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miércoles, 8 de agosto de 2018

La mano febril de Alekhine vs la tranquila y clásica de Capablanca.

















 Vizconde de Lascano Tegui

 Raúl Capablanca tiene el cetro del ajedrez. Viaja con sus reyes, alfiles y torres de marfil, como un soberano a quien hubieran despojado del reino que tenía en los peñones de Mónaco, pero que le queda el recurso de llevar consigo a todos sus súbditos torneados, en una caja. Y si le niegan arraigo geográfico, nadie puede sacarle al ajedrecista rey la gloria, ya que aquel feliz y despreocupado espíritu latino sabe coquetear y jugar con la gloria, como una pieza más de su tablero.

 Fue hábil para el juego del ajedrez desde muy niño. A los meditativos maestros que vienen de las tierras eslavas y magiares haciéndonos creer que el dominio del juego se alcanzaba calvo o con los cabellos blancos, Capablanca pareció un irreverente Arlequín que se reía de sus barbas, y en unas breves jugadas, frente al matemático sabio doctor Lasker, ganó el campeonato del mundo. 

 Hoy, en la otra esquina del tablero, una mano aparece, decidida y nerviosa. Trae entre sus dedos a la peligrosa dama. Es la mano de Alekhine, fantástico jugador ruso. Y se oyen las palabras definitivas: "Jaque al rey". Alekhine trae al tablero, frente al genio de Capablanca, una aliada, la imaginación. Sus célebres partidas llevan el moño de la fantasía encima, y su juego es caprichoso como parecen serlo los estilos modernos ante la línea clásica. La sorpresa y el imprevisto son sus heraldos, que al fin hoy  son rusos, ya que ellos nos llegan cotidianamente de la  Rusia tironeada étnicamente entre su incorporación a Europa o su retorno nacional a Oriente.

 ¿Podrá Capablanca ser vencido por un adversario que le ha puesto escarpines de paño verde a sus tropas de marfil y amenazan silenciosas los dominios del rey escalando sus torres por un camino encubierto? ¿Caerá el rey ante el ataque disimulado? Es la pregunta que estas páginas gráficas fijan en pleno desarrollo del match.

 Don Juan de Garay, cuando dibujó la ciudad de Buenos Aires con una serie de manzanar en casillero, no pudo suponer nunca que ofreceríamos el tablero ingenuo de nuestro plano edil, para jugarse un día el campeonato mundial de ajedrez. Es un honor que nos cae al fin de los años. Y este campeonato que se desarrolla en los altos escenarios de la imaginación y del pensamiento, nos habilita ante los ojos del universo como una capital inteligente y civil.


 Caras y Caretas, Buenos Aires, 24 de septiembre de 1927,n.º 1.512, pp. 73 y 74. 

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