Publicado bajo el
título “La realidad intelectual mexicana” y firmado por Diego Rivera (Suplemento Literario del Diario de la Marina, 25 de noviembre
de 1928), el presente artículo fue escrito, en realidad, por el intelectual trotamundos boliviano Tristán Marof.
Quien en su momento
fuera amigo (o tan pronto enemigo) de los más significativos intelectuales de izquierda, escribirá, al paso del tiempo, un par de textos donde daría cuenta del asunto:
“Tengo un libro de recuerdos inédito que intitulé:
"Relatos Prohibidos". Allí hablo de la vida de Diego Rivera, de Nahui
Olín, del Dr. Atl, de los guerrilleros, etc. El libro lleva crónicas de La Habana,
de la Argentina, de Génova, de Bolivia y de muchos países donde he vivido. No
ha habido editor que lo publique. Lo escribí hace treinta años”.
Y añadía en nota al
pie: “Yo escribía artículos para Diego Rivera, que se publicaban en La Habana,
en el Diario de la Marina. Diego no sabía
escribir y decía barbaridades sobre los pintores y políticos. Cada artículo
producía un escándalo tremendo. (Stefan Baciu: Tristán Marof de cuerpo entero,
1987).
Marof había llegado a La Habana, acompañado de su esposa, en marzo de 1928. De inmediato, despertó la simpatía de los intelectuales cubanos, tanto por su condición de exiliado, como por su rampante idealismo, exornado de enorme barba y una escandalosa personalidad.
Su estancia fue breve, de apenas mes y medio, pero exitosa, gracias a la acogida de figuras bien situadas como José Antonio Fernández de Castro y un personaje
tan pintoresco como el visitante, el médico y escritor Juan Antiga.
En realidad, resultó gracioso a todos, alternando su presencia entre los “burgueses”
de Social y Revista de Avance, y los apristas de Atuei.
Como él mismo recuerda
en sus memorias, no solo cobró generosamente de estas revistas, participando en
uno y otro banquete con los risueños cubanos, sino que estos –sobre todo Fernández de Castro- le mantendrían abiertas las puertas para sus
colaboraciones.
Durante su exilio mexicano,
que se extendió desde su salida de Cuba hasta enero de 1930, publicó en Diario de la Marina y en Bohemia de
modo bastante regular.
Arribista Marof, debe
aceptarse que en el presente artículo glosaba ideas de Diego Rivera, quien
recrudecía, por entonces, sus ataques contra los Contemporáneos.
En México de frente y
perfil, libro que publicó en 1934, dedicaría a aquellos escritores un capítulo
titulado “Escritores afeminados”, que Carlos
Monsiváis cita en extenso en su Salvador
Novo: lo marginal en el centro (2000).
“El viajero o el observador, desde el primer
momento se sorprende en México del abuso literario de la palabra “joto”.
Cualquiera se imagina que se trata de un nombre consagrado. El encanto se
desvanece rápidamente, pues los señores literatos “jotos” son tristes y
desvaídos burócratas, que desempeñan oficios inferiores en la administración
mexicana (…).”
“No tienen ni
imaginación. Salvador Novo es autor de un libro sedante, jactancioso y para
ciertas mujeres lesbias” (…).”
“Que nunca se han
movido de México pero adoran un París corrompido y sádico” (…).
“Su prosa es
acrobática, movible e insignificante. Cada frase suya busca “rectamente un
objeto determinado. No usan vaselina. Se creen discípulos de Freud, de Costeau
(sic), de Gide”.
“Luego de esto –acota
Monsiváis- la respuesta del aludido podrá ser excrementicia, pero se atiene a
la consigna del no dejarse:
A un
Marof
¿Qué puta entre sus
podres chorrearía
por entre incordios,
chancros y bubones
a este hijo de
múltiples cabrones
que no supo que nombre
se pondría?
Marof terminaría rompiendo con Diego Rivera, como romperá, a lo largo de su vida, con otros
muchos personajes a los que se acercó en sus etapas socialista, comunista y trotskista.
Él mismo se llamó –en alusión
a la revolución cubana, a la que criticó fuertemente- el “primer barbudo de
América”.
Testigo a menudo agudo
y, por lo general, procaz, dejó confesiones un tanto reveladoras sobre sus “amigos”
cubanos, que reproduciré a continuación junto a su “Diego Primavera, pintor
otoñal”.
Pedro Marqués de Armas
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