Ángel Crespo
Cada día te invento
Cada día te invento
junto
pedazos de periódicos,
noticias
mutiladas
emisiones
roídas por los dientes
del miedo, y
las lecciones
de geografía
y las historias
que nunca
nos contaron
quién fue
Martí.
Reúno,
para formar
un cuerpo,
una página
transitable,
esto y
aquello,
y las
postales amarillentas,
con bahías y
muelles,
plantaciones
espesas y guajiros descalzos,
que rodaban
por los viejos cajones
de la vieja
familia.
Así voy
inventándote.
Ordeno los
fragmentos de películas,
que veía
entre beso y beso
en los cines
de barrio,
con putas,
es verdad, de barrio,
y con yankis
—como nosotros—
pero también
con gente
de color y
con blancos
que hablaban
con acento
caliente, se
movían como
al viento,
la caña,
eran como un
cañaveral
que estaba a
oscuras.
Bien me
acuerdo cuando
al salir al
aire te pensaba,
Cuba, barco
frutero
anclado en
alta mar,
penetrante
de aromas de melaza
y macerado
por los pasos
del toro
azul de Bunyan.
Todo lo voy
uniendo. Pienso ahora
en las
canciones que escuché,
en el
superviviente
de la guerra
de Cuba,
que guardaba
en el monte los conejos
y hablaba
sin rencor de aquellos años.
(Se vino a
España, se llamaba
Apolinar, el
tío
Apolinar,
sabía
sabía cantar
guajiras.
Los conejos
no se escapaban.
Era un
español sin hiel.)
Éramos
españoles sin hiel, pero vertida
fue sobre
nuestras almas
cuando no conocíamos
la palabra
fusil, y solamente
sabíamos de
la escopeta
que tumbaba
al conejo.
(Lo dice un
español de 35 años,
el que oía
hablar bajo la encina,
del bohío; junto
a los cardos,
de la caña;
bajo la luna llena,
del sol de
las Antillas;
al tío
Apolinar, que nunca quiso
tirar al
cuerpo. Él que también
echaba el
plomo al cielo
para
espantar a los furtivos.)
Qué de prisa
te invento: se me antoja
la sonrisa
del pueblo, la alegría
de las olas
humanas
y —desde
lejos déjame
que invente
y llene el hueco—
las del mar,
empinándose
para ver a
la tierra limpia de polvo y paja.
No te invento.
Te tengo.
España canta a Cuba, Ruedo Ibérico, 1963, pp. 64-66. Fotografía de Deeana Stryker.
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