Enrique Hernández Miyares
Del parisiense boulevard fastuoso
prolóngase la plácida penumbra,
porque el sol de oro viejo solo alumbra
con mortecino rayo perezoso.
De la jornada al fin llegó el reposo
oasis que en la brega se columbra,
y en los bruñidos mármoles deslumbra
del verde ajenjo el néctar venenoso.
Arde el café moderno entre el gentío,
y a cortos tragos sorbe, lentamente,
la amarga copa el bebedor sombrío,
mientras por el asfalto reluciente,
como azotada por el viento frío,
pasa la burguesía indiferente.
Ciudad dormida
Lentamente resuena en la alta noche
la doble campanada del convento,
y por el empedrado pavimento
ruidoso rueda retardado un coche.
Por la calle desierta, en el derroche
de la quietud y de la calma, el viento
jugando arremolina algún fragmento
de carta en que el amor firma un reproche.
Un cerrojo oxidado que rechina,
un abierto postigo iluminado
denunciador del que abatido vela,
y el eco de la copla clandestina
al grito de agonía entremezclado
del anónimo crimen de plazuela.
Obras completas de Enrique Hernández Miyares, Poesía, Vol. 1, Avisador Comercial, 1916.
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