Regino Boti
Los versos a la negra Dominga tienen su
leyenda, mejor dicho, sus leyendas, porque conozco dos. Una me la impartió
Eulogio Horta, alma selecta y desorientada,
cuando en 1906 vino por primera vez a Guantánamo,
y, en rato de agradable conversación sobre Darío y Casal, me recitó los versos a la negra Dominga; y me dijo
que estando el primero de ellos en la Habana, de tránsito para el año 1892, y hallándose en torno a la mesa
de un café ambos poetas en compañía de
otros amigos, acertó a pasar por allí,
hermosa y arrogante, la negra Dominga.
Darío, admirado, preguntó quién era.
—Es la negra Dominga —le repusieron.
Y
tras unos comentarios, convinieron los dos apolonidas en escribir, alternados
los versos, una poesía a la negra Dominga.
Tal es la leyenda de Horta.
En 1917, chachareando de Julián del Casal con
mi amigo el polígrafo Max Henríquez Ureña en mi garconniere de Guantánamo y refiriéndole yo la explicación que me había dado Eulogio Horta del origen de
los versos a la negra Dominga, me dijo no ser exacta, sino la que él sabía, de
labios de Enrique Hernández Miyares, hermano,
por el amor a las letras, de Julián del Casal.
Y es: que un día llegó el autor de Nieve a la redacción de La Caricatura a rendir su labor; y al
preguntarles a sus compañeros cuál era la noticia sensacional del día, le
refirieron el caso de la negra Dominga, quien, por celos, siendo la querida de
un soldado del ejército español, le había arrebatado la vida a puñaladas.
Como le mostraran a Casal un retrato de
Dominga y el hecho pasional lo impresionara, el poeta compuso los versos que
hubieron de ser comento lírico a la información gráfica y periodística del crimen.
Helos aquí, según me los comunicó por escrito
Henríquez Ureña.
La negra
Dominga
¿Conocéis
a la negra Dominga?
es retoño
de cafre y mandinga,
rayo de
ébano henchido de sol;
ama el
rojo, y el ocre y el verde,
y en su
boca, que besa y que muerde,
vibra el
ansia del verso español.
Serpentina, traviesa, violenta,
con salpiques
de miel y pimienta,
tiende al
blanco su abrazo febril,
y en su
boca, do el beso está loco,
hay pedazos
de carne de coco,
con reflejos
de lácteo marfil.
Julián
del Casal
Tal es, en resumen, la leyenda de Hernández
Miyares, relatada por Henríquez Ureña.
No obstante, los hechos son contrarios a las
dos leyendas. En las colecciones de “La Caricatura” existentes en la biblioteca
de la Sociedad Económica de Amigos del País, no he encontrado, en derredor de
aquella fecha, el suceso del cual fuera protagonista la negra Dominga; pero
sí, y con gratísima sorpresa, en la tercera plana de la del 14 de agosto de
1892, unos versos así titulados: “Fragmento (Inédito)”, que no son otros,
cabales y precisos, que los llamados “La negra Dominga”, de los que resulta signatario
no Julián del Casal, sino Rubén Darío.
Esos versos son los que ofrezco en la sección “Para
Prosas profanas”.
Tal es el resultado de mi investigación
individual y lo que dice el testimonio impreso de la época, difundido por la
publicidad.
Al recibir la copia de Henríquez Ureña —y
comienza aquí una larga investigación- hice memoria y recordé haberlos visto antes
en algún diario, quizás en El Cubano
Libre.
No sé que después de La Caricatura los hubiera publicado otro periódico atribuidos a
Julián del Casal, más que el expresado; siendo Santiago de Cuba donde ha arraigado
la leyenda que los asigna al bardo de Nieve
e inspirados en el suceso sangriento. (1)
Los versos no son doce, como se divulgaban
hasta ahora, sino diez y ocho, en tres sextinas, según los publico yo. El
léxico de los comunicados por Henríquez Ureña difiere del de los que yo
encontré. Hay además un salto en aquéllos, en los cuales los dos primeros de la
segunda sextina se hacen seguir de los cuatro últimos de la tercera; y se
prescinde de los cuatro últimos de aquélla y de los dos primeros de ésta.
Cotejado el “Fragmento” con otras
composiciones —y no trato de agotar el tema— se advierte la fraternidad:
en su trono de reina de Saba
Pórtico
que conduce la reina de Saba.
La página blanca
Año nuevo
que dio
a Angélica Medoro
y a Belkiss dio Salomón;
Otro dezir
de aquel Cantar de los cantares
de Salomón.
Poema del otoño
El canil codicia su tasajo
con roja encía y afilados dientes.
Otros poemas, IX
rompe la Envidia el fatigado diente
Trebol
y
que me roía, loca,
con
sus dientes el corazón.
Canción
de otoño en primavera
mientras eran abrazo y beso
Id.
roce, mordisco o beso
Otros
poemas, XVII
El
beso de esa muchacha
rubia, y el de esa morena
y el de esa negra. Alegría!
Aleluya!
arderá mi sangre loca,
y en el vaso de tu boca
la sorberé el corazón.
Otro dezir
Ya veréis cómo el beso os provoca,
cuando Cipris envíe a esa boca
sus abejas sedientas de miel.
A una novia
En verdad que no es éste el lenguaje de Julián
del Casal. Admirador decidido de Gustavo Moreau, su magnífica Reina de Saba, no
la tomó el poeta para asunto de ninguno de sus “cuadros” de “El Museo Ideal”.
