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viernes, 23 de febrero de 2018

La visita de Vargas Vila




 La permanencia del ilustre escritor colombiano José María Vargas Vila, durante varios días, en nuestra Capital, constituyó, por un momento, un motivo de comentada actualidad en los corrillos literarios habaneros, donde se renovó el choque de contradictorias opiniones, producido desde hace muchos años, en torno de su extraña e indefinible personalidad. Para algunos, el distinguido novelista es un genio innovador y formidable, de fulgurante pensamiento, altísimas ideas y encendida e incendiaria expresión. Para otros, es tan sólo un extravagante malabarista del estilo. De todos los escritores de habla castellana, pocos han disfrutado de tanta popularidad como él entre la juventud y cierta clase de lectores de cultura embrionaria, en cuyas almas todavía logra despertar una adhesión tan fervorosa como poco persistente. Su fama descansa en sus novelas; atrayentes por su extraña y áspera ideología y, en no pequeña parte, por sus audacias estilísticas, por su irreverente anarquismo gramatical. Sus párrafos truncados; su caprichosa puntuación ortográfica; a profusión y, a veces, grandiosidad, de sus imágenes y paradojas, sus bellos fragmentos de prosa rimada, sonora y musical, han producido desbordamientos de entusiasmo en varias generaciones de estudiantes, de barberos y de horteras. Sobre todo, ese tentador desprecio de las normas gramáticas tan incómodas para quienes no pueden comprenderlas, ha parecido a muchos signo indudable de excelsitud genial. Durante los momentos efervescentes de su popularidad, pocos escritores jóvenes lograron evadir su peligrosa sugestión; y muchos se vieron precipitados por ella, alguna vez, en los derriscaderos del ridículo. El genio y aun el simple talento pueden permitirse incluir en su obra tal o cual extravagancia formal o sustancial; pues ella queda, al fin, envuelta en la magnificencia del conjunto. Pero aquí está la trampa entre cuyos dientes queda triturado el imitador mediocre. Confunde el elemento accidental e insólito, arcilla deleznable muchas veces, con el oro modelado por la capacidad artística del creador. Y sueña haber ascendido a su nivel cuando logra reproducir, con sus torpes dedos, los arabescos accesorios de una obra magistral. Vargas Vila es grande, principalmente, en su ardiente expresión de polemista y panfletario, adalid constante en toda causa de libertad y de justicia; flagelador incansable de toda tiranía, de todas las malandanzas del despotismo insolente y la complicidad servil. Puede ser que algunas de sus novelas queden como exponentes de arte fino y selecto; de recia y exquisita urdimbre sentimental e ideológica; cuéntese, a pesar de su fuerte presión tendenciosa, a Flor del fango, como ejemplo. Otras, en cambio, fuertemente ensalzadas por la crítica impresionable y tenidas en alto aprecio por el mismo autor, posible es que no perduren. Entre ellas, Ibis, su creación predilecta, cuya pobre y tosca trabazón dramática desfallece sofocada en un desbordamiento de paradojas morales, inconsistentes y desprovistas de trascendencia práctica y de valor ideal. En una apreciación serena de los quilates artísticos de este ilustre escritor, no deben tomarse en cuenta sus originalidades sintácticas y ortográficas. Después de todo, las leyes gramaticales no son otra cosa que la codificación de las formas expresivas empleadas, en general, por los grandes escritores. Y Vargas Vila es un gran escritor; un gran señor de la Idea y del Estilo. Para los latinoamericanos, siempre tendrá el alto valor de verdadero representativo de nuestros ideales políticos y artísticos, innovadores y libertarios. Y los cubanos nunca podremos olvidar que fue un fiel admirador y amigo de Martí.

 Cuba contemporánea, julio de 1924, pp. 267-69.

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