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martes, 25 de junio de 2019

El juzgado de sí mismo



 Pedro Marqués de Armas

          Y mañana, como un astro de noria,
          el retorno canalla y sombrío,
          doblar la cabeza y escribir:
          al juzgado...

 A Regino Boti, poeta de aldea, regreso de tanto en tanto. Hago la noria dejándome sojuzgar, con la esperanza de encontrarlo despabilado. Y sí, sigue despierto, si bien a ratos cabeceante, con los ojos llenos de sueño.
 Su acierto fue concebir una poesía en miniatura, y dentro de ésta, un verso que capta el movimiento, los planos corridos o fracturados. Se trata, él mismo lo definiría, de romper estratificaciones creando un ritmo nuevo, pero también un grado de dificultad novedoso, a ras de las vivencias.
 Llegado el momento, supo cortar y encabalgar con maña.
 En El mar y la montaña (1921), el trazo –esto es, el dibujo, orientado hacia fuera, hacia lo inmediato– adquiere independencia. Una perspectiva en la que hay riesgos, remolinos y rayas.
 Delinea versos que no son ya acuarela (pinceladas) sino topografía, que no pretenden ser lienzo sino pormenor, dato sensible: voces, railes, pilones, postes, piedras mondas.
 Cuando lo fractal domina, obligándole a un giro rápido del ojo, capta tras lo apaisado del paisaje, el campo. Entonces sí que se torna elíptico, breve.

 Rayas sombrías y luminosas.
 Verticales: los postes. Horizontales: la playa,
 Los raíles, y los regatos. El día
 preagoniza…

 (…)
               … el farol rojo
del bote que bornea, es el ojo
sangriento del bebedor que,
borracho, en el fondo de su copa
hilarse su conflagración ve.

(…)

 En perspectiva hacia la callejuela-
entre fondas, astas y columnas-
como el iris enorme de un ojo irritado.

 (…)

 En tanto corre el tren, cercas y va-
llados huyen paralelamente hacia
atrás; los postes telegráficos se incli-
nan hacia la carrilera…

 Opongo a su escala cromática, de la que siempre hizo gala, el pulso gráfico. Cargaba con la acuarela en el morral. Incluso en el mejor Boti –el de sus últimos tres libros, el que deshace estrofas y metros– hay exceso de color.
 No logró apagarlos por completo, pues padecía de cromatosis; como tampoco pudo salirse del formalismo ideo-escultórico. ¡Parnasiano hasta la muerte!, fue su divisa.
 De ahí esos deslices, fatales en poemas o prosas mínimas, de rimas mal avenidas y engarces plásticos.
 El mar y la montaña tiene en contra el título; se trata, más bien, de un sobretítulo. No hay que olvidar que incluía el subtítulo “Versículos indemnes” que, por lo visto, no aguantó la inclemencia del tiempo.
 En cambio, acierta con títulos francamente vanguardistas como Kodak-Ensueño (1929) y Kindergarten (1930).
 Entre 1919 y 1929 escribió su poesía de más valor. En la que podemos llamar década-Boti, despunta ágil y prolijo, para ralentizar y caer en cierto forcejeo que precede a la mudez (la pública, pues apenas publicó algo más, si bien siguió escribiendo).
 Boti entra temprano en las vanguardias. Se traba, pero entra. No tiene la elasticidad evolutiva de un Tablada, ni la concentración de un Eguren. Pero el trabajo rinde sus frutos.
 En “Nocturno”, firmado el 20 de julio de 1919, concibió estos versos:

 Sólo el relámpago a veces
 restituye la verdad
 con su nerviosa luz estenográfica.

