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miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tristán Marof en el recuerdo


 Siempre lo veré, severo y esquinado, como cuando lo conocí en Cuba. Es un personaje de mucha entidad, hombre que daba vueltas al cubilete de la situación política de América y que solía protestar con ruidosos silencios o bien con esos gritos que ganan prisiones y pasiones. El hombre que llegaba del Altiplano, que conocía la difícil postura de no estar de acuerdo ahora recibe un homenaje discreto porque pertenece al mundo de los que están fuera de foco, sin megáfono posible, subido a torres de polvo, a vegetales montículos que se desmoronan.
 Saludo a este caballero que sabe lo que se dice y lo que quiere. No estará a la moda, no tiene vociferantes complacientes y sólo algún perseguido, algún pobre de espíritu que no cree en invitaciones ni visitas organizadas le saludará en callado gesto.
 Este es mi caso.
 Casi medio siglo va a hacer que conocí a este hombre que lleva en sí misterio y claridad, fortaleza y afecto. Me lo presentó José Antonio Fernández de Castro en La Habana de entonces; luego puse mi mano en la suya tal vez en casa de Juan Artiga, un médico que adoraba a los valientes. Como escritor, como persona no conformista admiro esa trayectoria que es su vida.
 ¿Puedo decir que me siento honrado con su amistad? Diría que es lo propio en el caso de ser honrado.

 Madrid, Julio; 1976.

 Enrique Labrador Ruíz

 De la Academia Cubana de la Lengua

 Stefan Baciu: Tristán Marof de cuerpo entero, Ediciones Isla, 1987, p. 286. 

  



      Diario de la Marina, 13 de marzo de 1928.
       

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