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sábado, 8 de diciembre de 2018

Buscando al Asesino




  Ernesto Santana


 El reloj me daría la clave. Zafé la aguja que marca la hora, la magneticé con un imán y volví a colocarla en el eje, suelta de modo que indicara el norte como la aguja de una brújula. El minutero giraba normalmente.
 Salí a la calle siguiendo el rumbo que en ese momento señalaba el minutero y caminé recto hasta que me encontré con un hombre calvo. Entonces miré mi reloj brújula y eché a caminar en la dirección que indicaba en ese instante el minutero.
 Anduve así hasta qué hallé a un hombre barbudo. Me detuve en el acto, miré hacia donde apuntaba el minutero y torcí en la nueva dirección.
 A media tarde encontré por fin a un hombre con las manos en los bolsillos. De ahí en adelante caminé despacio, observando en cada esquina, en cada puerta, en cada parada de ómnibus, para que no me pasara inadvertido aquel a quien yo buscaba.
 Pero durante dos meses no di con él. Regresaba de noche a mi casa y trataba de imaginar el encuentro.
 Y persistí en mi búsqueda hasta que lo hallé tal como debía ser. Era un hombre calvo, con barba y con las dos manos en los bolsillos. Sin perder un segundo, me lancé sobre él, lo agarré por un brazo y comencé a gritar con todas mis fuerzas: "¡Asesino, asesino! ¡Este es el asesino de Tomás, el asesino!"  
 Aterrorizado, el hombre gritaba que no, que era una equivocación, e intentaba soltarse, pero yo no estaba dispuesto a dejarlo escapar después de cuanto había hecho para descubrirlo.
 Pero la policía no me creyó esa vez, ni la segunda, cuatro meses después. En la tercera ocasión un oficial me advirtió severamente que no podía acusar a nadie sin tener pruebas y no hizo caso de mis juramentos ni de mi angustia al ver que dejaban libre al asesino de Tomás.
 La cuarta vez me recluyeron en una sala de psiquiatría. No quisieron escucharme y el asesino volvió a escapar gracias a ellos, que no tenían la menor idea de cuan infalible era mi método. Naturalmente, no les hablé de mi reloj brújula. De nada hubiera servido y sin duda me hubieran despojado de él para probar que soy un lunático. Pero un día saldré de aquí y volveré a encontrar al asesino de Tomás. Entonces nada lo salvará.


 Tomado de Diásporas. Documentos 7/8, 2002, p. 64.

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