Réplica a Ifigenia cruel
Creció mi vida y se hizo
el espacio que invade su
presencia,
donde su voz no muere y se
termina
y el ademán que olvida a
su cuerpo se une.
Nada pierdes de ti
en el tiempo que soy donde
te mueves,
nada desaparece o se
diluye
sino que fijamente se
presenta.
Pero llora su vana
vigilancia
la ruina del contorno que
medía,
mirando que desborda su
apariencia
en la extensa avidez que
la vacía.
Desordénate, enloquece,
entrégate
al ademán violento con que
aspiras
a escapar de la ley que te
contiene
o salir del azar donde te
viertes:
nada podrás abandonar, y
nada
se retira del cuerpo
adonde vuelves.
Delgada
Delgada, diluida, tenue,
para mis manos ávidas de
palparte
gruesa y dura.
Incolora, diáfana,
para mis ojos fatigados
sin fruto,
sedientos de tu color
espeso y opaco.
Sin olor, sin aliento
en la sombra fría que
respiras y abres
y que vuelve a cerrarse
expulsando de su aire
la huella móvil que tu
vida abandona.
Sin voz, sin palabras
en el murmullo deshilado y
deshecho
que pierde la forma que le
dan tus labios.
Sin ruido, sin eco
en el largo corredor de
mis oídos,
donde te borras antes de
que pases.
Y sin peso y sin realidad
sobre mi cuerpo inútil que
exagera
el esfuerzo que sueña
apoyarte y sentirte.
Revista
de Avance, Año II, Tomo III, La Habana, 15 de noviembre de 1928, núm. 28,
p. 316.
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