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sábado, 29 de junio de 2019

Interesante cuestión literaria



  Regino Boti

 Los versos a la negra Dominga tienen su leyenda, mejor dicho, sus leyendas, porque conozco dos. Una me la impartió Eulogio Horta, alma selecta y desorientada, cuando en 1906 vino por  primera vez a Guantánamo, y, en rato de agradable conversación sobre Darío y Casal, me recitó los versos a la negra Dominga; y me dijo que estando el primero de ellos en la Habana, de tránsito para  el año 1892, y hallándose en torno a la mesa de  un café ambos poetas en compañía de otros amigos, acertó a pasar  por allí, hermosa y arrogante, la negra Dominga.
 Darío, admirado, preguntó quién era.
 —Es la negra Dominga —le repusieron.
 Y tras unos comentarios, convinieron los dos apolonidas en escribir, alternados los versos, una poesía a la negra Dominga.
 Tal es la leyenda de Horta.
 En 1917, chachareando de Julián del Casal con mi amigo el polígrafo Max Henríquez Ureña en mi garconniere de Guantánamo y refiriéndole yo la explicación que me había dado Eulogio Horta del origen de los versos a la negra Dominga, me dijo no ser exacta, sino la que él sabía, de labios de Enrique Hernández Miyares,  hermano, por el amor a las letras, de Julián del Casal.
 Y es: que un día llegó el autor de Nieve a la redacción de La Caricatura a rendir su labor; y al preguntarles a sus compañeros cuál era la noticia sensacional del día, le refirieron el caso de la negra Dominga, quien, por celos, siendo la querida de un soldado del ejército español, le había arrebatado la vida a puñaladas.
 Como le mostraran a Casal un retrato de Dominga y el hecho pasional lo impresionara, el poeta compuso los versos que hubieron de ser comento lírico a la información gráfica y periodística del crimen.  
 Helos aquí, según me los comunicó por escrito Henríquez Ureña.

  La negra Dominga

  ¿Conocéis a la negra Dominga?
  es retoño de cafre y mandinga,
  rayo de ébano henchido de sol;
  ama el rojo, y el ocre y el verde,
  y en su boca, que besa y que muerde,
  vibra el ansia del verso español.  

  Serpentina, traviesa, violenta,
  con salpiques de miel y pimienta,
  tiende al blanco su abrazo febril,
  y en su boca, do el beso está loco,
  hay pedazos de carne de coco,
  con reflejos de lácteo marfil.

                 Julián del Casal

 Tal es, en resumen, la leyenda de Hernández Miyares, relatada por Henríquez Ureña.
 No obstante, los hechos son contrarios a las dos leyendas. En las colecciones de “La Caricatura” existentes en la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, no he encontrado, en derredor de aquella fecha, el suceso del cual fuera protagonista la negra Dominga; pero sí, y con gratísima sorpresa, en la tercera plana de la del 14 de agosto de 1892, unos versos así titulados: “Fragmento (Inédito)”, que no son otros, cabales y precisos, que los llamados “La negra Dominga”, de los que resulta signatario no Julián del Casal, sino Rubén Darío.
 Esos versos son los que ofrezco en la sección “Para Prosas profanas”.  
 Tal es el resultado de mi investigación individual y lo que dice el testimonio impreso de la época, difundido por la publicidad.
 Al recibir la copia de Henríquez Ureña —y comienza aquí una larga investigación- hice memoria y recordé haberlos visto antes en algún diario, quizás en El Cubano Libre.
 No sé que después de La Caricatura los hubiera publicado otro periódico atribuidos a Julián del Casal, más que el expresado; siendo Santiago de Cuba donde ha arraigado la leyenda que los asigna al bardo de Nieve e inspirados en el suceso sangriento. (1)
 Los versos no son doce, como se divulgaban hasta ahora, sino diez y ocho, en tres sextinas, según los publico yo. El léxico de los comunicados por Henríquez Ureña difiere del de los que yo encontré. Hay además un salto en aquéllos, en los cuales los dos primeros de la segunda sextina se hacen seguir de los cuatro últimos de la tercera; y se prescinde de los cuatro últimos de aquélla y de los dos primeros de ésta.
 Cotejado el “Fragmento” con otras composiciones —y no trato de agotar el tema— se advierte la fraternidad:

 en su trono de reina de Saba
               Pórtico
  El cofre de ensueños, de perlas y oro
  que conduce la reina de Saba.
          La página blanca
  Y el anillo de su diestra, hecho cual si fuera para Salomón. 
        Año nuevo
  que dio a Angélica Medoro
  y a Belkiss dio Salomón;
              Otro dezir
  de aquel Cantar de los cantares
  de Salomón.
             Poema del otoño
   El canil codicia su tasajo
   con roja encía y afilados dientes.
                 Otros poemas, IX
   rompe la Envidia el fatigado diente
                            Trebol
   y que me roía, loca,
   con sus dientes el corazón.
   Canción de otoño en primavera
   mientras eran abrazo y beso
                        Id.
   roce, mordisco o beso
        Otros poemas, XVII
   El beso de esa muchacha
   rubia, y el de esa morena
   y el de esa negra. Alegría!
               Aleluya!
   arderá mi sangre loca,
   y en el vaso de tu boca
   la sorberé el corazón.
              Otro dezir
   Ya veréis cómo el beso os provoca,
   cuando Cipris envíe a esa boca
   sus abejas sedientas de miel.
                    A una novia