No hay parentesco literario entre nuestro
poeta y esos versos. Y si miramos al lado de las inclinaciones personales,
menos.
En cuanto a otro orden de consideraciones,
tenemos que los versos a Dominga salieron en “La Caricatura”, de la que era
entonces redactor Julián del Casal. Se infiere que de ser suyo el “Fragmento” lo
publicara con su firma o anónimamente, pero no con nombre de otro. ¿Qué interés
perseguía Casal ocultándose como su autor? Versos que luego coleccionó o
repudió salieron con su nombre, con sus iniciales o con el seudónimo Alceste.
¿Por qué fijarles el nombre de Rubén Darío si éste no los escribió? Por el
mismo hecho, hubiera evitado que no siendo los versos de Darío, sino de tercera
persona, se publicaran con la firma del nicaragüense.
Darío estuvo en la Habana hacia el 31 de julio
de 1892. Parece que la referencia de Horta -que es la sostenida por mi hallazgo—
debe entenderse como que pasara Dominga por el café y que Darío, informado de
quién era ella y de su vida, hiciera los versos, sin la colaboración de Casal.
El título “Fragmento” indica, asimismo, su
genealogía: Darío era dado a proponerse empresas mentales que no acometía o las
dejaba a medias. Lo que él dio en definitiva como “Poema del otoño” no pasa de
lo hecho en la primera sesión, con cuatro versos más.
Halagado de momento por el aplauso de sus
compañeros, nadie quita que les ofreciera hacer de “Fragmento” un himno a la
Venus negra, en tanto que le cantara a Dominga.
La palabra “inédito” que lo subtitula la puso,
sin duda, Casal, para hacer más apetitosa la lectura.
Las expresiones “flor de ébano henchida de sol”,
“ama el ocre, y el rojo y el verde”, “boca do el beso está loco”, "dientes
de carne de coco”, de un palpitante colorismo, tienen la impresión del natural,
no que las provocara una fotografía. En ellas vive la caricia de la luz sobre
la piel de la hembra, la coloración polícroma de su traje y su manta o su
pañuelo, y la sonrisa sensual y turbadora.
Como que Darío siguió viaje, el original, de
simples versos sin trascendencia, que compuestos como un pasatiempo podían
dejarse sin ninguna pretensión editorial y quién sabe si con la recomendación
de que no se dieran a la publicidad, quedó en manos del cubano. Y no sería
aventurado suponer que fue entregado para su publicación en “La Caricatura” por
las instancias de algún amigo del tenedor, y que yo quiero imaginarme Vivino
Govantes y Govantes.
De haber salido con firma errónea, Casal antes
que Darío, por la circunstancia de vivir en la Habana habría aclarado,
reclamando la paternidad de los versos o expresando que eran suyos en colaboración
con Darío.
Que Casal no los recogiera en Bustos y rimas (cuando Darío llegó a la
Habana ya había salido Nieve), se
explica: no eran suyos. También se explica que Darío no lo hiciera en ninguno
de sus libros, de Prosas profanas en
adelante, bien por olvido, bien por su ajetreo constante y sus imprevistas
andanzas. Esto lo acredita el desorden cronológico con que recogió sus poesías
después de Azul... ¿Cómo había de
recordar los versos a Dominga cuando en su Vida,
y acerca de Cuba, no menciona a Julián del Casal y sí a Texifonte Gallego?
¿Cómo había de recordarlos cuando no recordaba “El clavicordio de la abuela”,
sazón de más elevado momento, que dedicó a Casal?
Y cuando recuerda manifiesta una desordenada
memoria, como se palpa en ciertos pasajes de su Vida; y en lo tocante a sus visitas a Cuba en 1892, en el artículo
intitulado “El general Lachambre. —Recuerdos de la Habana”, recogido en las
páginas 71-75 de Ramillete de reflexiones.
Este artículo es un tejido de inexactitudes.
Comúnmente, pasados los años, se sufren
quebrantos mnemónicos y a unas personas se les achacan hechos cometidos por
otras. Por ser tan impreciso y propenso a errores, nunca he tomado como decisivo
el testimonio oral en cuestiones de historia literaria; mucho más cuando la
misma, sin importancia absoluta — como la glosada— no es de notable relieve y
constante evocación.
Semejante fenómeno puede explicar la leyenda
de Hernández Miyares.
A su regreso de Europa, Darío llegó de nuevo a
la Habana en noviembre del mismo año. No tengo noticias de que en esa oportunidad
se rectificara la filiación de los versos a Dominga, cosa que Darío pudo haber
hecho desde España, ya que me inclino a pensar que él leyó sus versos en “La
Caricatura” estando en Madrid, y lo que es más: que se los dio a leer a
Salvador Rueda. Y el autor de En tropel,
respaldado en una hipotética prescripción, se apropió un rasgo de “Fragmento”
para cerrar con él su soneto dodecasílabo de título “Acuarela americana — Los
negros”, Madrid, 1893:
Se
miran y descubren, blancas y puras,
como carne de coco las dentaduras,
en medio de una risa de amor salvaje. (2)
Darío volvió a la Habana en 1910. Estuve
atento a su estada. No recuerdo haber leído ni oído nada sobre la paternidad de
los versos a la negra Dominga, que son suyos y no de Julián del Casal.
(1) Léase en El Cubano Libre, de 2 de noviembre de 1918, el articulo “Creadores
de belleza -Julián del Casal”, de Rafael A. Esténger.
(2) En El
Fígaro, de la Habana, de 13 de agosto de 1893.
Social, noviembre de 1920, pp. 24, 61 y 63.
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