Pedro Marqués de Armas
A comienzos de los
años noventa, mientras preparaba su tesis sobre la vanguardia cubana, Celina
Manzoni topó en las páginas de revista de
avance con una curiosa nota sobre un escritor argentino a esas alturas olvidado,
a pesar de que había sido todo un mito en su época. Inclasificable tanto por la
rareza de sus libros, como por su índole entre delirante y descreída, con un
concepto más bien bajo de la literatura, ese escritor era Emilio Lascanotegui,
al que no bastándole con partir su apellido vasco en dos, Lascano/Tegui, antepuso
al mismo el título apócrifo de Vizconde.
De paso por La Habana
en 1928 en una gira de “excelsas personalidades argentinas”, tendrían que pasar
tres de décadas de muerto y siete de su apogeo como escritor avant garde, y darse, además, la
circunstancia de aquel estudio, para que saltara, excéntrico, el “retrato” que de él hicieran los escritores cubanos. Pero dejemos que sea la propia
Manzoni quien relate su hallazgo:
Mi interés por
Lascano Tegui se alimenta del remoto cruce de menciones de simpatía (más
sociales que literarias), espigadas en publicaciones y revistas del momento
vanguardista en el espacio que llamamos latinoamericano. Rescato, entre otras,
la imagen de los editores de la revista
de avance porque se constituye casi en un modelo del personaje:
Pasó por La Habana el Vizconde de Lascano Tegui, con su corpachón
pampero, con su sonrisa de boulevardier
y sus ojos escépticos de globe-trotter.
Devoró los inevitables cangrejos rellenos en el almuerzo minorista. Paseó un
kodak ciclópeo por San Rafael y Galiano. Y nos dio suntuosa hospitalidad luego,
por dos horas cargadas de fino humor y elegante opinar, a bordo del "Cap
Polonio" (….) De la visita de Lascano Tegui, uno de los primeros que dio
en la Argentina el grito de la nueva sensibilidad, nos queda un perseverante
recuerdo y un atesorado ejemplar de "De la elegancia mientras se
duerme". Buen viaje al amigo.
Fue esta fotografía
que lo sorprende mientras pasea, también él kodak en mano, por esa ciudad
flaneable que era La Habana, la que despertó –como parece- el deseo de Manzoni
por la figura y la obra del escritor viajero, quien pronto resucitó en “Ocio y
escritura en la poética del Vizconde de Lascano Tegui". Este ensayo,
recogido en Atípicos en la literatura
latinoamericana, lo recolocó de algún modo donde siempre estuvo por idiosincrasia:
en los márgenes del canon literario argentino, uno de los menos centrados de
América Latina. Y fue precisamente por el libro que el Vizconde regaló a sus
cofrades habaneros, De la elegancia
mientras se duerme, publicado en 1925, traducido al francés por Francis de
Miomandre, y reeditado por la Editorial Simurg en 1997 con prólogo de Manzoni, por
donde comenzó el rescate de su obra.
En la actualidad, reeditados casi todos sus libros, menos algunos que
parecen haber desaparecido, Lascano Tegui es un escritor de culto, aunque
igualmente incómodo y difícil de clasificar.
Comoquiera que existe
abundante información sobre su polifacética carrera y exaltada personalidad,
remito a una de las mejores páginas sobre el Vizconde (Autores de concordia / Antología), limitándome a transcribir algunos pasajes de su
autobiografía (1941):
Fue viajando a pie
por África, Italia y Francia, entre 1908 y 1910, que encontré la razón, el
ritmo y la música de la poesía. Hice versos para caminar acompañado de mi mejor
amigo: yo mismo.
Mi libro apareció con
los cierzos de mayo, con pie de imprenta de París. Se llama «La sombra de la
Empusa». Quince años después se le ha llamado el creador de la nueva
sensibilidad. Lugones lo trató despectivamente de libro abracadabrante y se le
tildó de obra de un loco y de un extraviado, colocándolo en ese segundo estante
de las bibliotecas prohibidas donde uno que otro curioso lo espulga de vez en
cuando y se lleva algo. No es un libro para todo el mundo. Es joven aún. Podría
ser publicado mañana, como un libro excesivamente moderno y original con todas
sus faltas y todas sus erratas a cuestas. Es un libro pretencioso. Como su
autor”.
