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martes, 12 de diciembre de 2023

De Los ingenios a La zafra

 

   Antonio Benítez Rojo


  Cualquiera que lea el poema La zafra (1926), de Agustín Acosta (1), inmediatamente después de haber leído Los ingenios, notará asombrosas coincidencias entre ambos libros. Observará, por ejemplo, que a las 28 láminas de Laplante corresponden 28 dibujos, igualmente apaisados, hechos por la mano de Acosta, y que los 28 cantos del poema encuentran un referente en los 28 textos de [Justo G.] Cantero. Ambos libros, así mismo, presentan dos partes introductorias y una suerte de apéndice final o coda, que abren y cierran los 28 textos descriptivos y láminas. Pero hay otros paralelismos que llevan a concluir que tales correspondencias no son obras del azar. En sus "Palabras al lector", Agustín Acosta declara:

No es la primera vez que pongo mi arte al servicio de la patria: pero sí es la primera vez que lo pongo al servicio de lo que constituye la fuente de vida de la patria (…) Este libro está dedicado al Gobierno cubano (...) A esa entidad que rige nuestros destinos, que nos representa y encauza; a esa cosa abstracta e indefinible -a veces todopoderosa- que se llama gobierno, dedico este libro.

 Es decir, de modo semejante a Cantero y a [Eduardo] Laplante, Agustín Acosta refiere su libro a la industria del azúcar en tanto “fuente de vida de la patria”, y dedica sus versos no a ninguna persona o grupo social en particular, sino a la institución de poder que manipula “legítimamente” el flujo vital que genera la zafra. Es esta institución abstracta -llamada Junta de Fomento en la época colonial y Gobierno en los tiempos republicanos- la que sirve de edificio administrativo o ministerio a la patria azucarera.

 Al leer el poema de Acosta, enseguida advertimos que su título no nos remite a una zafra concreta, sino a la zafra como proceso histórico, como discurso que se atribuye la representación de lo cubano. De ahí que el canto VII trate de “Los Ingenios Antiguos”, y el siguiente de “Los Negros Esclavos”. Es el mismo enfoque de Cantero y de Laplante con respecto al ingenio.

 No obstante, si bien es fácil observar una estrecha relación paradigmática entre La zafra y Los ingenios, tal relación, lejos de establecer una sinonimia, intenta conformar una oposición binaria. En efecto, si Los ingenios se inscribe dentro del discurso totalizador al azúcar, la zafra lo hace dentro de un discurso de resistencia al azúcar. Este discurso, en lo que a textos se refiere, no es nada nuevo en Cuba. Lo vemos organizarse hacia los finales del siglo XVIII, principalmente fuera de La Habana, con la aparición de escritos de índole jurídico-económica que intentan limitar o debilitar la densa concentración de poder que acumula la sacarocracia habanera. Su aspiración no es borrar al ingenio de la isla, sino mantener a raya su voracidad de tierras, de bosques, de esclavos, de privilegios. Para así preservar la existencia de otras fuentes de poder competitivo, como son las economías tabacaleras, ganaderas, pesqueras, mineras y madereras. En todo caso mientras el libro de Cantero y Laplante cantan la dominación patriarcal del ingenio y mitifican su potencial generativo en tanto figura metafórica que alude al progreso, el de Acosta canta el lamento de Sísifo, la amarga y monótona tonada de los condenados a cumplir ad infinitum el ciclo fatal de zafra y tiempo muerto que regula el año azucarero en su interminable reproducción. (2) Los ingenios glorifica la máquina monoproductora; La zafra se compadece de los que dependen de ella. Ambos libros van dirigidos al poder abstracto que conecta la máquina azucarera a la sociedad, transformándola en Plantación.

