Rolando Sánchez Mejías
Esto iba a ser un cuento pero Olmo duerme.
Y con Olmo dormido es imposible que haya cuento. Para que haya cuento...
Olmo abriría un ojo. Luego el otro. O los
dos, los dos juntos. Y tendríamos, qué duda cabe, la esperanza de un cuento.
Pero si no abre los ojos... si no abre los ojos entonces sólo tendríamos algo
así como el cuento “La muerte de Olmo”. Que además de ser un título
pretencioso, el propio Olmo quedaría horrorizado con la idea.
¿Por qué? Porque no todo el mundo es el
padre de Hamlet. No todo el mundo, después de recibir veneno por la oreja,
tiene el coraje de aparecérsele a su hijo.
-Yo no podría –diría Olmo meneando la
cabeza-. No estoy hecho de la sólida sustancia de los personajes de Shakespeare.
Charles Lamb, en su cuento “Hamlet,
príncipe de Dinamarca”, cuenta que había frío y el aire era más áspero que de
costumbre y en medio de tales circunstancias a Hamlet se le apareció el padre. *
Luego Hamlet teje su venganza. La teje en
silencio y un sordo y terrible rumor –el fantasma del padre, argumentan
innumerables críticos- recorre la obra de punta a cabo. Y tanto insiste el
fantasma del padre en sus apariciones, que logra penetrar en el aposento donde Hamlet,
con emotivas palabras, trata de convencer a su madre de la horrible perfidia de
ella. Hamlet está aterrado y el fantasma le explica que viene a recordarle la
promesa de venganza. La madre, al ver que su hijo conversa con alguien a quien
ella no ve ni oye, se alarma, atribuyendo tal conducta al desorden que imperaba
en la cabeza de su hijo.
Visto desde el ángulo de la madre –“¿Qué
madre no conoce bien a su hijo?”, diría Olmo tratando de ubicar sus saltos de
cama-, razón no le faltaba. No así Lamb, que explica que Hamlet había sido un
príncipe gentil y bondadoso, muy amado por sus nobles y singulares méritos, y
de no haber muerto –concluye Lamb su relato- habría dado a Dinamarca un rey
íntegro y majestuoso.
* Horacio,
el amigo de Hamlet, asegura que el espectro aparecía justamente a las doce de
la noche. Horacio y Marcelo quisieron disuadir al joven príncipe de marchar
tras él, pues temían que pudiera ser un espíritu maligno capaz de arrastrarle
hasta el vecino mar o a algún pavoroso acantilado. (Lamb).
De Historias de Olmo
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