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domingo, 3 de diciembre de 2017

El caso de la señorita M.L.




 Rodolfo Julio Guiral

 La señorita M. L., de 31 años, soltera, fue a mi consulta quejándose de trastornos por parte de su vista que consistían en oscurecimientos de ésta, momentáneos, transitorios, y que cada vez se hacían más frecuentes e intensos. Reconocida, no encontré causa para aquellos síntomas, y ordené el examen de sangre para investigar urea y glucosa. Al volver a verme a los cuatros días, con los exámenes, estaba ciega. Nuevamente reconocida, orienté mi investigación hacia la histeria, y pude comprobar que la enferma lo era. Emprendí entonces la tarea de practicar un psicoanálisis, dado que las condiciones especiales del caso se prestaba para este método, y son los resultados de él los que voy a exponer.
 Cuando la enferma tenía unos ochos años, acostumbra a tener juegos con sus hermanos, mayores que ella en uno y dos años respectivamente, y hoy reconoce que aquellos juegos tenían un carácter francamente sexual, pues en ellos acostumbraban a tocarse los genitales, y recuerda que sus hermanos tenían erecciones. Algo posteriormente, sin que pueda precisar la fecha, sabe que ejercía la masturbación, ya suprimidos los juegos de carácter sexual, sin que pueda precisar cómo aprendió a masturbarse, pero sí recuerda que lo hacía con exceso. Por esa época era una niña retraída y tímida, de carácter corto y apocado, sin numerosas amistades. Entre estas escasas amistades había una niña de poco más edad que ella, que le dijo que la masturbación era algo muy perjudicial y que no debería hacerlo, que sólo debía ejecutarse el acto sexual con los hombres. Así fue como se enteró de la verdad de las materias sexuales, según cree, cuando tenía unos doce años, y antes de su pubertad, que en esa edad aún no había aparecido. Como consecuencia de los consejos de su amiga logró reprimir la masturbación, pero sin poder suprimirla por completo. Un año más tarde, a los trece, llegó la pubertad, y en esa época sus padres le dieron a leer un libro que trataba de materias sexuales, y en el cual se hacía referencia a la masturbación, explicándose prolijamente sus supuestos perjuicios, entre los cuales se hacía resaltar el de la ceguera como uno de los más frecuentes y peligrosos. En vista de lo leído en este libro, logró reprimir por completo la masturbación, y desde los catorce ya no volvió a masturbarse más, a pesar de que en un principio los deseos la torturaban. Pero éstos eran sólo deseos de masturbación, deseos de conseguir el placer, sin que en ellos interviniese el deseo del hombre, que en ella no existía. Cuando logró reprimir la masturbación por completo, quedó aparentemente frígida, sin deseos sexuales de ninguna especie, pero sin que esto la hiciese sufrir, pues se sentía feliz por completo. A los 25 años conoció a un hombre del cual se hizo novia, y con el cual sostuvo relaciones sexuales, que al principio no le producían sensación alguna, pero que después la excitaban violentamente, haciéndola experimentar gran placer, y haciendo que siempre ansiara la repetición del acto. A los cuatro años se rompieron las relaciones, por abandono del novio. Esto le causó gran efecto moral, pero tuvo otra consecuencia física, su frigidez anterior había desaparecido y recurrió otra vez a la masturbación, pero ahora con imágenes y sensaciones francamente sexuales; era una masturbación a la compena (sic) su sexualidad exaltada y la falta de otra satisfacción. Desde que recurrió de nuevo al onanismo, tuvo la creencia de que se estaba perjudicando, pero sin que nunca pudiese precisar de qué manera determinada, y cada acto iba seguido de sensación desagradable, pues, por una parte le recordaba su novio perdido, y por otra la hacía pensar que realizaba algo perjudicial para su salud. Al fin, empezó a sentirse débil, apática, desanimada, y atribuyó esto a la masturbación, así como una falta de memoria que sentía. A pesar de sus esfuerzos y de su creencia en que estaba perjudicándose, no pudo impedir el seguir masturbándose, y poco después aparecieron los síntomas oculares con el desenlace que he referido, es decir, la ceguera.
 Este caso presenta de curioso desde el punto de vista de la investigación, el que la enferma atribuía a la masturbación sus síntomas, pero no recordaba absolutamente la lectura del libro a que me he referido, y sólo por medio de la asociación de palabras pude hacer aparecer este recuerdo, lo mismo que el detalle de los juegos sexuales de su infancia.
 Aparecidos estos recuerdos, haciéndole ver a la enferma la relación de sus síntomas con sus conceptos anteriores, y la falsedad de estos conceptos, así como lo que de refugio en la enfermedad pudiese haber en sus síntomas, la curación fue rápida y la recuperación completa en cuanto a la visión. En cuanto a la masturbación y demás síntomas, no sé qué evolución hayan seguido, pues después de recuperar la vista no he vuelto a asistir a la enferma, aun cuando ésta dijo que pensaba masturbarse sólo cuando no pudiese resistir sus deseos, ya que sabía que pequeñas dosis no la dañaban.
 Esta es la exposición del caso, que presento por lo raro que es en nuestro medio y ambiente, dadas nuestras costumbres y educación, tener oportunidad de ver casos que hagan la confesión de estos temas sexuales, cuando de mujeres se trata. No intento asimilar este caso a la teoría de Freud ni a ninguna otra; sólo expongo a la Sociedad de Estudios Clínicos para que ésta dé su parecer.


 Fragmento de “Histeria ocular”, Revista de Psiquiatría y Neurología, T-II, octubre-diciembre, 1930, núms. 4-5-6, pp. 50-52. 

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