Enrique José Varona
Miraba hacia la calle, y veía pasar en direcciones encontradas transeúntes afanosos. Obreros con herramientas, criadas con paquetes, escolares con libros y cartapacios, mandaderos en sus bicicletas. El día era clarísimo; el sol de mayo reverberaba. Y un viejo problema me golpeaba el cerebro. El perpetuo enigma se me ponía delante con faz de fisga. ¿Qué hay dentro de esos que pasan? ¿Qué les ha enseñado cuanto han dejado atrás? ¿Qué les promete cuanto tienen delante? Sienten; piensan; quizás poco, muy poco; pero el granillo de oro o de cuarzo que llevan en el fondo del pecho, ése, no le veremos nunca. Porque el hombre, el dueño del gesto y la palabra, es impenetrable.
Miraba hacia la calle, y veía pasar en direcciones encontradas transeúntes afanosos. Obreros con herramientas, criadas con paquetes, escolares con libros y cartapacios, mandaderos en sus bicicletas. El día era clarísimo; el sol de mayo reverberaba. Y un viejo problema me golpeaba el cerebro. El perpetuo enigma se me ponía delante con faz de fisga. ¿Qué hay dentro de esos que pasan? ¿Qué les ha enseñado cuanto han dejado atrás? ¿Qué les promete cuanto tienen delante? Sienten; piensan; quizás poco, muy poco; pero el granillo de oro o de cuarzo que llevan en el fondo del pecho, ése, no le veremos nunca. Porque el hombre, el dueño del gesto y la palabra, es impenetrable.
*
Triste, triste.
¡Cuántas veces hubiera querido que estas chispas fueran rayo que alumbrara las
conciencias, que inflamara los corazones! Y una voz secreta me ha canturreado
en son de fisga: je ne suis plus que
littérature.
1921
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