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jueves, 19 de diciembre de 2019

A Plutarco, fabricante de grandes hombres



 Enrique José Varona 

 Clarísimo varón:

 Aunque tu fama anda ya por el mundo algo desmedrada y paliducha, se debe más a la malicia y descreimiento de los hombres actuales, que a su buen juicio. Por mi parte, sigo pensando que los productos de tu antigua fábrica son excelentes; y los prefiero con mucho a los de los innumerables émulos tuyos, que, en mis días, tienen taller abierto, para proveer el mercado de hombres ilustres por medida.
 Por pensarlo así, me he decidido a escribirte, a ver si me socorres, y conmigo a mis conciudadanos, en la apretada necesidad en que nos encontramos. No te impacientes, figurándote que se trata de que nos remitas algunas parejas de hombres egregios. No, no necesitamos que sacudas el polvo de tus anaqueles. Por el contrario, aquí los tenemos a porrillo, hasta para exportar y si te hicieren falta algunas docenas, podemos cedértelos, con descuento sobre el precio del catálogo.
 Te diré en puridad, para tu gobierno, que este artículo se ha desacreditado un poco, por el exceso de producción, que tiene abarrotadas las plazas y trinando a los fabricantes. Con los procedimientos modernos, no cuesta más inflar un personaje, que una pompa de jabón. Todo lo que se necesita son unas cuartillas de papel, un vocabulario abundante de epítetos empenachados, dos docenas de papanatas y un empresario hábil, a quien tenga cuenta la operación.
 Precisamente lo difícil hoy es dar un paso, sin tropezar con un grande hombre. Nosotros, míseros consumidores, estamos reventando de empacho de ellos. Y aquí tienes que se me ha venido a la mano el objeto principal de mi epístola.
 Vivo, insigne beocio, yo que me permito importunarte, vivo en una isla de que no tuviste noticia, mucho más acá de la última thule. Esta isla tiene fama de fértil; y aunque no muy poblada, compensan sus habitantes la falta de cantidad con la sobra de calidad. Somos pocos, pero todos ilustres. Nuestra historia no es historia, sino epopeya. Nuestros hechos no son hechos, sino hazañas. Excepto la talla, todo en nosotros es grande, todo admirable, todo mayor de la ordinaria marca.
 A tu perspicacia y experiencia no puede ocultarse que del exceso de tanto bien nace nuestro mal. Tantos superhombres juntos se sienten estrechos, se estorban unos a otros, y en cierto modo se anulan unos a otros. Tantas cimas iguales hacen el efecto de una línea continua. Nuestra común grandeza resulta monótona. Si, de algún modo, no se introduce entre nosotros algo que forme contraste, vamos a morir de hipertrofia de todas las células que componen nuestro tejido social.
 Como eres tan perito en hombres, que los sabías bertillonear muchos siglos antes de Bertillón, se me ha ocurrido acudir a tu ciencia; a ver si nos mandas unas cuantas remesas de individuos perfectamente mediocres. Por lo mismo que tu especialidad son los grandes hombres, has de saber distinguir a maravilla la gente común, la de poco más o menos, que es la que nos hace falta.
 Queremos, buen Plutarco, hombres laboriosos, que no pregonen a todos los vientos su laboriosidad como virtud excelsa; gente que labre su huerta, y no crea que se le deben recompensas públicas por labrarla; que ame su patria, y no entienda que un sentimiento tan natural merece estatuas; que la defienda llegado el caso, y no espere que se le consagre héroe por haber cumplido un deber rudimentario; que sirva con celo a la república, se vea recompensado por la prosperidad general de que forma parte la suya, sin esperar que le paguen en privilegios lo que es deuda de todo ciudadano. No más que eso queremos; pero lo queremos con gran apremio, porque la carencia es mucha.
 Si nos puedes servir, siquiera con algunas muestras, nos dejarás eternamente obligados.
 Te deseo grata compañía, buena conservación y sutiles disquisiciones. 
                                                                               La Habana, 19 de junio, 1904

 Posdata. Si te decides a complacerme, mira si encuentras por ahí de repuesto un Filopoemen de marca menor. Dices del tuyo, en alguna parte, que sabía no sólo mandar según las leyes, sino a las mismas leyes, cuando la necesidad pública lo requería. No pretendo que el nuestro sepa tanto; sino que acierte a servirse de las leyes, para evitar que otros se crean superiores a ellas, y por tanto exentos del deber de cumplirlas. 
 Después de todo, dicen por ahí, y ya se decía en tu tiempo, que la ley sólo se ha hecho para los pequeños. Razón de más, para procurar nosotros que venga esa remesa de hombres no grandes, no ilustres, no excelsos; sino modestos, pobres de espíritu, súbditos de la ley. Porque éstos, y sólo éstos, son los que hacen innecesarios a los Filopoemen completos o recortados. 
 No te importuno más, no sea que algún malicioso pretenda sacar a mi posdata más jugo que a mi carta.
                                                                                     Jairein

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