Lo que se llama
crítica quería nivelarme, vulgarizarme hasta hacer de mí un adocenado más. Para
darle satisfacción escribí dentro del silencio del Jardín Botánico un libro que
llamé «El árbol que canta», pero que publiqué con el nombre de «Blanco...» y
firmé Rubén Darío, hijo. El hijo de Darío tenía por cierto más talento, hacía
mejores versos y no ignoraba lo que era poesía como ese excéntrico Vizconde de
Lascano Tegui. Desde entonces, no he publicado más libros de poesía. He
cometido versos en cantidad. Ahí están.
En 1923, pude tener
un poco de dinero para publicar un libro que tenía escrito en 1914 y que
comencé en 1910. Debió llamarse «Oraciones a Nuestra Señora la Sífilis», pero
terminó por llamarse «De la elegancia mientras se duerme». En 1927, fue
traducido al francés por Francis de Miomandre. Se lo encuentra en todos los
cambalaches y libreros de lance.
Como una consecuencia
a la carencia de obra original, la América Latina, ese continente de monos que
plagia toda la obra europea de las últimas 24 horas, carece de críticos y de
crítica. Uno publica libros inútilmente, pues no halla conceptos. No hay jueces
sino comisarios de policía criollos que dan su fallo con la vista puesta en las
recompensas municipales al molesto talento literario... Tengo para publicar
este año varios libros ya viejos: «Daguerrotipos», «Mujeres detrás de un
vidrio», «Muchacho de San Telmo», «El círculo de la Carroña» y «Filosofía de mi
esqueleto». Pienso ir a Buenos Aires y editarlos porque tengo plata, antes de
que el papel sea muy caro y la plata no valga nada...
Confieso que continúo
escribiendo por pura voluptuosidad. Escribo para mí y mis amigos. No tengo público
grueso, ni fama ni premio nacional. No me gusta el «Tongo». Como periodista que
soy, sé «cómo se llega». Conozco a fondo la estrategia literaria y la
desprecio. Me da lástima la inocencia de mis contemporáneos y la respeto.
Además tengo la pretensión de no repetirme nunca, ni pedir prestado glorias
ajenas, de ser siempre virgen, y este narcisismo se paga muy caro. Con la
indiferencia de los demás. Pero yo, he dicho que escribo por pura
voluptuosidad. Y como una cortesana, en este sentido, he tirado la zapatilla.
Suerte de Girondo por
anticipado, sin sus dotes cubistas, aunque igual de corrosivo, Lascano fue
sobre todo un resuelto prosador (incluso en versos) que hizo del humor
decadente, no menos que del personaje que encaró, un estilo. Así da inicio a su
conocida novela, todo regodeo y fetichismo:
El primer día en que
confié mi mano a una manicura fue porque iría en la noche al "Moulin
Rouge". La antigua enfermera me recortó los padrastros y esmeriló las
uñas. Luego les dio una forma lanceolada, y al concluir su tarea las envolvió
en barniz. Mis manos no parecían pertenecerme. Las coloqué sobre la mesa,
frente al espejo, cambiando de postura y de luz. Tomé una lapicera con esa
falta de soltura con que se toman las cosas ante un fotógrafo y escribí.
Así comencé este
libro.
A la noche fui al
"Moulin Rouge" y oí decir en español a una dama que tenía cerca,
refiriéndose a mis extremidades:
—Se ha cuidado las
manos como si fuera a cometer un asesinato.
Pero entremos sin más
en su viaje a bordo del Cap Polonio, y con éste, en su referida estancia
habanera –que no sería la única-, así como en la recepción que su figura y sus
textos tuvieron entre los escritores cubanos. El vapor en cuestión atracó en el
puerto de La Habana, en el costado norte del espigón de la Ward Line Terminal,
el 10 de febrero de 1928, exactamente a un mes de zarpar de Buenos Aires.
Pertenecía a la Compañía Hamburguesa Sudamericana que, luego de cinco
excursiones por la Patagonia, otras tantas por Brasil y sendos viajes por Rusia
y Asia, organizaba por primera vez una ruta por las “tres Américas”.
