Vargas Vila
El Oriente fue la tierra escogida
por la raza
despojadora, para iniciar sus
conquistas
sobre la débil raza despojada, y
las islas Filipinas
fueron su primera víctima;
en el seno de sus selvas, como en
el de la
hembra de la Biblia, se libró el
duelo formidable;
y el fuerte venció al justo;
el Archipiélago malayo fue como el
vientre de Libia,
el lugar de la tragedia;
allí, toda una nacionalidad, toda
una raza,
se vio próxima a desaparecer bajo
el aluvión
de la conquista;
las hordas de los barbaros del
Norte,
asolaron, asesinaron, robaron los
hogares de un
pueblo entero, que sucumbió bajo el
número,
bajo las turbas ebrias de los
voluntarios blancos
y de los negros semi-salvajes de la
República
Modelo...
el silencio del horror cercó el Archipiélago
incendiado, donde en nombre de la Civilización,
un pueblo ebrio de avaricia, como
si
hubiese visto abrirse ante él, el
tonel que hizo
locos los centauros, eclipsó la
crueldad de los
tártaros y el horror de las
conquistas asirias,
sembrando la desolación y la
muerte, como
los godos del Ponto Euxino,
resuelto a tener
la soledad por único testigo de su
victoria...
y Cuba?
¡agoniza aun entre las garras del águila
también!
allí no hay un pueblo, sino una
sombra;
desde que la independencia falta a
un pueblo,
se hace en el mapa un vacío;
aquel hueco sombrío, allí donde se
hunde
la Grande Antilla, atrae nuestros
ojos
con la fascinación pavorosa del
abismo.
Cuba, es como el vaso roto que
arroja el
Profeta en el camino de los pueblos
de América;
es el hierro clavado en las entrañas;
sus llagas son nuestras llagas, sus
dolores
son nuestros dolores, y su
hundimiento marcara
el principio de nuestra desaparición.
Cuba, no puede acabar de renacer o
de morir
sin que nosotros, todos, nos
sintamos vivir
de su vida o morir de su muerte;
no puede ser extraña a pueblo
hermano,
los funerales de una nacionalidad
desaparecida
en medio a los festines de la
fuerza;
¡oh Polonia del trópico! !oh Martí!
¡inanidad de un sueño generoso!...
(…)
Cuba, Puerto Rico, Panamá, Santo
Domingo
y, Nicaragua, desaparecen sin
defenderse;
su destino meteórico, no dejó huellas, apenas dejó tristezas; la yankisación de esa porción
de América, no ha sido una
victoria, ha
sido apenas una tarea; no es
victoria, atar
esclavos que tienden
voluntariamente las manos...
¿qué hacer de las cabezas que
voluntariamente
se tienden a la coyunda? no
queriendo
cortarlas se les ayunta; el yugo
hace las veces
del hacha; solo los rebeldes mueren
por
la espada; el yugo se hizo para el
cuello de
siervos; el tajo se hizo para
cuello de héroes;
las cabezas rendidas no se cortan;
como ante la conquista de las
Galias, que
cinco campanas bastaron para
domarlas, lo
que sorprende hasta hoy, y, derrota
todos los
vaticinios de fortaleza, es la
docilidad con que
los vencidos han aceptado el yugo,
la facilidad
de disolución con que se asimilan
y, se
funden, o mejor dicho se borran y,
desaparecen
ante los conquistadores;
lenguas, usos, tendencias, costumbres,
todo
desaparece, todo se acepta del
vencedor,
en un vértigo pavoroso de sumisión;
el argot anglo-español, que
comienza a hablarse
en Cuba y, Puerto Rico y, que se
habla
ya en Panamá, es una prueba
sorprendente
de esa facilidad de olvido, de
inenarrable
imitación y, de debilidad, que
distingue
a la raza sometida; ni una voz de
protesta,
ni un grito de revancha;
pero, ¿por qué extrañarlo?, de
donde pueden
sacar esos pueblos, elementos étnicos
o
sociólogos para la resistencia?
ellos no han conocido la libertad;
no la vieron, sino como un relámpago
entre
dos conquistas, en aquellos días de
guerra
gloriosa, que fue apenas un alto
heroico entre
dos coloniajes;
pueblos de riqueza y de belleza,
hechos para
regalo y, encanto de conquistadores,
pasaron
de manos de España a la de los
Estados
Unidos, casi sin darse cuenta; no
habiendo sabido conquistar su independencia,
renunciaron a defenderla y, se
durmieron a la sombra de los cánones,
que los habían arrancado de la
antigua servidumbre;
y, entraron en la nueva, con el
alma desnaturalizada,
y, sin poderse hacer una alma yanki;
¡pobres tribus de ilotas; acaso
tengan razón,
la lengua de sus nuevos amos, es un
emblema
de fuerza; la lengua que hablaban
es
una lengua de vencidos; acaso hayan
hecho
bien en renunciar a la derrota
colectiva de
una raza destinada al vencimiento;
no somos una raza latina; pero,
somos naciones latinas;
en ese concepto, tenemos el derecho
y, el
deber de incorporarnos a los
pueblos latinos
de Europa, para defender las
conquistas latinas,
la civilización latina, y, los
ideales latinos,
contra la bárbara agresión de la
raza
enemiga, que con la espada de
Armorius sueña
cercenarnos de un tajo la cabeza;
pero, no debemos contar sino con
nosotros,
con nuestro propio esfuerzo, para
este duelo
que sostendremos por el derecha
imperativo de vivir;
el yanki, nos acecha;
el yanki, nos mutila;
es necesario unirnos contra el
yanki; es
necesario que de México al Cabo de
Hornos,
no haya sino un solo cerebro para
combatirlo,
un solo brazo, para resistirlo, un
solo corazón
para odiarlo;
el odio al yanki, debe ser nuestra
divisa,
pues, que ese odio es nuestro
deber; un deber
imperativo; renunciar a él, es
renunciar a la vida;
el yanki, voilà l'ennemi;
tal debe ser nuestro grito de
combate;
el, debe conmover nuestras ciudades
y,
nuestras selvas, sonar en las naves
de nuestros
templos, y, en los sepulcros
silenciosos
de nuestros abuelos;
sobre las cunas y, sobre las
tumbas, debe
sonar ese grito;
que los muertos y, que los vivos,
se alcen
con el en los labios, para combatir...
Ante el bárbaro. El yanki; he ahí el enemigo (fragmentos), Barcelona, 1930.
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