 Una semana más tarde consigue “Ángelus”, quizás su primer poema propiamente vanguardista, de riguroso cubismo tropical, que combina –como en sus mejores textos– naturaleza e industria, aspas de molinos y dalias giradoras.
 Al pulso gráfico suma el acierto de una orografía precisa –playas, playuelas, lometas, farallones, etc.– que, como un “compás geológico”, obliga al relieve, a la entrada de lugares: el Griñón, Las Guásimas, la Sierra de los Canastos.
 Y con ello, a la mejor banda sonora: el glu-glú del agua, el tableteo, la charla y el pasitrote.
 Para bien y para mal, fue un poeta atado a la condición de crítico, crítico de sí mismo y de la generación más joven.
 Apegado a Martí y Darío, a los clásicos españoles, al dogal de la patria y al estudio obsesivo de la métrica, sus opiniones sobre la nueva poesía son a menudo puntillosas. Más que discutibles, graves y didácticas.  
 Desprecia a Huidobro no solo por sus experimentos, sino por sus imágenes; para él, el creacionista es Martí. Califica a Tablada de "poeta mediano", y dice de sus haikus que algunos no pasan de "meras notas". 
 A diferencia de Poveda, gran traductor, nómada y más atrevido, lo anega el evangelio nacional.
 Negacionista, creyó encontrar los orígenes de Darío en la Avellaneda. 
 A Boti le gana la duda. Tiene que hacer estudio de todo, y sobre todo, de sí. Pugna por actualizarse; lo logra, y se agota.
 Con Arabescos mentales (1913), sacó a la poesía cubana de un largo marasmo. Fue un buen sonetista. Un virtuoso. Ensayó todas las variantes estróficas y el rosario de rimas. Mucho mejor orfebre que filósofo, como casi se tenía. 
 Según Onís, fue el iniciador de la poesía moderna en Cuba. En realidad, hay dos iniciadores: Poveda y Boti. De ellos, Poveda es el motor. Sus Versos precursores aparece poco más tarde, pero es él quien impulsa la recuperación de Casal, quien comanda al resto de poetas orientales:

Hace veinte años, un artista de nuestra especie, un verdadero creador, Julián del Casal, dijo extrañas y sombrías palabras, que revelaban, sobre ritmos conocidos, todo un nuevo mundo de ideas y emociones. El silencio de incomprensión por medio del cual cruzó aquel raro poeta, la soledad en que permanecieron más tarde los caminos por él seguidos, son el más doloroso certificado de impotencia que jamás haya dado nuestro país.
 Boti era desde muy joven un resuelto prosista, capaz de escribir en ese estilo perceptual que más tarde llega a su poesía. Veamos este fragmento de lo que parece un cuento pero es todavía mixtura de crónica y poema:

Todavía no estaban terminados los tabiques exteriores del tacho. Nada más que un inseguro pasamanos nos salvaba del abismo. Yo lo aquilaté. En aquella obscuridad me pareció insondable. Hoy, desde el fondo de las ruinas, y por la magnitud de los escombros, lo mido y me espanto...
 Cuando construye hileras de palabras que se engarzan por sus texturas y deslizan como por una cremallera, también acierta:

En la mañana, en el arenal del playón como la nata musgosa de la gran taza azul –agua aérea– que forma el combo del cielo volcado sobre el borde de las lejanías, entre tanto que un vuelo de negrales bijiritas finge hambrientos gusarapos. (“Sanitaria”.)
 Y reconfortan los epigramas de Kindergarten, de trazos duros y caricaturescos, salvo en la intención moral de algunos de ellos. Aquí, comienza a inventar personajes y un zoo del que pudo haber sacado más. 
 Epitafios, manglares, guinchos, hominicacos, estaban bien, no vellones y rubíes.
 Faltó, digamos, una conciencia más niquelada, como la del salón de la barbería, y más peanas.
 Pero tal vez sean reclamos excesivos.  
 Fue en cualquier caso el primero y más tenaz de los poetas cubanos de vanguardia.
 Esos tres libros de miniaturas y prosas sueltas que produjo en la década fértil, muestran, no tanto la destreza del joyero, como la tenacidad del inspector de aldea: aquel que reconoce el grano bien tratado en secadero, la tintura que mantiene despierto.  


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