 Acosta, en sus versos, desea borrar la diferencia entre el trabajo esclavo y el trabajo libre; para él las labores agrícolas e industriales del azúcar embrutecen a ambos tipos de mano de obra, subyugándola y reduciéndola por igual a la pasiva condición de buey: “Semidesnudos, tristes, en mansedumbre esclava/ bueyes en el vigor de su virilidad”. También desea borrar las diferencias entre la Cuba colonial y la Cuba republicana. La isla estaba antes encadenada a España; ahora lo está a los Estados Unidos. Para Acosta, la realidad cubana no se ha desplazado hacia el progreso; ha permanecido atrapada por la fuerza centrípeta de la zafra, y gira en torno a ella al tiempo que se transforma en su penosa metáfora. Al poder español ha sucedido el poder yanqui; el uno fundado por la conquista y la colonización, el otro por la intervención militar, las escuadras de acorazados, en la Enmienda Platt (3) y, sobre todo, las inversiones de capital en la industria azucarera. De ahí que Acosta llame “acorazado” al moderno y poderoso ingenio norteamericano anclado en la isla:

   ¡Gigantesco acorazado

   qué va extendiendo su imperio

   y edifica un cementerio

   con las ruinas del pasado...

   ¡Lazo extranjero apretado

   con lucro alevoso y cierto;

   lazo de verdugo experto

   en torno al cuello nativo...

   Mano que tumba el olivo

   y se apodera del huerto...!  

 Para interpretar mejor el contenido y el tono radical del discurso de resistencia en la fecha en que La zafra se inserta en este, hay que recordar que, entre 1911 y 1927, las inversiones de capital norteamericano en la industria azucarera aumentaron de 50 a 600 millones de dólares; en 1925, el año anterior de la publicación de La zafra, los ingenios norteamericanos produjeron el 62,5% del azúcar de Cuba y poseían los mayores latifundios. Esta alienación de la “fuente de vida de la patria”, unida al hecho de que la Enmienda Platt estaba aún en vigor, explica el fuerte tono antiimperialista que adopta en esos años -y en los siguientes- el discurso de resistencia al poderío del ingenio. Además, la caída brusca del precio del azúcar en 1920 había terminado dramáticamente el período conocido como “la danza de los millones”, sumiendo en la bancarrota a los capitales nacionales. El Gobierno de Cuba, la sede de poder a la cual se dirige Acosta, representaba en esos años, más que nunca, los intereses norteamericanos en la isla. En 1927, cuando los versos de La zafra eran leídos, las inversiones de los Estados Unidos en Cuba, de acuerdo con los cálculos más conservadores, ascendían a 1,014 millones de dólares (4).

 En medio de esta situación de pérdida de soberanía y de desastre económico emerge la tiranía de Gerardo Machado, uno de cuyos primeros gestos represivos es clausurar la recién fundada Confederación Nacional de Obreros Cubanos. De manera que La zafra aparece en una fecha de crisis política, económica y social, donde el discurso de resistencia se dinamiza y muestra la vulnerable paradoja que encubre el mito del azúcar: “¡grano de nuestro bien...clave de nuestro mal...!”, dice con ironía Agustín Acosta.

 Pero la voz de Acosta no es la única que versifica la denuncia azucarera. (5) Del mismo año es “El poema de los cañaverales”, de Felipe Pichardo Moya. En una de sus estrofas leemos:

     Máquinas. Trapiches que vienen del Norte.

     Los nombres antiguos sepulta el olvido.

     Rubios ingenieros de atlético porte

     y raras palabras dañando el oído... (6)

   O bien:

     En fiero machete que brilló en la guerra

     en farsas políticas su acero corroe,

     y en tanto, acechando la inexperta tierra,

     afila sus garras de acero Monroe.

  Publicado unos meses antes que La zafra, el poema de Pichardo Moya toca ciertos referentes a los cuales Acosta se siente impelido a volver. La relación de intertextualidad más interesante se produce en torno al ripio de Pichardo Moya que hace rimar “acero corroe” con “acero Monroe”. A este respecto la reescritura de Acosta constituye una crítica al desesperanzador pesimismo de “El poema de los cañaverales”:

     El millonario suelo hoy está pobre;

     pero en las manos de los campesinos

     el acero no se corroe.

  Esto es, si bien los generales de la Guerra de Independencia se han prestado a la farsa política que simula dirigir los destinos de Cuba, una segunda revolución puede renacer en los campos empobrecidos de la isla, puesto que el filo del machete del campesino, del antiguo mambí independentista, “no se corroe”.

