Antón Arrufat
Como buen modernista, Regino E. Boti rindió
culto a las formas métricas a las dificultades técnicas airosamente resueltas,
con el ejemplo de sus propios poemas y abundantes referencias en diversos
prólogos y artículos, como el que dedicó al análisis de los metros empleados
por la Avellaneda. Durante el apogeo modernista, el soneto recuperó su antiguo
esplendor. Intensamente cultivado por los poetas de América y España, se volvió
al orden clásico, o se hicieron variantes y combinaciones. Rasgo peculiar de
esta época fue oponerlo con diversos metros, no sólo en endecasílabos, como era
habitual desde Boscán y Garcilaso.
Regino E. Boti compuso gran número de sonetos,
algunos realmente imperecederos. Su imaginación plástica y su aliento breve,
encontraron en la forma del soneto molde apropiado. En su libro inicial, Arabescos mentales, 1913, “Nieve en
campo de Iuz” abre la sección titulada, muy al gusto de la escuela modernista, Himnario
Erótico. El poema está fechado el 30 de enero de 1909. De concentrada blancura,
estos catorce versos se alzan como corto himno erótico, pero de erotismo
contemplativo. Más bien impresionan como elegía al placer consumado. El hombre
contempla a la mujer, en su majestad de Afrodita, con la mirada fatigada y
absorta.
Al modo en que Heredia realizó la comparación
en “A mi esposa", Regino E. Boti, solitario investigador del verso modernista,
desemboca en la corriente milenaria de la tradición clásica; su comparación, un
tanto enfática y fácil, entre el oleaje abatido y la mujer desnuda en el lecho,
“después del choque fecundante de la vida”, está enlazada hasta por el lógico así de la tradición poética.
Página objetiva, el poeta es un representativo,
gustaba decir el autor, establece una relación entre el oleaje que, al chocar
con el peñón -símbolo fálico-, termina en encaje, y la mujer exánime al final
del amor, también como encaje. Recordemos el soneto de Aldana: en él los amantes
están todavía en el lecho, buscándose el uno al otro. Aquí el amante se ha
levantado y contempla a la amada en laxitud aguda, casi integrada a la blancura
de las sábanas, nueva Afrodita desnuda y doméstica. Las blancuras se unen,
parecen desintegrarse las unas en las otras. Como es habitual en la poesía de
la escuela, y en lo que era maestro, la adjetivación rebuscada resulta sorprendente
en sus enlaces.
Regino E. Boti se arroja sobre las imágenes
que le producen sus sentidos, ante todo el visual, con energía poco igualada y
adivinación idiomática: "nieve exánime", "vientre felino".
Adjetivación casi insidiosa, pero que el tiempo ha convertido en caudal de la
poesía.
"Nieve en campo de luz" es poema
estático, sin sucesión temporal. La comparación del mar y el peñón, dentro de
su estructura, es recuerdo inmóvil, hecho anterior. Modelo en el acierto y en
el fracaso, su obra mejor es expresión de un instante fijo, donde el tiempo
parece en suspenso y el espacio congelado. Muy sensible al color, a la gama de
la realidad objetiva, su pupila es la pupila diestra de un espía.
En la poesía cubana, Boti ha escrito los más
relampagueantes -de relampagueante plasticidad- poemas cortos.
Fragmento del ensayo “El amor breve”, donde
Antón Arrufat analiza otros seis sonetos amatorios: “XXX”, de Fray Luis de
León; “XII”, de Francisco de Aldana; “XXXI”, de Sor Juana Inés de la Cruz; “A mi
esposa”, de José María Heredia; “Lo que yo quiero”, de Plácido; y, “Tú, que nunca
serás” de Alfonsina Storni. Revista UNAM,
núm. 43, noviembre 1984, pp. 2-8.
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