El recorrido, ida y
vuelta, era el siguiente: Montevideo, Río de Janeiro, Paraná, Amazonas, Guaira,
Curazao, Colón y Veracruz, La Habana, Nueva York, Kingston, Port Au Principe,
San Juan, St. Thomas, St. Pierre, Bahía, etc., pasando de nuevo por Río y
Montevideo, con llegada a Buenos Aires el 26 de marzo. Son años de prosperidad
a la par que de despegue nacionalista, y se aúnan varios propósitos alrededor de
aquella travesía, con casi doscientos pasajeros, la mayoría médicos, abogados,
ingenieros, militares, periodistas y hombres de negocio: fomentar el turismo de
alto rango, estudiar la rentabilidad de la nueva línea interamericana,
establecer contactos diplomáticos y empresariales y, de paso, publicitar a “la
mejor sociedad argentina”.
Pero también, y es la
misión que Caras y Caretas encomendó
al escritor, escribir algún que otro reportaje sobre esos territorios
americanos. He aquí la nota de despedida que dedica la revista a su ya entonces
consolidado cronista:
Vuelve a su puesto en
Europa, el vizconde de Lascano Tegui, pero viajero impenitente por la vía más
larga, deteniéndose en el Brasil, Venezuela. Panamá, Méjico, Cuba y Norte
América. Caras y Caretas lo ha
confiado la misión de acercarse a los hombres y a las cosas en los países tan
variados que recorrerá, y reflejar así más tarde en estas páginas, por su pluma
fiel y coloreada, la impresión de esas tierras flamantes y de esos pueblos con
los que estamos distantes, por razones de ruta, pero con quienes debemos unir
nuestro futuro. Impresiones y notas que serán, sin duda, verdaderas primicias
para nuestros lectores. Sabremos a conciencia lo que pasa y no pasa por las
luengas tierras de las que nos alimentan las leyendas, por esa gran franqueza
con que aborda la vida el vizconde de Lascano Tegui, y al despedirlo, ponemos
todos los buenos augurios en su ruta por las costas atlánticas de las Américas,
donde lleva nuestra representación afectuosa y la representación intelectual
del periodismo y las nuevas literaturas.
No hemos dado con ninguno
de esos artículos, pero seguramente alguno habrá. Sí, con una breve mención de
su arribo a La Habana:
Hemos tenido el gusto
de saludar a bordo a personalidades tan importantes como el señor Lascano
Tegui, representante en El Havre de la gran revista “Caras y Caretas”, el señor
Antonio Pérez Valiente de Moctezuma, redactor
de “La Nación” de Buenos Aires, y el doctor Eduardo N. Naon Supremo,
exembajador de la Argentina en Estados Unidos, quien tiene escritos notables
libros sobre jurisprudencia.
En La Habana, Lascano
Tegui permaneció solo durante dos días, pero suficientes para pasearse por San
Rafael y Galiano, participar en uno de esos “almuerzos minoritas” que solían
celebrarse los sábados, invitar a bordo del Cap Polonio -en reciprocidad por
unos “cangrejos rellenos”- a algunos escritores cubanos, y dejar, junto a un
ejemplar de su novela, esa acabada imagen
que, tanto de su físico como de su personalidad reflejarían, a un mes de su
partida, los redactores de avance.
Para Mañach -o bien
Marinello y Lizaso, igual de grandilocuentes que el argentino, aunque en otra
tesitura, la del choteo- debió tratarse, en privado, de un
simpático grandulón un tanto crédulo. Pero en el plano público, el homenaje
prodigado corresponde a un ideal que atrapa tanto al visitante como a ellos
mismos en algunos rasgos del ceremonial vanguardista: el gusto por el
acontecimiento menudo, o mundano, el sentido del humor, y la valoración de la
figura del escritor al mismo nivel, si no más, que su literatura.
Así que todo estaba
servido y remite no solo a lo ciclópeo del visitante, sino también de aquellos
“almuerzos sabáticos” alrededor de los cuales se constituyera, pocos años
antes, el propio Grupo Minorista, almuerzos de los que, por cierto, desbarrara Lamar
Schweyer cuando su famosa ruptura, calificándolos de comelatas frívolas y
perdedera de tiempo.
En cualquier caso, no
es éste el único retrato que nos lega esta visita de Lascano Tegui. Veamos este
otro, en el mismo estilo, según una reseña publicada en el Diario de la Marina 4 de marzo bajo el título “Viajeros ilustres”:
Tuvo tiempo, no obstante el escasísimo que estuvo en La
Habana, de almorzar con los minoristas, pasear por el Prado, tomar refresco de guanábana
y estudiar algunos aspectos de nuestras capas afro-cubanas.
