El reloj me daría
la clave. Zafé la aguja que marca la hora, la magneticé con un imán y volví a
colocarla en el eje, suelta de modo que indicara el norte como la aguja de una
brújula. El minutero giraba normalmente.
Salí a la calle siguiendo el rumbo que en ese
momento señalaba el minutero y caminé recto hasta que me encontré con un hombre
calvo. Entonces miré mi reloj brújula y eché a caminar en la dirección que
indicaba en ese instante el minutero.
Anduve así hasta qué hallé a un hombre
barbudo. Me detuve en el acto, miré hacia donde apuntaba el minutero y torcí en
la nueva dirección.
A media tarde encontré por fin a un hombre con
las manos en los bolsillos. De ahí en adelante caminé despacio, observando en
cada esquina, en cada puerta, en cada parada de ómnibus, para que no me pasara
inadvertido aquel a quien yo buscaba.
Pero durante dos meses no di con él. Regresaba
de noche a mi casa y trataba de imaginar el encuentro.
Y persistí en mi búsqueda hasta que lo hallé
tal como debía ser. Era un hombre calvo, con barba y con las dos manos en los
bolsillos. Sin perder un segundo, me lancé sobre él, lo agarré por un brazo y
comencé a gritar con todas mis fuerzas: "¡Asesino, asesino! ¡Este es el asesino
de Tomás, el asesino!"
Aterrorizado, el hombre gritaba que no, que era
una equivocación, e intentaba soltarse, pero yo no estaba dispuesto a dejarlo
escapar después de cuanto había hecho para descubrirlo.
Pero la policía no me creyó esa vez, ni la
segunda, cuatro meses después. En la tercera ocasión un oficial me advirtió
severamente que no podía acusar a nadie sin tener pruebas y no hizo caso de mis
juramentos ni de mi angustia al ver que dejaban libre al asesino de Tomás.
La cuarta vez me recluyeron en una sala de
psiquiatría. No quisieron escucharme y el asesino volvió a escapar gracias a
ellos, que no tenían la menor idea de cuan infalible era mi método.
Naturalmente, no les hablé de mi reloj brújula. De nada hubiera servido y sin duda
me hubieran despojado de él para probar que soy un lunático. Pero un día saldré
de aquí y volveré a encontrar al asesino de Tomás. Entonces nada lo salvará.
Tomado de Diásporas.
Documentos 7/8, 2002, p. 64.
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