  También encontramos miel en “Retratos” y “Propósito primaveral”; Venus en todo Darío—Darío está lleno de Venus; y la frase “estar loco" en infinidad de sus versos, como, por ejemplo, en el soneto “Melancolía”.
 En verdad que no es éste el lenguaje de Julián del Casal. Admirador decidido de Gustavo Moreau, su magnífica Reina de Saba, no la tomó el poeta para asunto de ninguno de sus “cuadros” de “El Museo Ideal”.
 No hay parentesco literario entre nuestro poeta y esos versos. Y si miramos al lado de las inclinaciones personales, menos.
 En cuanto a otro orden de consideraciones, tenemos que los versos a Dominga salieron en “La Caricatura”, de la que era entonces redactor Julián del Casal. Se infiere que de ser suyo el “Fragmento” lo publicara con su firma o anónimamente, pero no con nombre de otro. ¿Qué interés perseguía Casal ocultándose como su autor? Versos que luego coleccionó o repudió salieron con su nombre, con sus iniciales o con el seudónimo Alceste. ¿Por qué fijarles el nombre de Rubén Darío si éste no los escribió? Por el mismo hecho, hubiera evitado que no siendo los versos de Darío, sino de tercera persona, se publicaran con la firma del nicaragüense.
 Darío estuvo en la Habana hacia el 31 de julio de 1892. Parece que la referencia de Horta -que es la sostenida por mi hallazgo— debe entenderse como que pasara Dominga por el café y que Darío, informado de quién era ella y de su vida, hiciera los versos, sin la colaboración de Casal.
 El título “Fragmento” indica, asimismo, su genealogía: Darío era dado a proponerse empresas mentales que no acometía o las dejaba a medias. Lo que él dio en definitiva como “Poema del otoño” no pasa de lo hecho en la primera sesión, con cuatro versos más.
 Halagado de momento por el aplauso de sus compañeros, nadie quita que les ofreciera hacer de “Fragmento” un himno a la Venus negra, en tanto que le cantara a Dominga.
 La palabra “inédito” que lo subtitula la puso, sin duda, Casal, para hacer más apetitosa la lectura.
 Las expresiones “flor de ébano henchida de sol”, “ama el ocre, y el rojo y el verde”, “boca do el beso está loco”, "dientes de carne de coco”, de un palpitante colorismo, tienen la impresión del natural, no que las provocara una fotografía. En ellas vive la caricia de la luz sobre la piel de la hembra, la coloración polícroma de su traje y su manta o su pañuelo, y la sonrisa sensual y turbadora.
 Como que Darío siguió viaje, el original, de simples versos sin trascendencia, que compuestos como un pasatiempo podían dejarse sin ninguna pretensión editorial y quién sabe si con la recomendación de que no se dieran a la publicidad, quedó en manos del cubano. Y no sería aventurado suponer que fue entregado para su publicación en “La Caricatura” por las instancias de algún amigo del tenedor, y que yo quiero imaginarme Vivino Govantes y Govantes.
 De haber salido con firma errónea, Casal antes que Darío, por la circunstancia de vivir en la Habana habría aclarado, reclamando la paternidad de los versos o expresando que eran suyos en colaboración con Darío.
 Que Casal no los recogiera en Bustos y rimas (cuando Darío llegó a la Habana ya había salido Nieve), se explica: no eran suyos. También se explica que Darío no lo hiciera en ninguno de sus libros, de Prosas profanas en adelante, bien por olvido, bien por su ajetreo constante y sus imprevistas andanzas. Esto lo acredita el desorden cronológico con que recogió sus poesías después de Azul... ¿Cómo había de recordar los versos a Dominga cuando en su Vida, y acerca de Cuba, no menciona a Julián del Casal y sí a Texifonte Gallego? ¿Cómo había de recordarlos cuando no recordaba “El clavicordio de la abuela”, sazón de más elevado momento, que dedicó a Casal?
 Y cuando recuerda manifiesta una desordenada memoria, como se palpa en ciertos pasajes de su Vida; y en lo tocante a sus visitas a Cuba en 1892, en el artículo intitulado “El general Lachambre. —Recuerdos de la Habana”, recogido en las páginas 71-75 de Ramillete de reflexiones. Este artículo es un tejido de inexactitudes.
 Comúnmente, pasados los años, se sufren quebrantos mnemónicos y a unas personas se les achacan hechos cometidos por otras. Por ser tan impreciso y propenso a errores, nunca he tomado como decisivo el testimonio oral en cuestiones de historia literaria; mucho más cuando la misma, sin importancia absoluta — como la glosada— no es de notable relieve y constante evocación.
 Semejante fenómeno puede explicar la leyenda de Hernández Miyares.
 A su regreso de Europa, Darío llegó de nuevo a la Habana en noviembre del mismo año. No tengo noticias de que en esa oportunidad se rectificara la filiación de los versos a Dominga, cosa que Darío pudo haber hecho desde España, ya que me inclino a pensar que él leyó sus versos en “La Caricatura” estando en Madrid, y lo que es más: que se los dio a leer a Salvador Rueda. Y el autor de En tropel, respaldado en una hipotética prescripción, se apropió un rasgo de “Fragmento” para cerrar con él su soneto dodecasílabo de título “Acuarela americana — Los negros”, Madrid, 1893:
  Se miran y descubren, blancas y puras,
  como carne de coco las dentaduras,
  en medio de una risa de amor salvaje. (2)
 Darío volvió a la Habana en 1910. Estuve atento a su estada. No recuerdo haber leído ni oído nada sobre la paternidad de los versos a la negra Dominga, que son suyos y no de Julián del Casal.

 (1) Léase en El Cubano Libre, de 2 de noviembre de 1918, el articulo “Creadores de belleza -Julián del Casal”, de Rafael A. Esténger.
 (2) En El Fígaro, de la Habana, de 13 de agosto de 1893.

  Social, noviembre de 1920, pp. 24, 61 y 63.  

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