Enrique José Varona
I
Me paseaba cabizbajo, sin
pensamiento casi, y de súbito una bandada de gorriones llenó de alas y piadas
el jardincillo. Parecían desprenderse de las copas de los árboles, como hojas
caedizas. La vida, la vida llenaba a borbotones mi soledad.
II
Cuántos recuerdos han venido a
mí, al volver las hojas de este álbum; cuántos nombres queridos o admirados. Y pienso
con melancolía cómo la corriente de la vida nos arrastra, dejando desprenderse
jirones de nuestro corazón, que flota en círculos cada vez mayores, hasta irse
muy lejos…
III
Persistente ilusión aquella por la
cual relegamos por regiones distantes y casi inaccesibles, a los pueblos
felices, como los griegos a los hiperbóreos y los europeos de Occidente a la
gente regalona de Jauja. La gran desventura de la realidad, ésa está aquí pegada a
los ojos.
IV
Esa mañana las ramas de los
álamos parecían esponjarse suavemente. Un céfiro muy manso las animaba. Todo parecía
desperezarse. Truenos sordos y prolongados nos decían que la tormenta de la
noche se engolfaba en el mar todavía inquieto.
V
Abro mi ventana, y una sierpe
verde, que cabecea ligeramente, avanza hacia mí. Parece mirarme, y preguntarme:
¿Te asustas? Es una guía de enredadera que viene de abajo, del jardín, e
irrumpe en mi cuarto con el desenfado del mundo vegetal, que nada sabe de
nuestros remilgos sociales.
VI
Resuena el tic tac del caballo sobre el duro
asfalto; se dispara como un volador el silbido del auto; pasa relampagueando la
motocicleta; en lo alto vibra el aire al sereno aleteo del avión; y todo lo
envuelve y ensordece la pesadez de la mañana plomiza y soñolienta. Pugna la
vida cada vez más intensa por gritar: aquí voy. Y la naturaleza pone, sobre lo
que bulle y lo que duerme, su indiferencia glacial.
VII
El sol naciente acaricia las cimas de los
álamos y las polvorea de oro. Las ramas lo saludan con tenue cabeceo. Detrás el
cielo gris pone un fondo plomizo a la escena. Contraste rembranesco con que la mañana
adormece mi melancolía.
VII
A las ramas que se mecen ante mi balcón se le
han secado las hojas. La savia de que nutre siente pereza de subir tan alto. ¡Ay!
así el pensamiento tanto más frágil cuanto más remontado. Necesita del humus de
lo vulgar, y le huye.
1928
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