montañas
llevando la suerte de Cuba en las cañas...
Van hacia el coloso de hierro cercano:
Van hacia el ingenio norteamericano,
y como quejándose cuando a él se avecinan,
cargadas, pesadas, repletas,
¡con cuántas cubanas razones rechinan
las viejas carretas...!
Así,
por medio de la ironía implícita en la parodia, Acosta transforma el deslumbrante
cortejo de metales y paladines que nos dejara Rubén Darío, en la oscura y
rencorosa marcha de las carretas de caña que, a paso de buey, llevan “la fuente
de vida de la patria” al ingenio extranjero.
Notas
(1) Agustín Acosta, La zafra.
Poema de combate La Habana, Editorial Minerva, 1926.
(2) En Cuba el poder del azúcar ha recodificado el
año en dos estaciones: "zafra", los meses de molienda, y "tiempo
muerto", los meses donde no se produce azúcar. De este modo el azúcar se
lee como vida, y la ausencia de azúcar como muerte.
(3) La independencia de Cuba (20 de mayo, 1902)
quedó en entredicho por una enmienda a su Constitución. Tal enmienda,
introducida en la Asamblea Constitucional de 1901 a solicitud de los Estados
Unidos, concedía a este país el derecho de intervenir directamente en los
asuntos de Cuba. La Enmienda Platt tomó su nombre del senador Orville Platt,
que redactó el proyecto de ley que habría de elevar el Congreso al Presidente
William McKinley. Estuvo en vigor hasta el año 1934.
(4) Jorge L.
Domínguez, Cuba: Order and Revolution, Cambridge, MA: Harvard University
Press, 1978, pp. 19-24.
(5) El tema antiimperialista en la literatura
cubana comienza en firme con la pieza dramática Tembladera (1917), de José Antonio
Ramos. En la narrativa se inicia propiamente con La conjura de la ciénaga
(1923), de Luis Felipe Rodríguez. Nótese que ambos géneros preceden a la poesía
en el manejo del tema azúcar/imperialismo.
(6) Tomo esta cita y la
siguiente de José Antonio Portuondo, El contenido social de la literatura
cubana, México, El Colegio de México, 1944, p. 64.
(7) Ramiro Guerra y Sánchez, Azúcar
y población en las Antillas, La Habana, Cultural, S.A., 1927.
Antonio
Benítez Rojo, fragmento del capítulo “Nicolás Guillén: ingenio y poesía”, La
isla que se repite. El Caribe y la perspectiva posmoderna, Ediciones del
Norte, 1989, pp. 168-72.
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