  Tal alusión a la posibilidad de que un nuevo proceso revolucionario vuelva a ocurrir, se repite de manera admonitoria a lo largo de La zafra: “Hay un violento olor de azúcar en el aire”, e incluso, se establece en las palabras que Acosta dirige al lector, el Gobierno en primer término, al comienzo del libro: “Mi verso es un aire incendiado que lleva en sí el germen de no se sabe qué futuros incendios”.

 En todo caso, la gran mayoría de los textos sobre los cuales se construye La zafra, no son de índole literaria sino más bien periodística. El mismo Acosta reconoce esa deuda:

Este libro aspira a ser en la Literatura cubana algo que deje en firme la verdad de una época. Se me dirá que esa verdad también figura en los periódicos. Tienen razón quienes lo digan. Pero una obra de arte ejerce sobre determinados espíritus una influencia distinta a la que ejerce el periódico.  

  En efecto, los planteamientos económico-sociales que se leen en La zafra, sobre todo aquellos que van contra el latifundio, la monoproducción, la situación del trabajador azucarero y la expansión de las inversiones norteamericanas, se remiten en gran medida a los artículos económicos de Ramiro Guerra y Sánchez que, publicados inicialmente en El Diario de la Marina, habrían de aparecer en forma de libro en 1927. Me refiero, claro está, a Azúcar y población en las Antillas. (7)

 Es interesante observar la subversión del lenguaje modernista que emprende Acosta en La zafra, sin salirse propiamente de la poesía modernista. Para ello se vale de la multiplicidad de metros y ritmos característica de esta corriente, unida a un prosaísmo y a una voluntad de experimentación que ya preludian la vanguardia. Veamos, por ejemplo, una parodia a Marcha triunfal:

    Por las guardarrayas y las serventías

    forman las carretas largas teorías...

    Vadean arroyos... cruzan las montañas

    llevando la suerte de Cuba en las cañas...

 

    Van hacia el coloso de hierro cercano:

    Van hacia el ingenio norteamericano,

   

    y como quejándose cuando a él se avecinan,

    cargadas, pesadas, repletas,

    ¡con cuántas cubanas razones rechinan

    las viejas carretas...!

   Así, por medio de la ironía implícita en la parodia, Acosta transforma el deslumbrante cortejo de metales y paladines que nos dejara Rubén Darío, en la oscura y rencorosa marcha de las carretas de caña que, a paso de buey, llevan “la fuente de vida de la patria” al ingenio extranjero.

   

   Notas

(1) Agustín Acosta, La zafra. Poema de combate La Habana, Editorial Minerva, 1926.

(2) En Cuba el poder del azúcar ha recodificado el año en dos estaciones: "zafra", los meses de molienda, y "tiempo muerto", los meses donde no se produce azúcar. De este modo el azúcar se lee como vida, y la ausencia de azúcar como muerte.

(3) La independencia de Cuba (20 de mayo, 1902) quedó en entredicho por una enmienda a su Constitución. Tal enmienda, introducida en la Asamblea Constitucional de 1901 a solicitud de los Estados Unidos, concedía a este país el derecho de intervenir directamente en los asuntos de Cuba. La Enmienda Platt tomó su nombre del senador Orville Platt, que redactó el proyecto de ley que habría de elevar el Congreso al Presidente William McKinley. Estuvo en vigor hasta el año 1934.

(4) Jorge L. Domínguez, Cuba: Order and Revolution, Cambridge, MA: Harvard University Press, 1978, pp. 19-24.

(5) El tema antiimperialista en la literatura cubana comienza en firme con la pieza dramática  Tembladera (1917), de José Antonio Ramos. En la narrativa se inicia propiamente con La conjura de la ciénaga (1923), de Luis Felipe Rodríguez. Nótese que ambos géneros preceden a la poesía en el manejo del tema azúcar/imperialismo.

(6) Tomo esta cita y la siguiente de José Antonio Portuondo, El contenido social de la literatura cubana, México, El Colegio de México, 1944, p. 64.

(7) Ramiro Guerra y Sánchez, Azúcar y población en las Antillas, La Habana, Cultural, S.A., 1927.

  

 Antonio Benítez Rojo, fragmento del capítulo “Nicolás Guillén: ingenio y poesía”, La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva posmoderna, Ediciones del Norte, 1989, pp. 168-72.


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