Enrique José Varona
Por circunstancias que no son del caso
referir, llegaron a mis manos, en un hotel de Nueva York, las notas en que habían
registrado sus impresiones de la gran cosmópolis dos viajeros, al parecer
observadores.
Me entretuve en leerlas y cotejarlas; y se me
ocurrió escoger aquellas en que habían discurrido sobre los mismos temas, y
ponerlas unas al lado de otras, para esparcimiento y provecho del lector
aficionado a ver por ojos ajenos.
Téngase presente que ni comento, ni moralizo.
Confronto y copio. Para
distinguir a nuestros viajeros, llamaré al uno A y al otro B.
A
Estoy en pleno reino de Churriguera. Por huir
de la antigua uniformidad de sus edificios, los neoyorkinos, o sus arquitectos,
se han dedicado a copiar todos los estilos, a mezclarlos, a sobreponerlos; y
una casa que empieza en el arte helénico, pasa por el egipcio y acaba en el
piel roja. Esta es la negación del arte.
B
Esta ciudad realiza el sueño del sincretismo
artístico. ¡Qué unidad y qué variedad! El tipo utilitario antiguo se ha ido
modificando, y se ha llegado a las ideas más atrevidas con una seguridad de
concepto y de ejecución que pasman. Las pirámides son juegos de niños, al lado
de estos edificios colosales, cuyas proporciones permiten la más rica variedad
de estilo, sin confusión ni disparidad. Estoy de lleno en el arte moderno, en
el arte nuevo.
A
¿Osa esta gente flemática, sin sangre en las
venas, preconizar la excelencia de su clima? The glorious clime of New York. ¡Qué sarcasmo! Todavía no reza el
calendario la llegada del otoño, y está la ciudad envuelta en una niebla
pegajosa, que da escalofríos aun vista detrás de cristales. Este hacinamiento confuso
de bloques macizos parece todavía más apretado, más caótico, envuelto en esa
humosa funda, en que se pierden todos los contornos. Ayer hizo calor sofocante;
hoy, frío húmedo. Comprendo que aquí vivieran rollizos y contentos búfalos y mastodontes,
no seres humanos.
B
Ayer bajaba yo por la Quinta Avenida, a la
altura del Parque Central. Una ligera neblina flotaba sobre los árboles y los
edificios, ciñéndolos de una gasa gris perla, y haciendo más aéreas y delicadas
sus líneas. El panorama era un encanto para la vista y más para la imaginación.
Nada preciso, nada chocante. La perspectiva se dilataba de un modo casi fantástico,
convirtiendo la atronadora metrópoli en una ciudad de ensueño. De pronto cayó
la niebla, como un telón de teatro; el sol inundó en cascada de luz la avenida;
y la ciudad inmensa se elevó ante mi vista, como en la gloria de una
resurrección. ¡Espectáculo maravilloso!
A
Esta mezcla de bazar y falansterio, que llaman
aquí hoteles, aunque me deja todavía lugar para irritarme, me entontece, y me
llevará a la imbecilidad. Es la reducción de la vida a un simple mecanismo. Es la
anulación de la personalidad. Yo no soy yo, sino un número, el 708. El número
que soy yo, habla por una bocina a un oído invisible, y oye una voz aflautada
que sale de labios impalpables. Un mozo, que es otro número, y a quien probablemente
no veré más, entra sin saludar ni pronunciar palabra, y me trae lo que pedí en
el vacío. Todo esto tiene el sello característico de las comedias de magia,
todo parece ficticio. Entro, salgo, como, duermo; nadie se fija en mí, nadie me
conoce, ni tengo tiempo de conocer a nadie. Voy a acabar por creer que soy esa abstracción,
esa cifra con que me designan en la oficina del hotel; y que el mundo es un
problema de matemáticas. ¿Cómo no ha de hacer estragos la neurastenia? Así se
para en la plena demencia.
B
Mal año para Aladino y su lámpara. La
invención de las invenciones es el hotel americano. Concluyeron los enojos, las
molestias y desazones de la vida doméstica. No más batalla con el criado
perezoso, embustero, mirón y parlanchín. No más pequeños cuidados que malgastan
la vida. Todo en orden, todo a tiempo, todo al salto. No más tiranía del
cuerpo, contrariado a cada paso en sus hábitos. El tiempo pleno para la vida
del espíritu, para la vida íntegra. Sólo aquí se realiza la verdadera
independencia personal. Entro cuando quiero o lo necesito, salgo lo mismo. Nadie
me atisba, nadie se preocupa. Sé que otros existen, porque tienen cuidado de mi
cuarto, de mi ropa, de mis comidas, de mis boletas para el teatro o el
ferrocarril. ¡Qué completo y qué libre me siento! La vida me parece más
agradable, y mis ideas son cada vez más lúcidas.
A
Singular libertad la de este país. Un polizonte
rechoncho, un Falstaff sin espada, ni espuela, un Falstaff sin penacho, levanta
la mano carnosa, y millares de ovejas con americana y sombrero de empleita se
detienen con los ojos sumisos, o siguen en procesión, sin saber ni tratar de
saber por qué o para qué, muñecos de cuerdas que obedecen a la presión de un
resorte. Esto es más que la obediencia pasiva, es la obediencia automática. Su
blasón nacional debía ser una porra de plata en campo de gules.
B
La disciplina de este pueblo, dueño de sí
mismo, revela el secreto de su constante progreso. Por encima de cada individuo
autónomo, independiente, se siente la presión igual de la ley, de la regla
abstracta. El funcionario alto o bajo, que la representa, está investido de
toda su fuerza, por una especie de pacto tácito y colectivo, y nadie la pone en
tela de juicio. Así van en multitudes, por calles y plazas, los habitantes de este
país, sin estorbarse nunca; y realizan las mayores empresas, sin que el apetito
o los intereses particulares sirvan de obstáculo a la acción general. Me parece
ver delante de todos y cada uno, no una columna de fuego, que los ofusque, sino
unas tablas de la ley, que los alumbre y guíe.
A
No he visto gente más atareada. Se afanan de la
mañana a la tarde y de la tarde a la mañana. ¿Qué tiempo les queda para
disfrutar de la vida?
B
Esto se llama sacar partido de nuestra breve
existencia. La vida aquí se centuplica por la diversidad y complejidad de
sensaciones que sabe recibir el hombre en un solo día. Se alarga el vivir, por
corto que sea, viviendo tan intensamente.
A
Soy
un hombre exento de prejuicios; pero en esta tierra todo parece hecho aposta
para chocar a la gente sensata.
B
Estoy curado hace tiempo de todo snobismo. Sé
mirar y admirar. Mas se necesitaría ser ciego, para no ver que aquí todo es
pasmoso.
Quizás
continuará.
Octubre, 1904.
Desde mi
belvedere, La Habana, 1907.
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