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lunes, 9 de julio de 2018

De “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”



 Un joven porta argentino, orgullosísimo y vigoroso, Oliverio Girondo, fue nuestro huésped durante breves días del mes pasado, trayéndole a nuestro grupo minorista el cálido mensaje del grupo, nuevo también, de La Púa bonaerense.
 Aquí simpatizamos en seguida con el escritor, hermano en ideales artísticos, que a través de toda su obra, y principalmente en su libro Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, descubre y afirma su don sintético, su fuerza expresiva, su agudeza humorística, fina unas veces, hosca otras y penetrante siempre, su rebelde y valiente independencia de criterio, su  modernidad, su gráfico y plástico poder pictórico, su aguda observación, el color y relieve que sabe dar a su prosa, y principalmente su anhelo de verdad pura.
 De Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, reproducimos aquí varios de ellos.


 Por Oliverio Girondo

 CROQUIS EN LA ARENA

 La mañana se pasea en la playa empolvada de sol.
 Brazos.
 Piernas amputadas.
 Cuerpos que se reintegran.
 Cabezas flotantes de caucho.

 Al tornearle los cuerpos a las bañistas, las olas alargan sus virutas sobre el aserrín de la playa.
 ¡Todo es oro y azul!
 La sombra de los toldos. Los ojos de las chicas que se inyectan novelas y horizontes. Mi alegría, de zapatos de goma, que me hace rebotar sobre la arena.
 Por ochenta centavos, los fotógrafos venden los cuerpos de las mujeres que se bañan.
 Hay kioskos que explotan la dramaticidad de la rompiente. Sirvientas cluecas. Sifones irascibles, con extracto de mar. Rocas con pechos algosos de marinero y corazones pintados de esgrimista. Bandadas de gaviotas, que fingen el vuelo destrozado de un pedazo blanco de papel.
 ¡Y ante todo está el mar!
 ¡El mar… ritmo de divagaciones! El mar, con su baba y su epilepsia.  
 ¡El mar!... hasta gritar:
                                                                                                   ¡BASTA!
 Como en el circo.

                                                                                    Mar del Plata, Octubre 1920.


 NOCTURNO

 Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
 ¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?
 Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,  como si se asfixiaran dentro de las paredes.
 A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los  rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón.
 Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
 ¡Silencio! — grillo afónico que se nos mete en el oído.
 — ¡Cantar de las canillas mal cerradas! —único grillo que le conviene a la ciudad.

                                                                                    Buenos Aires, Noviembre 1921.


 GUILLOTINEMOS

 ¡Guillotinemos las amarras lógicas! Seamos pueriles, ya que sentimos el cansancio de repetir los gestos de los que hace setenta siglos están bajo la tierra! ¡Qué sean nuestras todas las posibilidades de rejuvenecimiento! Atribuyámosle por ejemplo, todas las responsabilidades a un fetiche perfecto y omnisciente. Tengamos fe en la plegaria o en la blasfemia, en el albur de un aburrimiento paradisíaco o en la voluptuosidad de condenarnos. Usemos de todas las virtudes y de todos los vicios como si fueran ropa limpia. 
 Convengamos en que el amor no es un narcótico para el uso exclusivo de los imbéciles, y en nuestra simpatía por lo contradictorio, (sinónimo de vida), seamos capaces de pasar junto a la felicidad haciéndonos los distraídos
 Yo al menos, no renuncio ni a mi derecho de renunciar, y tiro mis veinte poemas, como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto.

                                                                                              París, 1923.


 Social, Vol. IX, núm. 11, noviembre de 1924, p. 24. 

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