Mejor servido aún,
pues, sin excluir el típico refresco tropical que hiciera las delicias de
románticos y modernistas de paso, el ritual incorpora ahora -a la carta y con
sesgo propiamente etnográfico- nada menos que “el estudio” de santeros o
ñáñigos. Estudio, no otro, el término
empleado. Debió tratarse, por lo corto de la estadía, de un estudio exprés. Un
eufemismo para referirse a esa vocación turística instituida por los
vanguardistas del patio, quienes, a cualquiera que asomara arrastraban a un
toque de santo o ceremonia iniciática.
Escrita quizás por
Fernández de Castro, adjunto a continuación el recorte de prensa:
No hay dudas de que se
trata de una representación del personaje casi tan completa como las actuales. Un
año antes habían aparecido poemas suyos en la sección Poetas de Ahora, del Suplemento
Literario del Diario de la Marina, en
esa ocasión con la siguiente entrada:
Emilio Lascano Tegui,
es uno de los poetas argentinos de la hora actual, que desde 1910, fecha en que
publica su primer libro “La sombra de la Empusa”, practica en su labor todos
los procedimientos técnicos de “avant garde”. Entre sus excentricidades, que no
se conforma en mantener exclusivamente en sus versos, encuéntrase la de haber
adoptado, durante cierta época, el pseudónimo “Rubén Darío hijo”, mientras la
visita de Darío a Buenos Aires, por la década del 1910. A pesar de ser mayor de
edad que todo el grupo de las revistas “Proa” y “Martín Fierro”, su firma
aparece al par que las de Guiraldes, Caraffa, Girondo y otros intelectuales
valiosos en las orillas del Plata. Además de la obra referida, tiene publicado
“El árbol que canta” y “De la elegancia mientras se duerme”, intensos poemas en
prosa, editados con una serie de grabados de madera.
Y todavía aparecería
un artículo de Armando Maribona, excelente por demás, caricatura incluida, dando cuenta de su cosmopolitismo y de singulares pasajes
de su carrera literaria y bohemia parisina. Para entonces, La Habana es ya
parte del mito.
En París, colaboró con
un fragmento de “Mis amigas. Se murieron” en la revista Imán fundada por Elvira de Alvear, con Carpentier como jefe de
redacción, y que en su primer y único número publicado mostró, monstruoso elenco, textos
de Michaux, Xul Solar, Kafka, Uslar Pietri, Asturias, dos Passos,
Pilniak, Hans Arp, Huidobro, Martelli, Torres
Bodet, Bataille, Leiris, Desnos y el propio Alejo, entre otros.
Visitó La Habana nuevamente
en diciembre de 1928 e impartió una conferencia sobre la política exterior de
Yrigoyen. Esta estancia habría completado aún más su imagen de excéntrico. Pero
lo cierto es que, más allá del aporte de los minoristas, la llevaba, en buen
grado, construida. No otra cosa había hecho desde los tiempos del Cairo, cuando
partió en dos su apellido vasco y antepuso el falso/verdadero título de
Vizconde, a fin de cuentas literario.
En 1925, la librería
Cervantes anunciaba: “De la elegancia mientras se duerme. Editorial Excélsior.
42, Boulevard Raspail, Paris (7' arr´) 8, 158 p. Con grabados en madera de Raúl
Monsegur”. Pero, al margen de aquellos poemas y del ejemplar de esta novela que
dejó en manos de los minoristas, ¿se leyó su obra en Cuba? Es probable que poco.
Termino con una
anécdota. Justo cuando Lascano Tegui se encontraba en La Habana, por esos días
de febrero del 28, Jorge Mañach había recibido desde Jagüey Grande (de donde
apenas salía perdiéndose las comelatas) un manojo de poemas de Agustín Acosta,
para muchos, entonces, el mejor poeta de Cuba. Mañach, efusivo, se los recitó al
Vizconde. El Vizconde que, como Piñera, había jugado toda su vida a la mala
poesía, prestó atención. "Sensibilidad”, dijo, “pero no nueva”. Mañach no
se lo podía creer. Discutieron. Aun así, sutil, quizás hiriente, se lo haría
saber semanas más tarde al autor de La
Zafra. “Yo creo que en tu poesía hay la frescura directa de lo mejor de
hoy; solo que tu instrumento tiene todavía dejos de tu “nunca negado
Rubén". La anécdota, y la necesidad que tenían de un personaje como aquel, habla por sí
sola de la vanguardia cubana.
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