Vizconde de Lascano Tegui
Raúl Capablanca tiene el cetro del ajedrez. Viaja con sus reyes, alfiles y torres de marfil, como un soberano a quien hubieran despojado del reino que tenía en los peñones de Mónaco, pero que le queda el recurso de llevar consigo a todos sus súbditos torneados, en una caja. Y si le niegan arraigo geográfico, nadie puede sacarle al ajedrecista rey la gloria, ya que aquel feliz y despreocupado espíritu latino sabe coquetear y jugar con la gloria, como una pieza más de su tablero.
Fue hábil para el juego del ajedrez desde muy
niño. A los meditativos maestros que vienen de las tierras eslavas y magiares
haciéndonos creer que el dominio del juego se alcanzaba calvo o con los
cabellos blancos, Capablanca pareció un irreverente Arlequín
que se reía de sus barbas, y en unas breves jugadas, frente al matemático sabio
doctor Lasker, ganó el campeonato del mundo.
Hoy, en la otra esquina del tablero, una mano aparece, decidida y nerviosa. Trae entre sus dedos a la peligrosa dama. Es la mano de Alekhine, fantástico jugador ruso. Y se oyen las palabras definitivas: "Jaque al rey". Alekhine trae al tablero, frente al genio de Capablanca, una aliada, la imaginación. Sus célebres partidas llevan el moño de la fantasía encima, y su juego es caprichoso como parecen serlo los estilos modernos ante la línea clásica. La sorpresa y el imprevisto son sus heraldos, que al fin hoy son rusos, ya que ellos nos llegan cotidianamente de la Rusia tironeada étnicamente entre su incorporación a Europa o su retorno nacional a Oriente.
Hoy, en la otra esquina del tablero, una mano aparece, decidida y nerviosa. Trae entre sus dedos a la peligrosa dama. Es la mano de Alekhine, fantástico jugador ruso. Y se oyen las palabras definitivas: "Jaque al rey". Alekhine trae al tablero, frente al genio de Capablanca, una aliada, la imaginación. Sus célebres partidas llevan el moño de la fantasía encima, y su juego es caprichoso como parecen serlo los estilos modernos ante la línea clásica. La sorpresa y el imprevisto son sus heraldos, que al fin hoy son rusos, ya que ellos nos llegan cotidianamente de la Rusia tironeada étnicamente entre su incorporación a Europa o su retorno nacional a Oriente.
¿Podrá Capablanca ser vencido por un
adversario que le ha puesto escarpines de paño verde a sus tropas de marfil y
amenazan silenciosas los dominios del rey escalando sus torres por un camino
encubierto? ¿Caerá el rey ante el ataque disimulado? Es la pregunta que estas
páginas gráficas fijan en pleno desarrollo del match.
Don Juan de Garay, cuando dibujó la ciudad de
Buenos Aires con una serie de manzanar en casillero, no pudo suponer nunca que
ofreceríamos el tablero ingenuo de nuestro plano edil, para jugarse un día el
campeonato mundial de ajedrez. Es un honor que nos cae al fin de los años. Y este
campeonato que se desarrolla en los altos escenarios de la imaginación y del
pensamiento, nos habilita ante los ojos del universo como una capital inteligente
y civil.
Caras y Caretas, Buenos Aires, 24 de septiembre de 1927,n.º 1.512, pp. 73 y 74.
Caras y Caretas, Buenos Aires, 24 de septiembre de 1927,n.º 1.512, pp. 73 y 74.
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