Rodolfo Julio Guiral
La señorita M. L., de 31 años, soltera, fue a mi consulta
quejándose de trastornos por parte de su vista que consistían en
oscurecimientos de ésta, momentáneos, transitorios, y que cada vez se hacían
más frecuentes e intensos. Reconocida, no encontré causa para aquellos
síntomas, y ordené el examen de sangre para investigar urea y glucosa. Al
volver a verme a los cuatros días, con los exámenes, estaba ciega. Nuevamente
reconocida, orienté mi investigación hacia la histeria, y pude comprobar que la
enferma lo era. Emprendí entonces la tarea de practicar un psicoanálisis, dado
que las condiciones especiales del caso se prestaba para este método, y son los
resultados de él los que voy a exponer.
Cuando la enferma
tenía unos ochos años, acostumbra a tener juegos con sus hermanos, mayores que
ella en uno y dos años respectivamente, y hoy reconoce que aquellos juegos
tenían un carácter francamente sexual, pues en ellos acostumbraban a tocarse
los genitales, y recuerda que sus hermanos tenían erecciones. Algo posteriormente,
sin que pueda precisar la fecha, sabe que ejercía la masturbación, ya
suprimidos los juegos de carácter sexual, sin que pueda precisar cómo aprendió
a masturbarse, pero sí recuerda que lo hacía con exceso. Por esa época era una
niña retraída y tímida, de carácter corto y apocado, sin numerosas amistades.
Entre estas escasas amistades había una niña de poco más edad que ella, que le
dijo que la masturbación era algo muy perjudicial y que no debería hacerlo, que
sólo debía ejecutarse el acto sexual con los hombres. Así fue como se enteró de
la verdad de las materias sexuales, según cree, cuando tenía unos doce años, y
antes de su pubertad, que en esa edad aún no había aparecido. Como consecuencia
de los consejos de su amiga logró reprimir la masturbación, pero sin poder
suprimirla por completo. Un año más tarde, a los trece, llegó la pubertad, y en
esa época sus padres le dieron a leer un libro que trataba de materias
sexuales, y en el cual se hacía referencia a la masturbación, explicándose
prolijamente sus supuestos perjuicios, entre los cuales se hacía resaltar el de
la ceguera como uno de los más frecuentes y peligrosos. En vista de lo leído en
este libro, logró reprimir por completo la masturbación, y desde los catorce ya
no volvió a masturbarse más, a pesar de que en un principio los deseos la
torturaban. Pero éstos eran sólo deseos de masturbación, deseos de conseguir el
placer, sin que en ellos interviniese el deseo del hombre, que en ella no
existía. Cuando logró reprimir la masturbación por completo, quedó
aparentemente frígida, sin deseos sexuales de ninguna especie, pero sin que
esto la hiciese sufrir, pues se sentía feliz por completo. A los 25 años
conoció a un hombre del cual se hizo novia, y con el cual sostuvo relaciones
sexuales, que al principio no le producían sensación alguna, pero que después
la excitaban violentamente, haciéndola experimentar gran placer, y haciendo que
siempre ansiara la repetición del acto. A los cuatro años se rompieron las
relaciones, por abandono del novio. Esto le causó gran efecto moral, pero tuvo
otra consecuencia física, su frigidez anterior había desaparecido y recurrió
otra vez a la masturbación, pero ahora con imágenes y sensaciones francamente
sexuales; era una masturbación a la compena (sic) su sexualidad exaltada y la
falta de otra satisfacción. Desde que recurrió de nuevo al onanismo, tuvo la
creencia de que se estaba perjudicando, pero sin que nunca pudiese precisar de
qué manera determinada, y cada acto iba seguido de sensación desagradable,
pues, por una parte le recordaba su novio perdido, y por otra la hacía pensar
que realizaba algo perjudicial para su salud. Al fin, empezó a sentirse débil,
apática, desanimada, y atribuyó esto a la masturbación, así como una falta de
memoria que sentía. A pesar de sus esfuerzos y de su creencia en que estaba
perjudicándose, no pudo impedir el seguir masturbándose, y poco después
aparecieron los síntomas oculares con el desenlace que he referido, es decir,
la ceguera.
Este caso presenta de
curioso desde el punto de vista de la investigación, el que la enferma atribuía
a la masturbación sus síntomas, pero no recordaba absolutamente la lectura del
libro a que me he referido, y sólo por medio de la asociación de palabras pude
hacer aparecer este recuerdo, lo mismo que el detalle de los juegos sexuales de
su infancia.
Aparecidos estos
recuerdos, haciéndole ver a la enferma la relación de sus síntomas con sus
conceptos anteriores, y la falsedad de estos conceptos, así como lo que de
refugio en la enfermedad pudiese haber en sus síntomas, la curación fue rápida
y la recuperación completa en cuanto a la visión. En cuanto a la masturbación y
demás síntomas, no sé qué evolución hayan seguido, pues después de recuperar la
vista no he vuelto a asistir a la enferma, aun cuando ésta dijo que pensaba
masturbarse sólo cuando no pudiese resistir sus deseos, ya que sabía que
pequeñas dosis no la dañaban.
Esta es la exposición
del caso, que presento por lo raro que es en nuestro medio y ambiente, dadas
nuestras costumbres y educación, tener oportunidad de ver casos que hagan la
confesión de estos temas sexuales, cuando de mujeres se trata. No intento
asimilar este caso a la teoría de Freud ni a ninguna otra; sólo expongo a la
Sociedad de Estudios Clínicos para que ésta dé su parecer.
Fragmento de “Histeria
ocular”, Revista de Psiquiatría y
Neurología, T-II, octubre-diciembre, 1930, núms. 4-5-6, pp. 50-52.
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